“La secretaria de Igualdad del PSOE, Carmen Montón, es partidaria de “hablar de laicismo de verdad” y poner sobre la mesa acciones concretas para avanzar en esa línea. Lo dijo en una entrevista a Servimedia al hilo de los indultos concedidos cada año con motivo de la Semana Santa. “Tendremos que dar una vuelta a todo el sistema, y hablar de laicismo de verdad”, sentenció. En su opinión, es necesario “hablar de denunciar el Concordato, de sacar la religión de las aulas, de no financiar con fondos públicos la educación segregada que muchas veces está asociada a colegios religiosos”. Al hilo del reciente siniestro aéreo en Francia, subrayó que muchos ciudadanos “admiran” el laicismo que destilan sus autoridades y sus actos institucionales, y ese país “sería una buena referencia” para el avance de España.” Sigue leyendo
Los medios de comunicación nos hicimos eco la semana pasada de un suculento estudio publicado por el Centro Reina Sofía, un organismo dedicado a la realización de estudios sociológicos sobre adolescencia y juventud dependiente de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) titulado ‘Política e Internet’.
Dicho estudio arrojaba dos conclusiones interesantes: la primera, que el interés por la política entre los jóvenes de 18 a 25 años ha aumentado del 26% en 2008 (entonces, ese porcentaje declaraba estar muy o bastante interesado por la política) al 72,6% a finales de 2014. Cerca de un 50% más en seis años de crisis económica. De hecho, el 80% asegura que votará en las próximas elecciones.
La segunda de las conclusiones era que una mayoría amplia de este colectivo no siente prácticamente ningún apego o confianza por la mayoría de las instituciones y organismos en los que se desarrolla la vida política y social española, a excepción de los clubs deportivos, las ONG y poco más.
Ni los partidos políticos, ni el Parlamento, ni el Ejército o las fuerzas de seguridad, ni la Iglesia, ni la patronal de empresarios o los sindicatos, ni otros actores económicos como empresas o bancos son para esta generación actores de los que se pueda esperar algún tipo de avance en las cuestiones que les preocupan.
Las causas de esta aparente contradicción son del todo conocidas. El informe no aporta ninguna sorpresa en este sentido: corrupción, ausencia de opciones que les representen, desengaño, desánimo sobre la utilidad del voto, decepción tras las últimas elecciones…
Para el director general de la FAD (y del Centro Reina Sofía) el desapego de la juventud hacia los organismos en los que se desarrolla la vida política del país es un signo “preocupante” porque, a su juicio, “ningún país del mundo puede gestionar su convivencia interna sin unas instituciones fuertes“.
En otras palabras, integrar el descontento y las reclamaciones de los jóvenes en un marco político común se presenta como una tarea en la que debe implicarse toda la sociedad, a fin de que estas puedan articularse en un diálogo que beneficie a todos. La alternativa, a todas luces, es el riesgo de una ruptura de la vida política, no para ser sustituida por una nueva fórmula sino para romper todo cauce de diálogo y, por ende, de convivencia.
Decíamos hace unas líneas que la consulta a los jóvenes (un total de 808) fue realizada los últimos meses de 2014. Precisamente ese año se cumplía un siglo desde que uno de nuestros grandes (o de nuestros pocos) pensadores políticos, José Ortega y Gasset, se lamentaba en su discurso ‘Vieja y nueva política‘ del desinterés de la juventud (hoy igualmente pretendida) acerca de las cuestiones políticas y del estatus caduco de las instituciones de la “política oficial“. Decía así:
“Todos esos organismos de nuestra sociedad — que van del Parlamento al periódico y de la escuela rural a la Universidad —, todo eso que, aunándolo en un nombre, llamaremos la España oficial, es el inmenso esqueleto de un organismo evaporado, desvanecido, que queda en pie por el equilibrio material de su mole, como dicen que después de muertos continúan en pie los elefantes“.
