Revista de actualidad, cultura y pensamiento

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La definición jurídico-estética del Arte

En Democultura/Pensamiento por

En octubre de 1926 atraca en el puerto de Nueva York un carguero que contiene una mercancía especial. Se trata de 20 piezas del escultor rumano Constantin Brancusi, entre las que se encuentra Pájaro en el espacio. Cuando el funcionario de aduanas revisa la carga para aplicar la tarifa aduanera correspondiente, no duda en aplicar el artículo 399 de la Tariff Act de 1922, que obliga al propietario a satisfacer el 40% del valor estipulado de la mercancía, en vez del 1.704, por el que quedaban exoneradas de pagar aranceles las esculturas o estatuas originales de las que no existen más de dos réplicas o reproducciones. La misma legislación aportaba ciertos criterios para interpretar los términos “escultura” o “estatua”: producciones de escultores profesionales en alto relieve o en relieve, en bronce, mármol, piedra, tierra cocida, marfil, madera o metal, ya sea talladas o esculpidas, y en todo, caso trabajadas a mano.

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MELOPEA con Lupe de la Vallina: “No hay nada más sexy que la verdad”

En Entrevistas por

Fotógrafa, retratista, artista… Lupe de la Vallina inmortaliza con su cámara. Plasma a un persona que, generalmente, está a otra cosa, respondiendo a cuestiones sobre su vida, sobre lo que le ha convertido en alguien socialmente interesante, o simplemente contándose.

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Aquél verano de 1993 que es hoy y ahora

En Cine por

La historia de cada persona pasa por momentos concretos. Hay acontecimientos puntuales donde la vida cambia, y que ocurrieron en ese momento y no en otro; en ese lugar y no en otro. Puede ser un día, un mes, o una estación. Y el del 93, a priori, fue un verano como tantos otros. Menos intenso, quizá, que el anterior, con la llama del Estadio Olímpico de Montjuic ya consumida y la omnipresente figura de Cobi que comenzaba a fosilizarse como un icono pop de nuestra historia reciente. Yo tenía cuatro años aquél verano del 93 y sólo guardo dos recuerdos: el viaje a Jaca con mi familia y la llegada de mi hermano Pablo. Uno de esos recuerdos se convirtió en hito, en memorial, en uno de esos acontecimientos puntuales donde mi vida cambió (aunque de eso fui consciente más tarde). Efectivamente, no fueron las vacaciones en los pirineos.

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ARCO: entre el circo y la belleza

En Exposiciones por

Creo que si en la muestra de la Sociedad de Artistas Independientes, hace casi ciento cuarenta años, alguien hubiera dicho que el mercado del arte iba a devenir tan excesivamente ecléctico, ni Duchamp mismo se lo hubiera creído. Desde su desafío a raíz de la propuesta de “La fuente” en 1917 hemos visto cómo la provocación artística ha crecido hasta límites insospechados.

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El indie rock tuvo una época dorada (y ya pasó)

En Música por

El nacimiento de un determinado movimiento artístico siempre ha sido el resultado de un cúmulo de circunstancias especiales. Situaciones propicias en las que el talento de algunos se une al hambre de otros. En definitiva, puestos a simplificar, podría ser como ese momento en el que el aire de la habitación está demasiado cargado y se abren todas las ventanas de la casa. La reticencia a lo demodé es otra cuestión a tener en cuenta como la punta de lanza de unos cuantos jóvenes melenudos en busca de algo diferente.

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La ternura de la sencillez

En Religión por

“La natividad” (1597), Federico Fiori Barocci

Recuerdo desde niña ver esta imagen en la Biblia ilustrada que mi madre colocaba en el recibidor de mi casa. Siempre estaba abierta por esta página durante los días de Navidad y recuerdo observarla durante horas, sabiendo que, dentro de su sencillez visual, había algo mágico en ella que captaba mi atención. Es la imagen de Natividad que viene a mi cabeza cuando pienso en esta época y su recuerdo no solo me devuelve a la niñez, sino que hace permanente en mí la sensación que tenía al observarla: la ternura que emana de o la sencillez de esta escena. Sigue leyendo

Solo quien ama canta

En Antropología filosófica por

Buscando mis amores,

iré por esos montes y riberas;

ni cogeré las flores,

ni temeré las fieras,

y pasaré  los fuertes y fronteras.

