Hace un tiempo, en un importante diario nacional, apareció un artículo sobre los llamados “autosexuales”. El titular es el siguiente: “Ni hetero ni homosexual: soy autosexual y estoy enamorada de mí misma.” Define la autosexualidad como una orientación sexual más que implica “la capacidad de tener una relación romántica y sexual con nuestra persona. Puede que hasta en exclusiva.” Quise saber lo que pensaba la gente de todo esto, y leyendo los comentarios a la noticia pude (afortunadamente) recuperar algo de fe en la humanidad.
Comenzábamos un artículo anterior a este evocando una escena que Saint-Exupéry describe en Carta a un rehén: la de los refugiados franceses huyendo de la invasión germánica y prestos a partir hacia Estados Unidos desde el puerto de Lisboa.
Es curioso cómo puede ser tan mal utilizado un producto tan cotidiano y común. En el autobús, en la oficina, en la biblioteca, en la consulta del médico… Su pequeño tamaño y facilidad de transporte, la sencillez de su mecanismo de acción, la posibilidad de poder usarlo y seguir teniendo las manos libres para realizar cualquier otra actividad o su efecto refrescante cuando se ha olvidado el cepillo de dientes, son algunas de las características que vuelven tan popular al chicle.
Me gustaba bajar a tomar una cerveza en el bar de Juan cuando no tenía nada que hacer. Compartir con él detalles nimios de la vida; que si hace frío; que si vienen pocos clientes; qué mal esta el Real Madrid; está rico este pincho; ponme otra cerveza; ¿tienes mechero?; qué tranquilo está el barrio… Su bar ni siquiera era bonito, no sé muy bien por qué entré un día allí, qué me llamó la atención o qué estaba buscando, pero Juan se convirtió en uno de los actores secundarios de mi vida. Sigue leyendo
Uno de los grandes regalos que he recibido por haberme metido en esta aventura que es Democresía es el haber visto como a su alrededor se ha ido congregando un pequeño corrillo de personas que, bien como lectores, bien como colaboradores, han ido enriqueciéndola y enriqueciéndome con sus aportaciones. En algunos casos, también con su amistad. Cuento esto al hilo de lo que se suponía que debía tratar en este artículo, pero también porque la ocasión de escribirlo es el haber recibido de una de esas personas el libro del que sale buena parte de lo que a continuación les contaré, Carta a un rehén, de Antoine de Sant-Exupéry. Sigue leyendo
La educación “es un acto de misericordia, un gran perdón continuo”. Con estas provocadoras palabras Franco Nembrini, profesor italiano de Literatura e Historia en la enseñanza media, y autor de diversos ensayos sobre Dante y la Divina Comedia, ilumina la difícil tarea del educador en este ameno y reconfortante “manual” educativo. Fruto de la recopilación de diversas charlas, encuentros y conferencias con familias y profesores, el profesor Nembrini huye de abstracciones educativas y habla desde su experiencia personal como hijo, alumno, padre y profesor. En los diversos capítulos se percibe la influencia del libro “Educar es un riesgo” de Luigi Giussani al que Franco Nembrini considera un referente.
Me asusta ver cómo damos por bueno el espejismo de la autonomía; la creencia de que uno se hace a sí mismo. Parece que cuanto menos hayas dependido de los otros para ser quién eres hoy, mayor altura humana. Esto podría ser verdad en un mundo posible en el que el hombre fuera otra cosa distinta a la que es. En este mundo, aquí y ahora, el hombre es relación. Quien soy hoy es gracias a que he dependido de otros.
Este año las veleidades del calendario han hecho que coincidan el centenario y el quincuagésimo aniversario de acontecimientos históricos que implicaron sendos cambios radicales en el paradigma cultural y filosófico del mundo occidental. Nos estamos refiriendo al final de la Primera Mundial y a las protestas de mayo de 68, respectivamente.
