Todo tiene un final. Los hombres mueren, aunque nieguen esa palabra; nadie se lleva la riqueza a la tumba, aunque se atesore con avaricia; la injusticia podría acabar si un pueblo se dedicaba a ello; e incluso la magia del progreso se agota cuando la contaminación ya no se puede esconder. Mueren los hombres, pero permanece el Hombre en sus dramas y sus esperanzas. La muerte era, para Miguel Delibes [1920-2010] el desenlace inevitable y no siempre justo de una vida no siempre vivida: “al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales”.
Frente a otros novelistas, Eric Arthur Blair no se equivocó en la fecha. Siempre parece que se equivocan los autores de distopías, por exceso o por defecto, a la hora de situar en el tiempo la fecha de llegada de ese futuro lleno de miedos, marcado por el apocalipsis o habitado por el último hombre. Pero Eric, que había adoptado el pseudónimo de George Orwell, no lo hizo, al situar en 1984 la trama de su inmortal novela del mismo nombre; ese año aun sobrevivía, aunque escondiendo su debilidad terminal, la utopía comunista que denunció casi a contracorriente. Había muerto décadas antes el inspirador del personaje del todopoderoso cerdo Napoleón, pero el Animalismo revolucionario seguía vigente (al menos formalmente) y el todopoderoso Gran hermano perduraba todavía (aunque solo sobreviviría un lustro más a esa fecha icónica).Sigue leyendo
Pocas teorías en la historia occidental han sido tan analizadas, estudiadas, valoradas, criticadas o incluso condenadas, como la marxista. Este año, bicentenario del natalicio de Karl Marx, nos conduce a una reflexión en torno a una de las figuras intelectuales capitales del siglo XIX, uno de los pensadores elementales para entender la actualidad y un crítico del sistema económico cuyas aportaciones, algunas rebasadas por la Historia y otras aún vigentes, constituyeron la base de una de las grandes utopías del siglo XX. Sigue leyendo
“Tengo curiosidad por saber lo que encontraré yo, que busco monstruos”. Estuvo siempre en el lado malo; el lado del provocador y del blasfemo, del revolucionario y del antidemócrata, del golpista y del confabulador, del fascista y del comunista, del refundador del mundo y de la sociedad, de los monstruos divinizados por los hombres y por las ideas. Curzio Malaparte [1898-1957] era el periodista Kurt Erich Suckert, el revolucionario toscano que buscó tanto en lado diestro como en el siniestro, el polémico dramaturgo sin éxito que latinizó su nombre alemán, y el brutal escritor neorrealista más conocido por el nombre de guerra que desde 1925 marcó su destino.
Eligió la “malaparte” no solo como un juego de palabras, entre la ironía y la paronomasia, con el apellido del imperial Bonaparte; lo hizo para ser parte del lado provocador y transformador de la Historia que da la fama y también la quita, como el símbolo de una nueva persona en un nuevo mundo que muchos se dedicaron y se dedican a forjar, a sangre y fuego. Sigue leyendo
El miedo en la literatura nos ha legado a varios autores que han trascendido su obra para convertirse en iconos culturales, como ha sido el caso de Edgar Allan Poe, Howard Phillips Lovecraft y, más recientemente, Stephen King. Con ello no queremos descartar por supuesto, a Mary Shelley, cuya máxima obra gótica está por cumplir su bicentenario, a Joseph Sheridan Le Fanu, Bram Stoker, Arthur Machen, M.R. James, Robert Bloch o a William Hope Hodgson, por citar algunos escritores.
Sin embargo, más allá de la ficción contenida en los relatos y cuentos de terror, horror o misterio, algo que resulta por demás llamativo es el cúmulo de símbolos y significados inmersos en la narrativa, y que inexorablemente nos remiten a la propia personalidad del autor.
De los ocho millones de dioses que acuden a la casa de baños de la bruja Yubaba, no es probable que entre ellos encontremos a Eros. Pero la razón de esta ausencia es su falta de tiempo: el dios griego no se toma descanso en la filmografía de Miyazaki. El amor humano es uno de sus grandes temas, y el genio japonés, de una u otra manera, acaba por invocarlo en todas sus películas. Es verdad que aparece en compañía de otros amores, como el amor filial y sobre todo la amistad. Pero siempre hay un lugar reservado para Eros. ¿Cómo no iba a tener este amor un lugar privilegiado en el imaginario de un artista que sustenta su universo en el poder transformador de la mirada? Sigue leyendo
El ser humano conoce el mal, sabe usarlo, en muchas ocasiones lo justifica como necesario o inevitable, e incluso lo llega a equipar con el bien. Pero sabe también que, tarde o temprano, todo mal conlleva una pena, propia o ajena, por la vía del castigo social o por la dolorosa redención personal, muriendo para renacer.