San Juan de la Cruz

En Solo quien ama canta encontramos una serie de deliciosos textos de Joseph Pieper sobre las andaduras terrenales del hombre en torno al trabajo, el ocio y las artes en general y la música y la escultura en particular. ¿Para qué trabajamos?, se pregunta Pieper, y responde siguiendo a Aristóteles: para poder tener ocio. El trabajo ha absorbido el tiempo y el esfuerzo de los hombres, en un régimen de «estado totalitario de trabajo» y el Arte parece asomarse como la hierba entre los adoquines de una acera en tiempos estériles, donde nos preguntamos para qué sirven los poetas, como reza el canto de Hölderlin.

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Javier Riera: geometría en la oscuridad

En Exposiciones por

Hasta el 25 de noviembre, el Centro Gallego de Arte Contemporáneo (CGAC) acoge la obra de Javier Riera (Avilés, Asturias, 1964), artista visual de la luz, la geometría y el paisaje en una muestra comisariada por Santiago Olmo y con intervenciones directas en el Parque Bonaval, de donde toma el nombre.

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Lewis contra Freud: combate nulo

En Teatro por

Corre el año 1939 y Europa se encuentra al borde de la II Guerra Mundial. El Dr. Sigmund Freud se ha instalado en Inglaterra tras huir de una Viena invadida por los nazis. Un joven profesor de la Universidad de Oxford visita la consulta londinense del padre del psicoanálisis dispuesto a librar un duelo por todo lo alto. ¿Pudo ser C. S. Lewis? En” La sesión final de Freud”, representada hace algún tiempo en los escenarios de Madrid, se juega con esta posibilidad.

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Dark Souls: la eterna partida

En Videojuegos por

Hidetaka Miyazaki ha sido sin duda uno de los mayores revolucionarios del mundo de los videojuegos. Quizá el último director en elevar una saga entera a los altares de la leyenda. Su legado: un mundo de fantasía con el sabor trágico nipón, de inmensa jugabilidad, presentado a través arte del videojuego.

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John Ford: amor a primera vista

En Cine por

Como decía Graham Greene en su célebre novela, una historia no tiene ni principio ni final, sino que elegimos el momento de la experiencia desde el cual mirar hacia atrás o hacia adelante. En un momento determinado de mi vida conocí a John Ford. Desde entonces soy más feliz. Nunca tuve un padre o unos abuelos que me pusieran películas, pero gracias a Dios, navegando por la Red me topé con José Luis Garci y Eduardo Torres-Dulce, que han sido como ese padre, o esos abuelos, que me han enseñado lo que es el cine.

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Fernández Mallo: “La Biblia es un producto pop”

En Entrevistas/Poesía por

El Donostia International Physics Center hospeda el programa Mestizajes, cuya finalidad es la exploración de las relaciones entre arte, ciencia y literatura.  Se antojaba un contexto propicio para conversar con el físico y poeta Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) tras la publicación de su poesía reunida, a la que se suma el inédito Ya nadie se llamará como yo (Seix Barral, 2015).

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Nuestros manjares cinematográficos (I)

En Cine por

A los democresianos nos pirra el cine. Por eso nos marcamos, gracias a los textos publicados por nuestros colaboradores, este viaje desordenado a través de los mejores creadores de historias. Repasamos actuaciones y personajes extraordinarios, aventuras fantásticas, y el enigmático mundo nipón. 

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Reflexión estética: ¿es romántico bailar y que se te vea la hucha?

En Reminiscencias de una hormiga por

Imaginaos la siguiente escena.

Viernes. Fin de semana de San Valentín. En un pub de la ruta de la madera alicantina, una pareja baila cuando nadie baila. Un bailar inconcreto que se detiene con frecuencia: se abrazan, se tocan, se susurran, y lo hacen con un contoneo leve que persiste con la única excusa de mantener la cercanía física. Los enamorados, ya se sabe, funcionan a un ritmo diferente, más errático y bacteriano. Él es bastante más alto que ella y rondará los 50 años; ella es pequeña, de cabello rubio pajoso que parece teñido. La mujer, de hombros vagos, exhala cierta timidez o pasividad, como si viviera en continua expectación. El efecto quizás se debe a que la altura de su pareja la obliga a alzar la cabeza y a inclinarse continuamente.