Ortega y Gasset, por F. Vicente
Como curiosidad, el filósofo y periodista señalaba a un tal Pablo Iglesias (no el nuestro, sino el fundador del PSOE) como uno de los pocos que no representaban los “odres caducos” de la política de 1875, la de la restauración monárquica.
Aún así, afirmaba que la novedad que suponían los sindicatos y el Partido Socialista de aquel momento (léase hoy como Podemos) “le confundirían si no se limitaran, sobre todo el socialismo, a credos dogmáticos con todos los inconvenientes para la libertad que tiene una religión doctrinal“.
De hecho, y pese a reconocer la “utilidad” de algunos “radicales” que “han ejercido una función necesaria” consistente en “producir una primera estructura histórica en las masas” –lo que hoy viene a ser el clamor por la “regeneración“– acusaba a los responsables de estas fórmulas de ser “buenos demagogos” que “van gritando por esas reuniones de Dios” (pongan aquí “círculos” y tendrán la analogía perfecta).
Sobre las consignas que entonces –y hoy de forma parecida– movían la reivindicación contra la vieja política afirmaba que “son los tópicos recibidos y ambientes, son las fórmulas de uso mostrenco que flotan en el aire público y que se van depositando sobre el haz de nuestra personalidad como una costra de opiniones muertas y sin dinamismo“. “Nuestra política es todo lo contrario que el grito, todo lo contrario que el simplismo –advertía el filósofo– Si las cosas son complejas, nuestra conducta tendrá que ser compleja”.
Por ello, en su discurso, pronunciado en el teatro de La Comedia el 23 de marzo de 1914, abogaba por la recuperación de la “sustancia nacional“, concepto algo vago que no mucho más tarde se emplearía en el auge de los movimientos fascistas, pero que, para Ortega, significaba que “la política no es la solución suficiente del problema nacional“, tal como hemos defendido en este blog anteriormente.
La ruptura de la tradición política –que no el interés político, tal como se aprecia en la encuesta– y, por lo tanto, del derrumbe de la legitimidad o utilidad de sus instituciones a ojos de la nueva generación, proviene del vaciamiento del significado que estas tienen como legado de una convivencia común y articulada (formal y legalmente) como producto de esta.
Es cierto que, como decía el director general de la FAD durante la presentación del estudio, la semana pasada, “es tarea de todos” el reunir a la sociedad y reforzar las instituciones de modo que estos se conviertan en cauces efectivos de comunicación y gobierno para todos. Pero, para ello, es necesario que exista una voluntad mutua de convivir y una preocupación compartida hacia la comunidad.
“Es una ilusión pueril creer que está garantizada en alguna parte la eternidad de los pueblos; de la historia, que es una arena toda de ferocidades, han desaparecido muchas razas como entidades independientes –advertía Ortega– En historia, vivir no es dejarse vivir; en historia, vivir es ocuparse muy seriamente, muy conscientemente del vivir, como si fuera un oficio. Por esto es menester que nuestra generación se preocupe con toda consciencia, premeditadamente, orgánicamente, del porvenir nacional.”
Las elecciones en Andalucía, como ocurre la mayoría de las veces con los resultados electorales, sirven para poner el freno a los desvaríos de los gurús apocalípticos, y al mismo tiempo para dar pábulo a los de otros con no mayor credibilidad.
Entre los análisis que hemos desayunado la mañana de este lunes, jornada post electoral, hay conclusiones para todos: batacazo del PP, batacazo de Podemos, Susana Díaz cotiza al alza, Ciudadanos se come a UPyD, IU camino de la desaparición (este último podría ser cierto).
Lo que está claro es que, al igual que en los pasados comicios andaluces, las elecciones de este domingo se han producido en un clima especial como ocurrió en 2012, esta vez marcadas por la crisis y las profecías de la llegada del mesías con coleta, como en aquel momento por el vacío de poder y credibilidad del PSOE, tras el hundimiento del Zapaterismo y la explosión de los ERE de Griñan.
