El Vaticano es tenido por mucha gente, dentro y fuera de la Iglesia, como círculo de estafadores, palestra de especuladores y pomposo escaparate, a la vez que fraudulento, de inacabables listas de pecados inimaginables; Sede Apostólica de intrigas de poder y ocultas diatribas más políticas que religiosas. O como refugio de mezquinos, relajados e indeseables de tez carmesí y cuernos de carnero, ardientes y fieros tridentes y lengua bífida. Al caso: hoy me trae sin cuidado la mucha gente y sus prejuicios, que no dejarán de serlo aun cuando estuvieren en muchos casos justificados.
No escribo para plegar mi razón sobre círculo alguno de preocupados o de iracundos, de izquierda o de derecha, ultraconservadores o ultraliberales; no es mi intención hacer apología de ideas ni sectarismos, alineándome sobre pensamiento alguno, sino llamar la atención sobre una realidad eclesial novedosa que amenaza para algunos y profetiza para otros. Realidad deprimente y alentadora simultáneamente para un único Cuerpo de Cristo que peregrina a la misma meta, dividido en una grave tensión dialéctica, en anárquico cáncer de cerebro, sobre una cuestión nuclear para la vida de los fieles y la integridad y coherencia de la Tradición recibida de Cristo: el matrimonio. Sigue leyendo