Hay un perro en el bar, un perro enorme. Suena rock. Se juega a los dardos, al futbolín, se bebe. Muchos se acodan en la barra. Por algún motivo, a la camarera le cuesta sumar el precio de dos gintonics estándar: 6+6. Hay gente madura, hay jóvenes -treintañeros- y adultos recién horneados, inseguros todavía, hablando como si ensayaran cada frase y les saliera mal y se arrepintieran.

Y en medio, sin ocupar espacio en la barra ni bloquear el camino hacia la diana, se mueve la pareja. Se les ve enchochados, qué bonicos. El amor sobrevive, es una fuente inagotable de adolescencia sin importar la edad de los afectados. Contagian esperanza en quien los mira. Es verdad, sin ironías. Sin embargo, hay un detalle que les destroza el aura. Él lleva unos pantalones muy justos, ahorcados por el cinturón, la camiseta no le tapa toda la espalda y deja tres o cuatro centímetros sin cubrir, suficientes para que le asome la raja del culo. “Se le ve la hucha”, como dicen. Entonces se rompe la ternura que suscitaban, se desintegra la sonrisa del observador y, sobre todo, se transforman todas las figuraciones que uno se hacía sobre ellos: el bello y apacible amor se convierte en algo gelatinoso y sospechoso de distintas impurezas. ¿Tan adulterada tenemos la idea estética del amor o la pasión que en cuanto vemos un poco de animalidad sin adornar caemos en el rechazo? ¿Tan intervenido está el imaginario colectivo? Las películas de gordos, feos o de gente-del-montón que se enamoran siempre son comedias, o peor… El cine nos dice que la pasión legendaria, los besos en primer plano, la caída de sábanas renacentista sobre los glúteos, conforman un universo accesible sólo a los guapeados. De manera que la raja del culo lo estropea todo.

Al hombre le falla la talla, el pantalón es viejo y le queda pequeño. Lleva años en su armario, seguro, y se resiste a desecharlo porque eso supondría aceptar la edad y la lorza acomodaticia. O tal vez, y hablo por hablar, llevaba tiempo sin ponérselo y, como tenía una cita con ella, ha confundido la juventud del alma con la juventud física y ha decidido recuperar los vaqueros viejos.

Pensándolo bien, tal vez la pareja no es nueva. No, no es nueva. Llevan años casados y él es de esos que mantienen la cachondez de la relación a base de adulteración y fetichismo. Camina por los sexshop (y sigo hablando por hablar), revisa los estantes, muy experimentado, asiente, duda, palpa un picardías o la caja de un anillo vibrador y va cebando su imaginación. Compone escenas que vayan más allá, siempre un gramo más allá como en la cuchara de un personaje de The Wire. En este punto, es de suponer que la hucha se le alegra.

De momento, ahí están esta noche: bailan y se paran. Vamos a dejarlos. Son felices, no lo negaría nadie. Y si no fuera por Hollywood -y por los remilgos que nos contagia- representarían la capacidad humana de vivir.

Este artículo fue publicado originariamente en “Manjar de Hormiga“. Lo rescatamos para “gozadera” pública con el permiso y sorpresa de su autor. 

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Jugar, placer responsable

En Videojuegos por

Jugar a videojuegos tiene mala fama en el mundo adulto, sobre todo entre los más “intelectuales” que lo tildan de influencia negativa para los más jóvenes y los no tan jóvenes. Lo definen como un intento de arte, abocado al mero y banal entretenimiento evasivo que impide realizarse a quienes dedican horas a este joven y aun por definir, “octavo arte”. Sin embargo, cuarenta años de desarrollo es pronto para finiquitar una tendencia artística tan integrada en la actualidad que como cualquier arte busca expresarse, dirigiéndose fundamentalmente a quien lo vive e incorpora a su experiencia.

