Better Call Saul o la caída en slow motion
Una historia que narra las aventuras de un tipo insignificante en una ciudad ficticia casi tan insignificante como él. Ningún crimen digno de arrastrar la furia de las Erinias, ningún amor trágico que despierte la compasión de los dioses, ninguna injusticia que clame al cielo. Y sin embargo, Better call Saul sigue abriéndose camino entre tanta oferta de neón y escaparate, con su ritmo lento, sus diálogos inteligentes, su apuesta por el detalle y los matices.
Hay un aura innegable del universo de Breaking Bad, aunque el envoltorio que recubre ambas propuestas es tan distinto, que muchos pueden descartar la historia de Jimmy McGill y recordar con nostalgia a ese Fausto de la química llamado Walter White. O simplemente reducir Better Call Saul a un spin-off para frikis cautivos de las semejanzas o relaciones que pueden trazarse entre la original y la derivada. Sin embargo, los creadores no han querido rizar el rizo más de la cuenta, al estilo del nefasto Joey desgajado de Friends. Me atrevería a decir que se trata más bien de lo contrario: con Breaking Bad se ganaron el derecho a jugar según sus reglas, a explotar su estilo guste a quien le guste. Y en vez de correr una carrera de cien metros (y haber ganado las olimpiadas) han querido correr la maratón. Sigue leyendo