La Gran Guerra supuso un trauma tan destructivo como inesperado, tan sorprendente como radical, que dejó la Europa material, pero sobre todo la espiritual, convertida en tierra baldía lista para la siembra nihilista de nuevas y aún más absurdas tragedias. Sigue leyendo
Los escasos números que quedan por tachar en junio, las advertencias a causa de las altas temperaturas, pronósticos meteorológicos varios, alguna conversación del grupo contiguo en la cafetería o los anuncios inquisidores que nos persiguen en la web tras haber hecho una consulta inocente acerca de posibles planes estivales nos urgen a encontrar unas vacaciones que superen las pasadas.Como si de una competición se tratara, buscamos lo más exótico posible, experiencias (con frecuencia llamadas escapadas) que permitan la evasión. Cuanto más lejos mejor, si el destino es insólito lograremos provocar la admiración de nuestros interlocutores, en caso de preguntas sobre el alojamiento y sus alrededores, contestaremos reproduciendo las maravillas que figuraban en la descripción del catálogo y si resulta que a la larga no resultaban tan ciertas, probablemente fingiremos que se cumplieron nuestras expectativas.
Estamos sobrepasados. Nos reconocemos, quien más quien menos, incapaces de ofrecer la respuesta que se nos pide tal y como se nos pide. Y, si alguna vez somos capaces de ofrecer esa respuesta, es a costa de algunas cosas que consideramos importantes, sacrificando algunos aspectos de nuestra vida que, inevitablemente, tenemos que desatender. Querríamos ser capaces de llegar a todo, de responder y de dar la batalla (¡y ganarla!) en todos los frentes que tenemos abiertos. Y no podemos. Persiste en nosotros, quizá, una sensación de que vamos haciendo todo, pero no lo hacemos del todo.
Ya está aquí la cuarta temporada de Black Mirror, la aclamada serie británica empeñada en plantearnos inquietantes reflexiones sobre el ser humano y la tecnología. El primer episodio, del que trataremos de extraer algunas ideas que consideramos interesantes, se titula “USS Callister”.
[A partir de aquí, comienzan los temidos spoilers]Sigue leyendo
Vivir con menos, en una economía a escala verdaderamente humana, que muestre que lo pequeño, lo simple y lo sencillo puede ser bello, útil y suficiente. Producir y consumir conociendo lo que realmente necesita el ser humano, frente al uso y abuso insostenible del mundo agigantado que nos convierte en simples números. Utilizar una tecnología a la medida del hombre: accesible, útil y cercana. Organizar y distribuir los medios y recursos económicos desde un plan comunitario basado en valores morales y no solo en cálculos estadísticos. Alcanzar una alternativa sostenible y práctica entre aquellos que propugnan el ”retorno al hogar” y los que que preconizan la “huida hacia delante”.
Búsquela en el silencio, búsquela en la calma, búsquela en medio de la noche y búsquela también en la aurora. Deténgase a cerrar las puertas mientras la busca, y no se sorprenda si descubre que ella no vive en los museos ni se esconde en los palacios. no se sorprenda si descubre finalmente que la belleza no es solo un qué, sino también un quién. (El despertar de la señorita Prim. Natalia Sanmartín)
Llevo mucho tiempo pensando en escribir sobre One Tree Hill, una de esas series que le marcan a uno la existencia. No es una serie digna de figurar en las listas de mejores series de las páginas de cine de referencia (lo que la hace de alguna forma especial), pero en mi caso llegó en el lugar y momento adecuado y le guardo el cariño suficiente como para que hoy me vea en la necesidad de escribir sobre ella.
Para los que no la conozcáis, la serie narra las historias de unos adolescentes en el pueblo ficticio de Tree Hill, Carolina del Norte. Aunque los protagonistas, lugares y acontecimientos obedezcan a los arquetipos y clichés clásicos de toda serie de High School americana (jugadores de basket, animadoras, taquillas, un montón de tragedias, el prom…), la realidad es que la serie logra profundizar en los estereotipos, logrando, además de un afecto hacia los personajes, su desarrollo. Sobre todo porque es una serie profundamente moral, donde el bien y el mal están delimitados.
