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Rivera ‘classic’

En España por

Esta vez sí. Albert Rivera ha muerto políticamente después de trece años de esquelas que tuvieron que ser tiradas a la basura justo antes de ser publicadas. A unos pocos días de cumplir cuarenta años. La “nueva política” se ha cobrado su primera pieza. Es un ejemplo ilustrativo de su principal característica: la velocidad. Los ciclos se abren y se cierran en meses. Las situaciones no se asientan. El relato político consiste en una sucesión de giros que vuelcan por completo el panorama. La lógica de las series de televisión aplicada a la realidad. Convendría levantar el pie del acelerador. España merece una temporada serena dominada por la rutina

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Pablo Casado: el triunfo del apparátchik

En España por

Se detecta entusiasmo ante la elección de Pablo Casado (Palencia, 1981) como nuevo presidente del Partido Popular. No deja de resultar sorprendente: el joven líder representa muchos de los males que se han señalado hasta la náusea durante la última década de desafección política. Es casi un perfecto apparátchik, ese término coloquial de la etapa soviética con el que se designaba a aquellos funcionarios de responsabilidades difusas cuyo único mérito tangible era el correspondiente carnet del Partido Comunista. Los ocho años (1999-2007) que tardó en aprobar la carrera de Derecho dan idea de su ambición académica. El dato ha pasado casi desapercibido, gracias al mayor ruido generado por sus algo dudosas titulaciones de postgrado. Se ha publicado que sólo terminó –en un llamativo sprint final- porque fue la condición que le puso su mentora, Esperanza Aguirre, para incluirlo en las listas de las elecciones autonómicas de 2007. Sigue leyendo

Campaña de muertos

En España por

Originariamente, el término “campaña” hacía referencia al espacio de tiempo en el que un ejército permanecía en el campo sin regresar a sus cuarteles. Más tarde, se entendió por “campaña” el conjunto de movimientos que llevaba a cabo un ejército hasta alcanzar el objetivo propuesto. Todo orquestado a través de operaciones que ocurrían en un mismo espacio geográfico y en un momento determinado de la historia. Por ejemplificar las definiciones dadas; ahí tendríamos la campaña contra los piratas cilicios en la Roma de Marco Antonio y Pompeyo. La campaña en África donde tras dos años de conflicto los aliados llegaron a empujar a las fuerzas del Eje hacia Túnez, logrando la retirada de Mussolini en 1941. Y, por ir al puchero regional, la Campaña de Extremadura donde los nacionales o el ejército sublevado consiguió  unir la península con el Marruecos español, conectando al Ejército de África con el Ejército del Norte. Hecho que tuvo como consecuencia legitimada por las armas casi cuarenta años de franquismo.

El origen de las campañas políticas, sin embargo, es un tanto incierto. Los historiadores hacen la consideración de que la primera gran campaña fue en favor de la ejecución de Sócrates.  El “perturbador de la juventud”, como llegó a ser tildado por el Ágora a ración única de cicuta, encontró el castigo propio de aquellos que trataban de corromper con su discurrir dialógico y su cipotudismo intelectual la estructura sofista donde la apariencia y la verborrea lo eran todo.

Francisco Madero, Churchill, Hitler, Gandhi, Adenauer, Vargas – Llosa, Obama, Rajoy o Trump. Todos ellos, para la consecución de sus fines políticos, han tenido que pasar por la criba de la campaña. Algunos lo lograron. A otros les mataron. Y los menos, se dedican a debatir sobre sus fracasos en los cursos de verano de la complutense y a escribir libros monumentales entre las brisas y las caricias de papel de oro Rocher.

Esta semana, la actualidad española ha puesto de relieve la siguiente verdad: la política en nuestro país está en campaña permanente. Y en las campañas hay muertos.

Como un jilguero en primavera, como un nuevo gol de Messi, como una nueva corruptela política, las redacciones de los mass media han pasado por alto esta obviedad. Porque no es noticiable el tener a los políticos entre los pelos de la sopa. Va en el juego del derecho a conocer los entresijos del Congreso. Es el hijo incestuoso de la actualidad y la irrupción de las redes sociales. De pronto, todo sugiere, que lo que digan nuestros portavoces parlamentarios ha de ser el eco de lo que digan nuestro gritos.

La política les pierde. La mediocridad de nuestro corazón les devora.