Así pues, los dos puntos más destacables de los resultados de este domingo son, por un lado la vuelta de las aguas a su cauce “natural” (victoria del PSOE) y la irrupción de dos nuevos partidos con una fuerza quizá inédita en nuestra democracia.
Por muchas ganas de revolución que tengamos (las revoluciones son siempre adictivas) y por más que agitemos los datos para augurar el batacazo del PP, no es serio olvidar que Andalucía es y ha sido siempre el patio de la casa de los socialistas (y como tal la han tratado), y que el PP no ganó las elecciones en 2012 por méritos propios (solo subió tres) sino por que el PSOE prácticamente no se presentó a aquellos comicios, en los que perdió nueve diputados (pese a lo cual obtuvo suficiente apoyo para poder gobernar).
No en balde, el PSOE manda en Andalucía desde que dejó de hacerlo Franco –se dice pronto– lo que hace, si cabe, más extraño que el mensaje de Díaz tras ganar la elecciones es que “quiere dejar una Andalucía mejor de la que le dejaron sus padres”. ¡Será que no han tenido tiempo!
Comentario aparte merecería la candidatura de Moreno, un tipo muy majete pero sin carisma ninguno, que llegó desde Madrid elegido a dedo tras ocupar la Secretaría de Estado de Servicios Sociales e Igualdad, donde era la cara visible de los recortes en el sistema de ayuda a la dependencia y en los servicios de atención a las víctimas de violencia de género. Una jugada maestra.
El desconocimiento del candidato, sumado al desgaste gubernamental de la crisis hace comprensible el desgate que ha sufrido el partido, aunque a mi juicio no ha perdido respecto a los resultados de 2012 sino respecto a los de 2008, frente a un Javier Arenas curtido en batalla que en aquel año obtuvo el apoyo del 38,8% del electorado, un 12% más que el de este domingo.
Dicho lo cual, la primera e indiscutible conclusión tras el fin de semana es, guste o no guste, la resistencia de los adalides del denominado “bipartidismo” frente a la pretendida ansia de cambio de toda la sociedad que reflejaban los medios de comunicación. A día de hoy, PP y PSOE son los partidos con mayor representatividad política en aquella comunidad, por mucho que haya quien quiera arogarse la voz de la ciudadanía con peores resultados.
El segundo y no menos incuestionable veredicto es que, más allá de quienes han querido ver en los 15 escaños un “batacazo” electoral, lo cierto es que tanto la representación obtenida por la formación morada como la de los naranjitos (que han sacado 9 diputados) es poco menos que un “milagro político” en una democracia en la que no ha ocurrido nada semejante en las últimas décadas.
Más allá de las voces de quienes ven al lobo por todas partes (los mismos que disfrutan de predecir como irrevocable el apocalipsis bolivariano), lo cierto es que no sé si se puede hablar de que otro partido haya logrado algo parecido en la historia de nuestra democracia. La deforme percepción de la realidad a que a menudo inducen el miedo y las encuestas preelectorales no debe dejarnos apartar la mirada de que tanto una como otra formación política se han abierto un hueco muy reseñable en uno de los sistemas electorales más estáticos de esta España nuestra.
Estamos de resaca de unas elecciones andaluzas donde los ciudadanos han decidido dar un giro de 360º. Abundan los análisis sesudos sobre la victoria del PSOE, la derrota del PP, el ascenso de Podemos y Ciudadanos y las crisis de IU y UPyD.
En lo que va de día ya he leído media docena de veces que en democracia los votantes siempre tienen la razón. Por un lado, es un axioma indudablemente cierto: igual que el cliente siempre tiene la razón porque tiene el dinero que anhelas, el votante siempre tiene la razón pues es dueño del voto que buscas obtener.
Son sus votos los que dan y quitan el poder político, y darles la espalda está condenado con el fracaso. Son los votantes los que deciden qué tiene importancia electoral y qué es irrelevante a la hora de votar. Sigue leyendo
Un hombre va al médico aquejado con un fuerte dolor de estómago. El doctor, llamémosle PSOE, le estudia detenidamente y concluye, erróneamente, que el paciente tiene una úlcera gravísima. Rápidamente, le receta un medicamento buenísimo con una eficacia asegurada en el 100% de los casos. El individuo vuelve a casa y sigue el tratamiento al pie de la letra, pero el dolor de estómago no desaparece.