Fiódor Mijáilovich Dostoyevski [1821-1881] comprendió esta realidad en su propia vida y en la de los personajes que construyó para identificar los Demonios de su época; desde ese estudio tan profundo y tan citado del alma humana, y en concreto de una pretendida como singular “alma rusa” (por geografía, por historia, por cultura) que su coetáneo Lev Tolstoi intentó cambiar desde el ejemplo (y al que la posterior Unión soviética ensalzó como promotor, mientras censuraba al “reaccionario” Dostoyevski).
“Gilbert Chesterton no ha dejado quien pueda ocupar su lugar. Único en su estilo y sus paradojas, no fundó escuela. Los imitadores que tan a menudo recuecen los restos de un banquete literario, esta vez no han surgido. Queda como un solitario caballero andante que, en su viaje a través de Fleet Street, fue huésped de todas las tabernas de hospitalario ingenio y alegre camaradería”.
Con estas palabras Ada Jones Chesterton definió la vida de su cuñado, Gilbert Keith. Acaso una de las mentes más privilegiadas de los últimos tiempos y, sin lugar a dudas, una de las personalidades más fantásticas de la historia de la humanidad. Y su rareza es el motivo de su falta de escuela. No hay imitadores ni hay continuadores. Hay discípulos y amigos. Personas que se han encontrado con sus escritos y sus escritos les han conducido del misterio al Misterio. Sigue leyendo
Quedamos en un café, a media cuadra del edificio de la agencia de noticias Télam donde Maximiliano es hoy Prosecretario General de Redacción. Llega hablando por teléfono con alguien de su equipo (“la nota tiene que salir hoy”) pero en cuanto me ve, se despide y me saluda. Cordial. Sencillo.
Nos sentamos y pedimos un café. Tardamos un rato en empezar la entrevista, el entrevistado tenía curiosidad por conocer las razones por las que el entrevistador quería escribir sobre su trabajo. Le conté que cuando vivía en España la nostalgia me llevaba a leer todas las semanas prensa argentina, entre ellas, La Nación-Online. Ahí me sorprendió una columna de crítica literaria, de buena crítica literaria. Y me dije, “si algún día vuelvo a la Argentina, tengo que entrevistar a este crítico”. Y volví. Y ahí estábamos.
En cuestión de seis años, Taylor Sheridan pasó de quedarse en paro a estar nominado a los Oscar por el guión original de Comanchería (Hell or High Water, 2016).
Tirador, Guardaespaldas, Tim Lewis, Joel Banks… ¿Les suenan estos nombres? Los personajes episódicos a los que Taylor Sheridan (Texas, 1970) ha interpretado la mayor parte de su carrera carecen de resonancia alguna en la mente del espectador. Títulos como Sicario (Denis Villeneuve, 2015) o Hell or High Water (David Mackenzie, 2016), en cambio, han logrado el aplauso unánime de crítica y público. ¿Qué ocurrió para que, en cuestión de unos años, Sheridan pasara de una carrera frustrada como actor secundario a ser uno de los guionistas de moda en Hollywood? ¿Cómo se explica este ascenso meteórico?
El punto de inflexión: aprendiendo a escuchar a la industria
Hasta 2010, el mayor logro en la carrera de Sheridan había sido el papel de Sheriff en la serie Sons of Anarchy. A pesar de ser un personaje secundario que funcionaba más bien como antagonista de los moteros protagonistas, se trataba de una posición profesional bastante ventajosa. Un trabajo que, proporcionalmente hablando y en una industria tan feroz y precaria como la del espectáculo, está al alcance de muy pocos.
Sin embargo, Sheridan no terminaba de consolidarse como actor en Hollywod. Su carrera no despegaba. El síntoma más inequívoco de su estancamiento llegó con la negativa de Kurt Sutter, aclamado showrunner de Sons of Anarchy, a renovar su contrato al alza. Teniendo en cuenta que Sheridan iba a tener su primer hijo, ya no se trataba de una cuestión meramente artística o profesional. Sabía que necesitaba el dinero para criarlo; no podía conformarse con el sueldo de antes.
Entonces fue cuando, en palabras del propio tejano, aprendió a “escuchar a la industria”.