No se llama One Tree Hill por casualidad. Todo gira en torno a la comunidad, en la que no podemos hablar de coexistencia, sino de convivencia. No existe ningún individuo aislado (salvo alguno que se lía a tiros en la tercera temporada), sino que la comunidad, organismo vivo frente a la sociedad mecánica, se va alimentando del propio devenir del pueblo y de las historias de cada personaje. No es un pueblo diluido conceptualmente en abstracciones supranacionales. No hay ni Unión Europea ni Globalización. Cuando uno de los personajes viaja a algún lugar fuera de Tree Hill ¡parece como si fuera a irse a algún mundo remoto!
Es moral también en lo relativo al comercio. En One Tree Hill no hay McDonald’s ni Starbucks ni Amazon. Están el café de Karen, el taller de Keith, los restaurantes junto al río…
Río que si seguimos su curso nos lleva hasta la cancha donde entrenan los amigos, unidos por su amor al baloncesto. Esa es otra. Los personajes salen mucho de sus casas, pero estos hogares, lejos de ser refugios, están abiertos al mundo. Los amigos y familiares van a verse entre ellos, van a buscarse… (hoy ya no es tan evidente, como antaño).
One Tree Hill se estrena en 2003, y los chavales tienen en torno a los dieciocho, lo que implica que habrían nacido en la última mitad de los años ochenta. Es la primera generación de los llamados millennials. En la serie no hay redes sociales, pero se dan formas primitivas de los dispositivos que manejamos hoy: el ordenador caja, el Nokia ladrillo, un chat tipo Messenger… No tienen gran relevancia, por suerte. Porque los personajes, rollos sentimentales aparte, buscan sin descanso una única cosa: encontrar su vocación. Esta es la gran tensión de la serie, el motivo por el que creo que es tan valiosa. One Tree Hill nos enseña que cada uno está llamado a ser uno mismo. Ya desde los créditos iniciales nos lo dicen en la canción: «I don’t want to be anything other than me».
«buena parte de la vida nos va en acertar a preferir lo que realmente somos y a persistir en esa dirección, aunque también sea del todo preciso saber abandonar los espejismos de un yo preferido pero irreal. Distinguir entre lo uno y lo otro es más bien algo que nos pasa cuando ya se ha superado la dificultad, es decir, cuando la vida discurrida nos ha dado pruebas al respecto. Por eso la juventud es el periodo donde se concentran todas esas incertidumbres y desorientaciones.»
Y concluye así:
«Quien tiene la perfección como pasión de su oficio se cansa pero no se fatiga, pues ésta es la pena de los que recorren la vida sin descubrir qué ni quiénes les llaman.»
El título de la serie (tomado de la canción homónima de U2) se menciona en uno de los capítulos cuando la madre de uno de los protagonistas le dice a su hijo en una entrañable conversación: «There’s only one Tree Hill, and it’s your home.» Esta frase (que le repetirá nueve temporadas después una de las protagonistas al hijo que tendrá) es algo esperanzador para él. Frente a la radical inhumanidad de ser un engranaje de un sistema, una madre le promete a su hijo que hay un lugar donde es querido, que es lo mismo que decir hogar. Donde no hay vínculo, donde no hay raíces, donde no hay amor, no hay hogar. Su madre le está comunicando la esperanza de vivir en comunidad.
El profesor Evaristo Palomar recoge en una síntesis bellísima sobre la tradición lo siguiente:
«La tradición, como esperanza desde la presencia de lo pasado, es la memoria de una comunidad, que es inmediatamente perceptible, al presente, en la familia a través de su permanencia en el tiempo, desde la casa. La vida en cuanto que es, no es sino su derramarse dándose a los demás en fecundidad: ser, amor y donación. Por esto, el dolor en el compromiso de lo concreto y del “próximo”, desde la entrega, da paso a la alegría y al fervor que edifica la comunidad. (…) La tradición es la comunidad en tiempo y tierra. Lo que encierra implícitamente que la fuente de la tradición es el amor, pues toda comunidad se engendra por la amistad, y la amistad es el mismo amor en cuanto se manifiesta y funda por la intercomunicación, obrando según el propio bien la unidad en la común, en mutua reciprocidad.» (Sobre la Tradición, Tradere, 2011).