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Nosferatu: el cine expresionista y los horrores del siglo XX

En Democultura por

El género del terror nos ha legado historias que, llevadas a la pantalla grande, han convertido a sus monstruos en leyendas con el paso del tiempo se vuelven mitos contemporáneos. Uno de ellos, y que quizá con algo de razón ha sido interpretado como el arquetipo junguiano de La Sombra, es el mito del vampiro, al que todos concebimos en el imaginario colectivo ya sea bajo la forma romántica del Drácula de Francis Ford Coppola, o portando la indumentaria clásica de Bela Lugosi o Christopher Lee, o desde una polémica perspectiva millennial, con el aspecto de Robert Pattinson.

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Emancipación y soledad

En Antropología filosófica/Pensamiento por

Vivimos en tiempos extraños. Tiempos en los que hay más críticos de arte que artistas. Un mundo donde viven mejor los expertos sobre la obra de Bach que sus intérpretes. La creación, con su absoluta liberalidad, ha sido sustituida por la técnica.

Vivimos en la era de los museos y los catálogos. Nos encontramos más cómodos contemplando un retablo de El Greco en una sala cerrada, con la iluminación “adecuada”, que en una iglesia oscura durante el culto y creemos que el Officium Hebdomadae Sanctae de Tomás Luis de Victoria debe ser escuchado en un auditorio con una buena acústica.

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Mujer muda busca monstruo del pantano para lo que surja

En Amor y sexualidad/Cine por

Hubo una época donde los “bichos raros” se agolpaban en torno al televisor por la noche.

En esa franja delirante comprendida entre la 01:30 de la mañana y las 06:00 de la mañana, místicos en calzoncillos, beocios sin remedio, perezosas de toda clase y condición, insomnes empedernidos o padres primerizos con restos de baba neonatal en el pijama, se agolpaban frente a la caja de luz a ver una y otra vez las bondades de determinada lijadora, de una mopa que limpiaba hasta el pasado, un concierto de jazz de tres al cuarto, documentales del cine húngaro de los años 30 o, para los más decididos o más voluntariosamente despistados, una variedad extraordinaria de películas pornográficas;  especialmente burdas y especialmente frecuentes en las cadenas locales y regionales.

Lo que ahora revisa Zuckerberg en cada whatsapp calenturiento, antes se ocupaba un mandao de la programación  de la tele del barrio.

En este último caso, antes de que Tinder nos pusiera a discernir sobre el eros, uno se podía encontrar, entre embestidas y diálogos de lo absurdo, un tablón de anuncios para los ahogados en la soledad más picosa que, como decía Florentino Ariza en lo que Fermina Daza le abría las sábanas de su cama, es la de la carne.

Era en esa franja extraña de la noche donde antes de la aparición de las redes sociales todo se mezclaba. El olor a gato de la casa, la cerveza medio abierta, un calcetín en disposición confesional… Lo que ahora revisa -cuando tiene tiempo- el bueno de Zuckerberg en cada whatsapp calenturiento, antes se ocupaba un mandao, que no cabe hacer distinción de género en la parrilla de la tele del barrio.

Lo que más me despertaba la atención en ese momento, por lo jocoso y la curiosidad impertinente por encima del apetito básico, era que en la pequeña pantalla, ante el aderezo sexual que ocupaba la parte superior del recuadro azul, un hirviente chat primitivo se desarrollaba con vigor y frenesí.  Los mensajes eran escuetos, con su propia mecánica sintáctica y lingüística. La necesaria economización de las palabras a las que nos sometía la dictadura del SMS dotaba a las oraciones simples (o copulativas) -baluarte del flirteo televisivo- un aire sodomita de cantina del lejano oeste o un triste tablón de desaparecidos en la playa.

“Se busca pedazo de carne para ayuntamiento carnal”.

“Activo busca pasivo. Pasivo busca subjuntivo”.

“Hombre moreno, corpulento e interesante busca a delfín madurito. Esta noche en Palencia”.

“Mujer muda busca monstruo del pantano para lo que surja”.

Porque al final, esto es lo que ha quedado de “La forma del agua”, la última producción oscarizada de Guillermo del Toro.

La última travesura del director mexicano no es otra cosa que la clásica historia de amor, bien barnizada, eso sí, por el ingenio intangible y merecidamente reconocido del creador del Laberinto del Fauno o Mimic.