El salto de fe: escribe de lo que sabes
Lo más lógico, podría pensarse, hubiera sido aceptar el mismo contrato y continuar en la serie mientras buscaba otro papel. Pero Taylor Sheridan tomó una decisión mucho más arriesgada: sentarse a escribir. Si nadie parecía creer en su capacidad interpretativa, quizás era el momento de dar un giro a su carrera.
Con un hijo en camino, Sheridan dimitió de Sons of Anarchy y empezó a teclear.
Según cuenta, él nunca había escrito un solo guión. Pero había leído muchos; algunos muy malos. Y sabía no tanto lo que debía hacer, sino los errores o fallos más comunes que no debía cometer. La segunda clave de su escritura, totalmente alejada de los manuales de guión o de cualquier estudio académico de narrativa, fue su propia experiencia.
Como tejano, Sheridan conocía de cerca la guerra contra los cárteles de la droga en la frontera con México. De aquí nació su primer guión: Sicario. Un atmosférico y soberbio thriller de acción dirigido por Denis Villeneuve –cuya notable Arrival está nominada en la presente edición de los Oscar– y protagonizado por Emily Blunt, Benicio del Toro y Josh Brolin.
Pero lo más impresionante no eran ni el director, ni el estelar reparto, ni la intrínseca calidad narrativa de Sicario. Tampoco su rotundo éxito mundial. Lo alucinante es que Sheridan había conseguido que produjeran y estrenaran su primer guión, hecho insólito en la carrera de un guionista.
‘Comanchería’: la revelación definitiva
Después de recibir el premio del Sindicato de Guionistas de Estados Unidos por Sicario, Sheridan siguió bebiendo de la fuente de la experiencia. Esta vez en clave más socio-económica y con envoltorio de western moderno. El guión de Comanchería, a la que luego cambiarían el título por Hell or High Water, también fue vendido. Y producido.
Tras ganarse el favor inmediato de Chris Pine, joven estrella acostumbrada a proyectos más comerciales y “convencionales” como la saga Star Trek, el proyecto echó a andar. Ben Foster se subió al carro y, como guinda al pastel, Jeff Bridges también se incorporó a la película. Dirigida por David Mackenzie, Hell or High Water acumula cuatro nominaciones a la presente edición de los premios Oscar. A mejor película, a mejor actor de reparto (Jeff Bridges) y a mejor edición. ¿Adivinan la cuarta?
Independientemente de que Taylor Sheridan gane el Oscar por el guión original de Hell or High Water, su asombrosa trayectoria constituye un premio en sí misma. A los 47 años y después de remar durante más de dos décadas en Los Ángeles, Sheridan por fin ha descubierto su vocación. Y de la manera más fructífera que pueda imaginarse.
Ahora acaba de rodar su primer filme como director (Wind river, 2017), con Jeremy Renner y Ashley Olsen de protagonistas. El ascenso continúa.
En 1991 Emir Nemanja Kusturica perdió su país, y su Identidad. Hijo de padre serbio ortodoxo y madre bosnia musulmana, asistió perplejo a como desaparecía la vieja Yugoslavia, la “unión de los eslavos de sur”.
Su obra y su vida aparecen como ejemplo historiográfico, desde el cine, de la creación y destrucción de la Identidad, personal y colectivamente en nuestro devenir contemporáneo; y sobre todo de cómo ésta afecta a los hombres y mujeres en una vida cotidiana donde lo real (lo que supuestamente vivimos) y lo mágico (lo que hubiéramos deseado que pasara) se conectan indisolublemente. Sigue leyendo
La vida, en ocasiones, es como un viaje en una montaña rusa llena de subidas y bajadas que no te esperas cuando van a llegar. Pese a todo, siempre hay una nueva oportunidad para volver a intentarlo otra vez, para no perder ni la esperanza ni la ilusión. Un claro ejemplo de ello es Cesare Prandelli, actual entrenador del Valencia, que por más golpes que ha recibido siempre ha acabo levantándose.
Desde que era joven, el técnico del equipo che, no lo ha tenido nada fácil. Con 16 años, cuando empezaba a despuntar como futbolista en las categorías inferiores, sufrió su primer golpe en la vida al morir su padre. Pese a ello, supo reponerse y levantarse para lograr su gran sueño: jugar en la Serie A.
Cesare Prandelli durante su etapa en la Juventus
Lo acabó consiguiendo con creces al llegar a jugar en la mítica Juventus de los años 80, aunque una vez más la tragedia se volvió a cruzar en su camino. Prandelli, como jugador bianconeri, vivió in situ la final de Copa de Europa más dramática: la de Heysel, que será recordada más por la muerte de 39 personas en el estadio que por el resultado final del partido.