Decide pedir una segunda opinión y se dirige a un especialista llamado PP que anuncia tener la solución para los males de estómago. Confiado, se deja realizar muchísimas pruebas y espera impaciente el diagnóstico del doctor. “Usted padece una gastroenteritis aguda”, le dice equivocadamente. Le promete que si hace una dieta estricta y toma unas pastillas de última generación, su problema desaparecerá en poco tiempo. El hombre entusiasmado cumple a rajatabla las indicaciones del médico, pero su dolor se incrementa cada día. Sigue leyendo
Comentaba Chema Medina en un artículo publicado esta semana que uno de los grandes logros del PP y del PSOE en las útlimas décadas ha sido el de enfurecer a la población española hasta el punto de lograr que se interese por la política, todo un hito en la historia de España.
Ahora bien, que la falta de interés político forma parte del carácter y la costumbre de buena parte de la población española no quita que, cuando las cosas pintan mal, la culpa sea siempre de los mismos, según la opinión comúnmente extendida. Sigue leyendo
“Maquiavélico” es un adjetivo que pronunciado pone los pelos de punta. La verdad es que la significación que le ha dado el pueblo castellano es desde luego serpentina e incluso algo tétrica: que actúa con astucia y doblez, se lee en el DRAE, y el mismo diccionario atribuye una acepción muy semejante a la voz “maquiavelismo“: modo de proceder con astucia, doblez y perfidia.
No seré yo quien contradiga la histórica voluntad popular. El intelectual italiano se lo tiene muy bien ganado.
A inicios de S. XVI sale a la luz la obra “Il Principe“, firmada por nuestro autor, sin duda alguna la obra de mayor renombre del téorico político. Estaba dedicada a Lorenzo de Médici, y es un haz de consejos políticos ordenados al objetivo de los “príncipes”, que al parecer es perpetuarse en el poder.
Sí, han leído bien: uno de los mayores pensadores en ciencias políticas (si se puede llamar ciencia a la política) saltó a la fama y a los libros de Historia por una cuestionable contribución a la Humanidad: una guía práctica para mantenerse en la cresta de la ola el político, y no para servir al pueblo cuyo gobierno presida (y no al pueblo que gobierne; al menos así debiera ser: la democracia es autogobierno, no la opción entre gobernantes).
La crítica filosófica mayoritaria lo enmarca en la tradición empirista, pero yo me atrevería a avanzar un paso más allá y acusarlo al pie de su tumba de descarnado nihilismo, a lo menos de absoluto indiferentismo: proclama a voz en grito la muerte del ser, la relatividad de la existencia.
Da igual cómo son las cosas en realidad; da igual si el sol sale desde Oriente y se pone por Occidente, da igual si el hombre es un sujeto de derechos por su inalienable dignidad, da igual lo moral o lo inmoral (¿qué es la moral sino la cristalización de años de convencionalismos sociales? ¡Vacua herencia…!): no importa lo que es, importa lo que aparece, cobra relevancia para nuestro “filósofo” únicamente lo que se pueda advertir en el devenir de los tiempos y sólo en la medida en que sea útil para el fin: poder, poder y más poder.
Si el pueblo quiere gladiadores, dale gladiadores y te amará. Ése es el sentido de la frase “panem et circenses” (pan y circo) del genial poeta latino Juvenal, que denunció airado la práctica despótica del Senado romano de contentar al pueblo para comprar el voto. ¡Así era fácil lucir el emblema SPQR…! (“Senatus Populusque Romanus“, el Senado y el Pueblo Romano). Ahora: ¿que el juego de los gladiadores era indigno e inhumano? ¡Ése es problema de los gladiadores…! No importa lo que sea el circo ni lo que sea un gladiador; me trae sin cuidado qué es el pueblo o qué es un votante: lo verdaderamente relevante, lo único que existe, la única verdad, es que si ofrezco gladiadores obtengo el poder.