Hay una estética cuidada, una trama con sentido, un universo coherente, un desarrollo de personajes algo dubitativo pero sostenible y de pronto, casi al final, se corre una cortina de baño cincuentero para sobreentender que entre la chica muda y el monstruo del pantano va a haber tema.

Los hay, claro está, que han buscado hacer un atrevido y seguramente acertado razonamiento para la vida moderna sobre esa “conexión sexual” que no conoce de especies ni de géneros. Como una reivindicación de la imaginación fetichista que por fin desembarca en Hollywood tras cruzar el océano nipón, donde el Hentai llevaba fantaseando con plantas y cuerdas sinuosas destinadas para la dominación y el placer femenino desde hace décadas.

En este aspecto cabe resaltar la noticia que ha recogido la sección de “SModa” de El País, donde tras el estreno de “La forma del agua”, se han vendido como roscas recién horneadas consoladores que especulaban con la forma, longitud y aspecto del falo del anfibio antropomórfico.

 

Ahora toca al lector disculpar a los mediocres, simples y “noséquepatriarcales”, que sencillamente hemos visto en la película una historia interesante que tiene como premisa a una mujer muda terriblemente necesitada de amor, cariño y comprensión que se entrega en cuerpo y alma a un monstruo encerrado en una charca metálica. Ahí está el drama de la tensión dramática. Donde, todo sea dicho de paso, en realidad no cabe espetar la relación en cuanto a la posibilidad de encuentro, reconocimiento y afecto. Sin embargo consideramos gratuito o sintomático de una sociedad de juego de braguetas el marcar o evidenciar la relación de la chica muda y el bicho hasta el punto de dotarle de genitalidad. Todo ello cuando no queda muy claro si ese “recurso”  ayuda a contar la historia; dejando un olor pantanoso a fruto ideológico (propio de la Academia y con el que comulga Guillermo del Toro. Veánse los rostros franquistas del Laberinto del Fauno), que termina por despistar y sacar de la película a algunos de sus espectadores. Como los mensajes de alta carga erótica-festiva de mi cadena local.

Dicho lo cual, acudan raudos al cine. Se sorprenderán (si es lo que piden al comprar una entrada).

 

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Las ventajas de mirar (insistentemente) una lata de sopa

En Pensamiento por

Warhol ha desembarcado en Madrid. Y a muchos les pasará inadvertido que la llegada del líder del pop-art, más allá de ser un acontecimiento pictórico para las élites, supone una provocación social, un juicio político, una moción a la mirada post-ideológica/superideológica de la España de 2018.

En una de las salas de referencia del Paseo del Prado (Caixa Fórum), se exponen casi 350 piezas de aquel chico de Pittsburgh que subió a los cielos de Nueva York. Warhol es pre-impresionista y postmoderno al mismo tiempo, y sin duda postdigital. Nos quedamos imantados ante su repetición del retrato de Mao. No resulta fácil despegarse del rostro del líder comunista que es el mismo y es diferente, según tenga los labios rosas, la piel azul marino, los párpados blancos. Lo mismo sucede ante su Jackie Kennedy o su Marilyn.

La desconexión del arte contemporáneo ha desaparecido: la repetición de los mitos que la cultura televisiva hizo archifamosos invita a mirar una y otra vez, y a descubrir lo que ya no se mira porque se cree conocer. El tratamiento del color o la insistencia en la representación de objetos cotidianos como la lata de sopa Campbell, se convierten en una especie de corrección de la mirada del homo videns: el hombre al que el abuso de la pantalla ha mutado antropológicamente. El homo videns es el hombre que mira y ya no ve. Está en el último escalón evolutivo que comenzó en el momento en que el ser humano se identificó con una forma de abstracción, de ejercer el noble ejercicio de la crítica y del pensamiento, sin someterlo a vínculo alguno con las cosas. Esas cosas son ahora solo imágenes a las que se dedica poco más que un instante. Si no fuera una exageración, se podría decir que con su repetición de lo mirado y no visto Warhol nos obliga a hacer un ejercicio que nos rescata, nos recupera de los efectos más nocivos que puede tener la digitalización.

