La realidad es compleja. Uno pone el ojo en cualquier cosa y a poco que se observe con el rigor y la diligencia que cada asunto merece, no es difícil sorprenderse por lo que cada cual encuentra en el camino, hallazgos de los que se desprende que casi nada con una cierta entidad puede resolverse de un plumazo sin una mínima consideración, un estudio, una meditación; en definitiva, un respeto –y un amor– hacia la cosa.
Esto viene probablemente por la mala costumbre que tenemos de tener pésimas referencias, como una clase político-mediática que no es que no haya sido sometida a los mínimos que se le exigen, por ejemplo, a los médicos, sino que carece del sentido común que sí tienen, por ejemplo, los pastores de mi pueblo, bien conocedores de su tierra y de sus necesidades. Sigue leyendo