Ése es el cimiento de “Il Principe“: la atención a los dos pilares que constituirán las verdaderas armas del “gobernante”. Por un lado, la divinización de la “Fortuna“, o la suerte del reino, la dirección que va tomando en su devenir histórico el Estado al frente del cual se halla el gobernante; y por el otro, la “virtú“, la capacidad del político para adecuarse al modus essendi de la nación, para someter a la ciudadanía a sus intereses individuales y entronizarse sobre la diosa Fortuna. El “príncipe virtuoso” será el que consiga darle al pueblo lo que quiere en cada momento y así ser amado por él. “Recuerda, Lorenzo, panem et circenses“, parecía decirle Maquiavelo a quien lo metiera en la cárcel, “con eso triunfarás”.
¿La aplicación práctica? Con un pueblo que se despreocupa imprudente y culpablemente de la política, ocúpate de su bienestar y su ocio y ríndete tributo en tu trono. ¡Qué bien vista estaba, qué bien caía en nuestra España de ayer aquella expresión tan luminosa: “no, yo es que paso de la política“! ¿Lo recordáis? ¡Ah, tonto…! Qué tontos éramos. Y hoy ya nadie pasa de la política.
Bien lo vio Nicolasín (que no el pequeño Nicolás), y así recomendó. Siempre que pueda, el político debe tener contento al pueblo, debe caer bien por ahí abajo: por muy perfectamente que haya hecho los deberes el candidato que se presenta a la reelección, nadie va a votar al capaz pero feo. Porque es iluso el que cree que hoy los ciudadanos votan: la mayoría absoluta la determina “el photoshop“; los medios de comunicación, las redes sociales y YouTube. Cuando el pueblo quiere sofá, dale sofá y el pueblo te amará; cuando el pueblo quiere sexo, drogas y rock ‘n’ roll… Pues ya sabes. Eso, y a ser populista.
Es curioso que en España nunca antes había importado tanto la corrupción política: es algo que por desgracia ya estaba ahí, y sin embargo es sólo ahora, sólo cuando descubrimos que lo que han robado entre el PP y el PSOE (disculpad la sinécdoque) equivale a lo que ha sido recortado en Educación o en Sanidad, cuando se alza la voz, se levantan los puños y se grita contra todo. ¡Ah, curiosidades de la vida…! ¡Si son los del panem et circenses de ayer…! El PP y el PSOE han conseguido en muy poquito lo imposible: que al español medio le importe la política. ¡Gracias Rajoy, Zapatero, Rubalcaba! Habéis logrado insuflar un adarme de seriedad en el vulgo.
Pero hay momentos en la Historia de cualquier pueblo, y bien lo sabía Maquiavelo, en que deja de valer la sentencia de Juvenal, porque el pueblo deja de amar a su Príncipe, como en aquellos Estados Generales en la Francia de 1789 que atravesaba una voraz crisis económica. En esos casos, la virtú debe adaptarse al cambio de Fortuna, y dominar con destreza y mano izquierda la situación. Claro que la mano izquierda llama a la derecha cuando se siente impotente, y ahí el consejo del pensador italiano: cuando no consigas que el pueblo te ame, y de hecho te odie, haz que te tema, o te derrocará su ira. El último Capeto no consiguió someter a Francia al régimen del miedo, y por eso fue el último, y lo último que vio una guillotina.