Pero, claro.  ¿Hasta dónde les tenemos que exigir que se manifiesten? ¿Hasta qué punto es imprescindible un Tweet o una declaración de un político sobre lo que no es ámbito de su competencia?

Quizás sea llamativo que entre lo mucho que se ha escrito sobre Gabriel, sobre la prisión permanente revisable o sobre los disturbios en Lavapiés, nadie haya dicho que quizás los políticos estarían mejor callados en según qué momentos. Lejos de eso, abrimos telediarios con sus reacciones en redes, no salvamos tertulia de bar sin un hashtag o mención de por medio. Es curioso que nadie les haya apelado, respetando su dignidad parlamentaria,  a que sería valioso y deseable el que se pronunciaran exclusivamente para condenar los hechos y para acompañar a los afectados. Pero no. La política les pierde. La mediocridad de nuestro corazón les devora. Tiene que hablar porque no sabemos vivir sin el “tú más” del escaño digital. El sofista que se cuela entre los deberes no entregados a tiempo hace que en este mundo, que es muy afectado y vanidoso y que requiere de su pedagogía permanente por el mero hecho de ser político, hace, digo, que sea imprescindible para ellos el mostrar  los recovecos de su  trinchera ideológica, desde donde menean palabras y sentimientos de igual manera que el marrano se desparasita con el fango, compuesto, dicho sea de paso, de sus propias heces entre otras inmundicias.

Señora Villacís, señora Robles, señor Espinar, señor Hernando. Su opinión nos importa poco en materia de muertos.  Su fariseísmo sin ley, su recuento de cábalas demoscópicas solo son verdura de hastío.

Hacer política desde la morgue es viejo y es uso y costumbre de nuestro abecedario titular.  Pero porque esté arraigado en nuestro ADN político no quiere decir que sea cuanto menos despreciable.

¿Qué es ‘la trama’ de la que habla ahora Podemos?

En España por

En el último mes y, de forma más evidente, en los últimos días, se habrán dado ustedes cuenta de que Podemos ha estrenado –como si se tratase del Dr. Ford en Westworld— una nueva narrativa política en torno a un vocablo que en los próximos meses cobrará mayor y mayor relevancia en la comunicación del partido: ‘la trama‘.

El pistoletazo de salida del nuevo discurso del partido ha tenido lugar este lunes, cuando Iglesias ha presentado –por aquello de perpetuar la campaña de Hazte Oír, incomprensiblemente– un nuevo autobús: el #TramaBUS. Sigue leyendo

[RÉPLICA] Por qué no se equivocan los trogloditas de Hazte Oír

En Asuntos sociales por

Este artículo responde a otro publicado por Ricardo Morales en este mismo blog, sobre la polémica campaña de Hazte Oír en torno a la educación sexual y la transexualidad.

Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad” dicen que decía Aristóteles. Algo así me pasa a mí, fan de las salchipapas y lector de Democresía. Alguien a quien admiro y sigo con devoción insana, publicó hace unos días sus reflexiones intestinales sobre el asunto del autobús de los genitales. Me apresuré a leerlo seguro de que mi alma saldría lozana y mis pasiones dulcificadas tras aquella experiencia. Lamentablemente, me equivoqué. Acabé llorando en el suelo y dándome golpes en las nalgas, con la convicción de que tarde o temprano tendría que levantar la pluma para contradecir a mi maestro. Y eso es lo que me dispongo a hacer ahora –perdóneme Sr. Miyagi. Sigue leyendo

Resolver la realidad de un plumazo

En Asuntos sociales/España por

La realidad es compleja. Uno pone el ojo en cualquier cosa y a poco que se observe con el rigor y la diligencia que cada asunto merece, no es difícil sorprenderse por lo que cada cual encuentra en el camino, hallazgos de los que se desprende que casi nada con una cierta entidad puede resolverse de un plumazo sin una mínima consideración, un estudio, una meditación; en definitiva, un respeto –y un amor– hacia la cosa.

Esto viene probablemente por la mala costumbre que tenemos de tener pésimas referencias, como una clase político-mediática que no es que no haya sido sometida a los mínimos que se le exigen, por ejemplo, a los médicos, sino que carece del sentido común que sí tienen, por ejemplo, los pastores de mi pueblo, bien conocedores de su tierra y de sus necesidades. Sigue leyendo

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