Años más tarde, Prandelli acabaría colgando las botas antes de lo esperado, a la edad de 32 años, debido a una grave lesión de rodilla. Pese abandonar la práctica del fútbol antes de lo esperado, no se vino abajo y supo rápidamente reconvertirse a entrenador.
Como técnico, su primera gran oportunidad llegaría cuando le designaron manager del Parma. Un equipo con un ambicioso proyecto que años atrás ya había ganado la Copa Italiana, la de la UEFA, la Supercopa… y que quería seguir esa estela de títulos con el actual entrenador valencianista. Sin embargo, al poco de su llegada se produjo la caída del grupo Parmalat, que era el sustento económico de la entidad y el club entró en una gran crisis. Pese a ello Prandelli, gracias a su tesón, consiguió sacar el proyecto adelante lo que le valió que la Roma se fijara en él para contratarlo como entrenador.
Por fin le llegaba la oportunidad que tanto había anhelado, ya que el conjunto capitalino era el subcampeón del campeonato y querían que él les convirtiera en campeones. Pero Prandelli no llegaría a sentarse en el banquillo de la Roma, la vida volvería a ser injusta con él. Su mujer cayó gravemente enferma y el italiano decidió renunciar a todo para estar a su lado. En el país transalpino muchos no entendieron que dejara escapar el tren de la Roma y Prandelli les respondió con una frase que aún muchos recuerdan allí al afirmar sin dudar que “el fútbol sí enamora, pero a mí, solo me enamoró ella”.
Su esposa mejoraría, lo que le sirvió para volver a los banquillos de nuevo, esta vez de la mano de la Fiorentina. Con el equipo viola vivió grandes momentos, como llegar a la semifinal de la Copa de la UEFA y clasificarse para la Champions League, aunque no llegó a saborearlos debido a que su mujer volvió a recaer y esta vez no pudo vencer a la enfermedad.
Fueron los peores momentos para Prandelli, que veía como en lo profesional era nombrado mejor entrenador del año en Italia, pero en lo personal su vida se derrumbaba al perder al gran amor y motor de su vida. Aún así –si hay alguien que sabe lo que es luchar contra la adversidad es él– supo sobreponerse a este duro golpe y aceptar el cargo de seleccionador italiano.
Prandelli supo reconstruir el equipo tras el fracaso del Mundial de Sudáfrica y convirtió a Italia en subpcampeón de Europa en la Eurocopa de 2012. En este puesto, como viene siendo habitual en su vida, tampoco lo tuvo nada fácil ya que poco antes de comenzar el campeonato tuvo una nueva piedra en el camino: la trama de las apuestas que estalló en Italia aquel año.
Prandelli, como seleccionador nacional de Italia durante la Eurocopa 2012
Ahora tiene una nueva meta: devolver al Valencia a la élite. En el conjunto che ya se nota su mano, ya que ganó un partido y perdió otro pero ante el todopoderoso Barcelona y de penalti en el último minuto del partido. Prandelli confía en conseguir el difícil reto para el que le han contratado, porque si de algo sabe es de superarse ante todo tipo de adversidades.
Hace unas semanas recibí un correo electrónico de un amigo. El asunto del correo era este: “La música que me gustaría que sonara en mi funeral”.
Una vez superado el segundo durante el que pensé con terror que estaba ante una forma melodramática (nunca mejor dicho por la propia etimología de la palabra) de despedida, y siendo consciente de que el emisor del mensaje no frivoliza así como así con “el tema”, pude continuar: “Te envío un par de enlaces a canciones de Bill Fay”. Sigue leyendo
Al igual que ocurre con Sócrates, esta es una pregunta difícil sino imposible de responder. Es tal la riqueza de su legado que filósofos tan distantes entre sí como Jacques Derrida o Cornelio Fabro han visto en Kierkegaard un interlocutor imprescindible. Hermano Kierkegaard, le llamaba Unamuno a principios del siglo pasado mientras que las dos figuras decisivas de la filosofía del siglo XX, Heidegger y Wittgenstein, reconocen su influencia, como también los dos grandes de la teología cristiana, protestante y católica, Barth y Balthasar. Kierkegaard está más que presente en Ordet, tal vez la mejor película del genial Dreyer, así como en el cine de Bergman y, por acercarnos a nuestros días, nos lo encontramos también en las películas de Terrence Malick, los guiones de Charlie Kaufman o las series de David Milch. Sigue leyendo