No sé si One Tree Hill pasará a la historia, pero sí sé que a mí me ha hecho mejor persona de lo que lo han hecho grandes series que hoy figuran entre las mejores. Series de indudable calidad cinematográfica, pero que tengo la impresión de que son en su mayoría nihilizantes. Quizás a nuestro tiempo le hagan falta grandes relatos de esperanza…
«Encuentra tu tribu» es un consejo que ha popularizado Ken Robinson en el ámbito educativo (Cf. El Elemento), pero es también un mantra típico para el desarrollo de equipos creativos. Parece un descubrimiento actual, importado del continente africano («Hace falta toda una tribu para educar a un solo niño») y, sin embargo, es una idea clásica en Occidente, sólo eclipsada por el individualismo de los últimos siglos. ¿Por qué necesitamos encontrar nuestra tribu? ¿Para qué la queremos? ¿Es realmente importante para nosotros tener una tribu? Sigue leyendo
En el último capítulo del Libro de la Selva, Kipling nos presenta a Mowgli con diecisiete años. Hace ya tiempo que mató a Shere Kan, y derrotó a los perros jaros. Ahora está en la plenitud de su fuerza, y todo el pueblo de la selva le teme. Es, como le llamarán más tarde, “un dios de los bosques”, “el amo de la selva”. Llega la primavera. Parece que todo es perfecto. Y, sin embargo… Mowgli tiene el corazón oprimido, y no sabe por qué… Sigue leyendo
«La defensa más común de la familia es que, en medio de las tensiones y cambios de la vida, resulta un sitio pacífico, cómodo y unido. Pero es posible otra defensa de la familia, y a mí me parece evidente; consiste en decir que la familia no es ni pacífica, ni cómoda ni unida. […] La razón es obvia. En una comunidad grande podemos elegir a nuestros compañeros. En una comunidad pequeña nuestros compañeros nos vienen dados». Así comienza G.K. ChestertonLa familia como institución en el mundo moderno, uno de sus muchos artículos en defensa de la familia. Sigue leyendo
Este fin de semana he asistido al “estreno” de un nuevo partido político en España.
Quizás por lo prematuro del proyecto y por respeto a aquellos que han consagrado y consagrarán una cantidad ingente de horas repletas de sinsabores y algún que otro chupito de alegría, me abstengo de mencionar nombres propios. Mantengo a fuego la política de enumerar fallas y aciertos intuidos al mismo tiempo que intento salvaguardar la identidad del reo. Sigue leyendo
Demasiado frío para correr en el patio, demasiado embarrada la tierra como para llevar el vaquero al suelo y hurgar con un palo en los poros de la roca. Siempre, el joven homo sapiens sapiens, en búsqueda activa de arcilla con la que pringarse las manos.
Las peonzas no rodaban, los gogos se manchaban y arañaban, los tazos se perdían en los charcos y las Magic, los cromos de la Liga y los Pokemon de cartón perdían color y la textura propia de sobre nuevo recién abierto. Obviamente, este problema era cosa ajena a los que tenían el mazo plastificado.Benditas madres.Sigue leyendo
Sentido de pertenencia, búsqueda de un hogar, encontrar nuestra tribu, poder decir ¡Tú también! y descubrir que así la vida se ensancha. La idea de «comunidad» evoca ese lugar en el que nos nutrimos como personas y en el que damos también lo mejor de nosotros. En ámbitos filosóficos, empresariales, familiares, políticos y, por supuesto, en el mundo del coaching, se empieza a expresar un anhelo de comunión: debemos recuperar el sentido de comunidad. Ahora bien: quizá no sabemos lo que decimos cuando hablamos de comunidad, puesto que en los últimos siglos Occidente ha puesto el acento en la autonomía del individuo y hemos configurado nuestro mundo como si cada uno se bastara por sí mismo, hasta el punto de considerar la interdependencia como una debilidad. Sigue leyendo
Comentaba Chema Medina en un artículo publicado esta semana que uno de los grandes logros del PP y del PSOE en las útlimas décadas ha sido el de enfurecer a la población española hasta el punto de lograr que se interese por la política, todo un hito en la historia de España.
Ahora bien, que la falta de interés político forma parte del carácter y la costumbre de buena parte de la población española no quita que, cuando las cosas pintan mal, la culpa sea siempre de los mismos, según la opinión comúnmente extendida. Sigue leyendo