Ahí quedó la obra del deleznable estratega, hasta que en el S. XIX otro hombre de gran influencia lo desempolvara. Se trata ni más ni menos que del veneradísimo Friedrich Nietzsche, poeta alemán, y siempre poeta antes que filósofo. Normalmente, los fanáticos del gran nihilista pretenden olvidar (y hacer olvidar) que su ídolo era un ávido lector de Maquiavelo, y que él mismo confesaba su profunda idolatría. Probablemente porque no quieren dar lugar a la sospecha de que la teoría de la voluntad de poder (una profundización en el mismo tema, en la que se advierte un grandísimo paralelismo con su querido predecesor) es la consecuencia última de su filosofía enfadada, airada contra la tradición judeo-cristiana. “Si Dios no existe, todo está permitido“, se lee en Los hermanos Karamazov, del magnífico F. Dostoievski. Esto también es curioso. Y aún más que la mayor resistencia a la tiranía y a la opresión a lo largo de la Historia haya sido el discurso teológico, desde las Etimologías de san Isidoro de Sevilla o De Civitate Dei de san Agustín de Hipona hasta León XIII o Pío XII, y no la izquierda. Ahí dejo datos desparramados, y quien quiera, que piense.
Son muchos los estudiosos del tema que han jurado y perjurado que Adolf Hitler tenía a F. Nietzsche como lectura de cabecera. Todo parece indicar que el poeta era su Biblia personal. Hitler: aquel asesino despiadado, unánimemente encuadrado en los regímenes de extrema derecha. Pero no una extrema derecha estanca: Nietzsche ha sido uno de los máximos exponentes de la extrema izquierda hegeliana (esto sí que lo proclaman con orgullo, sacando pecho, sus seguidores fanáticos), al igual que su maestro, Arthur Schopenhauer, que fue a su vez discípulo del autor de extrema izquierda Ludwig Feuerbach, comentarista de Hegel. Y L. Feuerbach tuvo aparte otro gran seguidor (o quasi-plagiador de su obra): Karl Marx. Por lo que es de fácil deducción que K. Marx era tío de F. Nietzsche, y el comunismo y el nazismo parientes mucho más cercanos de lo que se piensa.
Hoy no es posible un régimen del terror en el Estado, no mientras el Estado siga siendo de Derecho. Pero sí que cabe una nueva forma de virtú que se haga con el favor de la Fortuna cuando el pueblo odia a su Príncipe: la Revolución, la Rebelión, la Resistencia. Es muy fácil: sólo hace falta carisma, liderazgo y algo de habilidad. Bueno, y hacerse con “el photoshop” que compra las mayorías, claro. No hay más que decir lo que todos sabemos, pero con tonos enfadados y exaltados, y conseguir que el pueblo, enfadado y exaltado porque ya no tiene panem et circenses, vea en uno la expresión o la encarnación si cabe de la propia rabia, del propio furor. Porque a nadie de estos iracundos le importa nada más que mostrar su ira. Porque en un 28,3% de electorado español encabronado, a nadie le importa que un tal Pablo Iglesias ame la política chavista en Venezuela; a nadie le importan sus elogios etarras a Bildu (de los que de repente parece que reniega), al levantamiento de la izquierda radical y un etc que voy a cortar ahora mismo (me estoy cabreando mucho y no quiero acabar votando a Pablo Iglesias).
Un PP “virtúoso” que reniega de su programa electoral porque han cambiado los vientos de la diosa Fortuna, un PSOE “virtúoso” que pretende contentar a todos con sus últimas declaraciones cambiando completamente su discurso para adaptarlo a la ventolera de la diosa Fortuna, y un Podemos “virtúoso” que enarbola el levantamiento popular para recabar el electorado afincado en el huracán emergente de la novación (con un claro precedente en España) de la Fortuna. Un Pablo Iglesias que sólo vive en la cólera; que sólo tendrá oportunidades en la medida en que el pueblo esté enfurecido (al menos si continúa con su discurso actual). Bienvenidos a España, la España de los elegidos y no de los electores.