En el mundo anglosajón hay una corriente pedagógica que ha subrayado durante los últimos años lo que Warhol parece proponer. Esta corriente insiste en la observación para fomentar la capacidad de innovación. Algunos teóricos subrayan la importancia de enseñar a los más jóvenes a mirar un cuadro, no los 30 segundos que le solemos dedicar sino al menos 10 minutos. De este modo se fomentan las capacidades creativas. Por eso quizás, cuando el Ministerio de Educación de Finlandia, referencia por sus buenos resultados educativos, se planteó nuevas mejoras hace unos años propuso aumentar las horas semanales de Arts & Crafts (educación artística).

Hay cierta “educación de la mirada” que parece ser muy conveniente. Es precisamente este tipo de educación en el modo de ver la que viene revindicando desde hace algún tiempo Andrés Trapiello, uno de los grandes referentes del mundo literario español. Trapiello sostiene que nos conviene a todos educarnos para recuperar “la mirada compasiva” de Cervantes, el autor del Quijote. Un modo de enfrentarse al mundo, nacido de la primacía de la observación, que huye del resentimiento: cuanto más y mejor se mira más difícil es que prevalezca la queja e incluso esa casi inevitable distancia que siempre deja el mal sufrido o causado.

El homo videns es el hombre que mira y ya no ve.

Esta era postideológica se ha convertido en un tiempo superideológico: es un momento que nos ha dejado sin conclusión, idea o principio que afirmar, pero prisioneros de un sistema de engranajes abstractos que giran en vacío. Son mecanismos que nos aíslan de las cosas, de los otros (también de nosotros mismos).

Las consecuencias políticas son rotundas. Tomemos dos ejemplos que marcan la actualidad española: Cataluña y el debate sobre la pena permanente revisable.

En Cataluña parece que la situación política puede empezar a encauzarse. Después de cuatro meses de gravísima crisis institucional, el independentismo parece haberse convencido de que no puede insistir en una fractura unilateral. Pero los clichés ideológicos siguen intactos. Los líderes del constitucionalismo (defensores de una España unida) están convencidos de que “el principio de realidad” se recuperará con mano dura. Y los líderes independentistas han hecho aún más profunda la zanja de los que consideran “los otros”. No hay observación, no hay camino para recuperar la unidad de fondo.

La prisión permanente revisable se ha convertido en otro pretexto para utilizar de forma partidista la abstracción ideológica. España es uno de los países con más baja criminalidad en toda Europa. Pero algunos delitos especialmente crueles, obsesivamente descritos por las televisiones, reabren cada poco tiempo el debate sobre la necesidad de endurecer las penas. Ya el Gobierno del PP aprobó una fórmula de prisión permanente que el Tribunal Constitucional está examinando. No está claro que respete el más que conveniente principio de reinserción. La izquierda reclama demagógicamente una contrarreforma, mientras que la derecha debate la conveniencia de un endurecimiento. El daño causado por el delito se utiliza, de forma partidista, en un debate que instrumentaliza el dolor y quiere hacer absoluta la distancia con el delincuente. Se identifica la justicia con no tener que ver nunca más, no mirar, a quien ha cometido el delito. Podría ser interesante que los defensores de esta forma de justicia releyeran A Sangre Fría de Capote o cualquier obra de Dostoievski.

Mirar insistentemente, obsesivamente, una lata de sopa tiene, a estas alturas, efectos curativos, revolucionarios, quizás incluso redentores.

Este artículo fue publicado originalmente en Páginas Digital y es reproducido aquí con permiso de su autor.

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Empecemos por el fútbol y acabaremos antes

En Asuntos sociales por

Entenderán ustedes que siendo británico, hombre de bien y admirador de la hermandad prerrafaelita, un servidor ande un poco cabizbajo últimamente. La gota que ha colmado el vaso de mi bien adiestrada flema ha sido la retirada de la Manchester Art Gallery del cuadro “Hylas y las ninfas” de John William Waterhouse.

Aunque en última instancia es más que probable que semejante ignominia haya tenido una finalidad exclusivamente publicitaria (lo que no sabemos bien si constituye un eximente o un agravante), lo cierto es que subirse al carro del #MeToo a costa de la memoria de pintores que fallecieron hace más de un siglo no parece una acción excesivamente elegante ni valiente. Sigue leyendo

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