La banalidad de nuestro mal (II): Convivir con lo invisible
IMPORTADO POR
EL CORTE INGLÉS S.A.
Hermosilla, 112
28009 MADRID-ESPAÑA
Me explico: He hecho el trabajo de quitarme la camisa y rebuscar en ella en busca de algún tipo de información. Además de lo ya señalado, he podido averiguar que está hecha completamente de algodón y que si la lavo a más de 40 grados centígrados probablemente el resto de mi colada se vuelva color de rosa.
(viene de un artículo anterior: ‘La banalidad de nuestro mal‘)
En nuestras dinámicas de compra los productos simplemente están ahí, no hace falta que nos preguntemos ni por qué ni cómo. En una sola estantería de un país moderno podemos elegir entre una veintena de variedades distintas del mismo bien, muchas de las cuales se fabrican a centenares o miles de kilómetros de distancia. Los instrumentos de estudio de mercado permiten al productor danés darse cuenta de que si traslada parte de sus cajas de galletas de mantequilla a la otra esquina del continente obtendrá beneficios de forma más eficiente que si reduce su ámbito de negocio al mercado local.
Hasta ahí, parece que todo es correcto: el mercado es capaz de movilizar la actividad económica allí donde el mercado permite detectar una bolsa de necesidad (una demanda) susceptible de ser cubierta de forma que tanto productor como consumidor obtengan un beneficio.
Ahora bien, este tipo de análisis, que es el que habitualmente se realiza a la hora de valorar la conveniencia o no de una decisión comercial (tanto de compra como de venta, en términos de coste de oportunidad) no da razón de la realidad de la actividad económica. Es únicamente un análisis relacional, un marco cerrado que limita la perspectiva al intercambio entre dos o varias voluntades, dentro del cual no entran –ni deberían entrar, a juicio de algunos– todos aquellos factores que inevitablemente forman parte de la realidad del producto. A estos factores los he llamado “lo invisible”. Sigue leyendo