Esta es la verdadera corrupción política: la corrupción de la política; el Gürtel y compañía son meras consecuencias. Quizá alguna vez esta honorable profesión fuera anhelo de construcción y de progreso: hoy, que vemos que la corrupción es inherente a lo alto del sistema, que se ha ido generalizando en la copa de los partidos y de la administración, es palpable el maquiavelismo español, en la derecha y en la izquierda. Nos tratan como medios para su fin: el poder. Pero no carguemos las tintas y los fusiles contra los políticos: si el maquiavelismo funciona, es por la insensatez del pueblo, por su profunda estupidez, por su imprudencia; somos nosotros los que premiamos la doblez con nuestro voto, y nosotros los que posibilitamos y aun alentamos la corrupción con la idiotez que demostramos en las elecciones.
Decid lo que queráis de Rajoy y de Zapatero: a ellos los trajimos tú y yo, tu voto y el mío, dos conciencias engañadas (o que se dejaron engañar). La pregunta es: ahora que vemos, ¿aprenderemos de nuestros errores? ¿Eliminaremos el efecto atacando la causa, o dejaremos en la tierra la raíz de las malas hierbas? ¿Votaremos por panem et circenses, por sentimientos bonitos y laudables, por cabreos irracionales, o con seriedad y responsabilidad? El mañana, español, es tuyo y mío; el cambio en la política (el cambio a mejor), la reestructuración del sistema, está en tu papeleta y en la mía: de ti dependemos todos, así que ten cuidado. Vota con responsabilidad.
“La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado“. Art. 1.2 CE.
“Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política“. Art. 6 CE.
“Las Cortes Generales representan al pueblo español y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado”. Art. 66 CE.
A muchos españoles que se sienten despojados.
No sé tú, pero yo miro arriba y abajo, a izquierda y derecha, y no me reconozco. No me reconozco en esa sociedad que se dice española y en la que debiera estar integrado. No soy uno más en ese todo orgánico que llaman “pueblo” y no coincido con nadie ni nada.
Yo soy la España muda.
Miro allá arriba, a las altas esferas de la vida política. Política, voz castellana que, dicho sea de paso, procede del término helénico “polis“, y que trataba de significar la administración de la ciudad, acaso también su gobierno entendido en el sentido democrático (como dirección, como órgano rector, no como instrumento de lucro y dominio). Ésa de ahí arriba es una estancia inaccesible; se me antoja una nueva clase aristocrática fundada en un sistema de influencias y mutuos intereses de los interesados, y siempre a expensas del pueblo. Sí, por qué no: esa casta deleznable, repugnante, de que grita y grita Pablo Iglesias, ese grupito de agraciados que parasitan el sacrosanto corpúsculo social, que chupan sangre retorcidamente del fornido, pero estúpido, individuo corporativo, que es la nación española. Igual da: PP o PSOE, todos prometen, nosotros les votamos ilusionados y esperanzados, les atribuimos el poder en aras de construcción y progreso, y luego, mano a la saca y metálico embargado.
Política, que ya no es lo que era y quizá nunca fuera lo que tendría que haber sido. La bacanal del hombre con recursos, el poder compartido y pactado, la fiesta perpetua de una gordísima sanguijuela, la lujosa cubierta de una galera que avanza con dificultad a costa de sudor y lágrimas, de sangre y dolor, de hombres desconocidos que no importan. La escoria nacional.
Ésa es la opinión, al menos mía, de la generalidad (que no totalidad) de los “seres politicantes” que moran determinados edificios prostituidos, como el Congreso o la Moncloa, que un día fueron signos de la victoria del Pueblo sobre quien ostentaba el poder que le fuera arrebatado. Yo miro hacia arriba y no veo más que una estupefaciente e inmutable golfería, la corrupción más escandalosa y extendida y una cara dura, una sinvergonzonería, una desfachatez que clama al cielo, y me deja boquiabierto.
Ésos son los hombres que nos representan, que ejercen la soberanía única tuya y mía; yo sólo sé que no sé nada, pero de ninguna manera me siento representado por partido o candidatura algunos, y me siento robado, despojado de participación en la soberanía popular, olvidado de la política y de las instituciones del Estado.
Miro aquí abajo el légamo y la podredumbre de unos cuantos, y el agobio ante la escasez de casi todos. Algunos son culpables por idiotas, y no es un recurso literario: algunos son reos por la soberana estupidez (y nunca mejor dicho) del ejercicio ingenuo del voto. Nosotros somos quienes hemos escogido a los hombres que nos gobiernan, somos los que hemos confiado en quien no debimos confiar, y la causa remota de semejante desastre, de esta hecatombe política-social. Oigo mucho griterío en la calle y mucha protesta de quienes se sienten traicionados por los “seres politicantes“, y me río a carcajada suelta. Me río por no morder pómulos furibundo: tú, hipócrita, eres cómplice de la desgracia, y tú el primer responsable de que yo esté donde estoy y como estoy. Así que te callas, y a cargar conmigo con la enorme roca que has arrojado sobre nuestra espalda, que no mereces despegar los labios. ¡Tú, sí tú! ¡Cállate!
Otros son inocentes, sufren sin culpa de ningún tipo. Son legatarios, como lo somos casi todos, de una herencia despreocupada de la “patria” (¡que alguien me explique qué es la patria…!), pero si tomaron parte en la situación, fueron parte contraria. Han sido castigados al desempleo, al empleo en condiciones indignas (a la explotación personal: bienvenidos a la nueva Revolución industrial) o en las condiciones medias del país, que permiten pobres espectativas de futuro. Son los desengañados, resignados a la actualidad de los acontecimientos, y autoceñidos exclusivamente a las propias preocupaciones: sacar adelante la economía familiar, ofrecer el mejor futuro posible a los hijos, levantar en lo factible a quien se hunde a la vera y rogar ayuda cuando el naúfrago es uno, etc. Pero la política… ¡La política…! ¡Qué importa la política…! Cambiarás de banco, pero no de ladrón, que decían nuestros sabios ascendientes. ¡Que le den a la “política”…!
Miro a mi derecha y es esto lo que veo: indiferencia resignada. Ansias de cambio, pero latentes en una profundidad abisal; una desesperación política y social que emerge y se dilata.
Y luego miro a la izquierda y me avergüenzo: pasiones, aclamaciones, voceríos y expresiones del diablo. Confrontaciones violentas, ataques rabiosos y sin mesura a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado (policías y agentes de seguridad que son tan víctimas como otro cualquiera y que trabajan por los mismos motivos que otro cualquiera), griteríos encendidos contra todo y símbolos de todo tipo: hoces y martillos, puños en alto y cantos que debieran haberse agotado el siglo pasado. Mucha verborrea, mucho sentimiento y muy poquita reflexión. Y todos hoy agrupados en torno a un idealista, si no profundamente malvado y estafador, que alaba la represión política y social, la decadencia económica y la dictadura del régimen “fascista” de Maduro en Venezuela; que apoya la labor de un partido etarra, de asesinos de españoles inocentes y de inmediatos responsables de décadas de terror y barbarie, como es Bildu; que provoca a la sedición y a la rebeldía; que pretende enajenar todo lo relativo a la educación para que el Estado sea el único mentor de las mentes del mañana, el verdadero controlador de tus hijos y los míos; que proclama el hundimiento de la economía española mediante la estatalización (que no nacionalización) de toda empresa privada; y que, mientras tanto, factura clandestinamente cientos de miles de euros a través de su productora, cobra becas fraudulentas y recibe miles de euros por su exaltante retórica.
La gran estafa: Pablo Iglesias
Y los españoles (el 28,3 % de los españoles) hacen oídos sordos a la voz de la conciencia política-social, acceden a exaltarse y a alzarse al pretendido paraíso comunista, drogados por ilusas pasiones de libertad y emancipación y rinden tributo al Mesías social, muchos en nombre de la corrupción del PP y del PSOE y olvidando el lucro ilegal de Podemos con sólo diez meses de vida.
Y, boquiabierto, me callo. Yo me callo: porque me enmudece la contrariedad a toda evidencia, porque no sé argumentar lo manifiesto y lo patente. Me callo, perplejo, profundamente asombrado.
Y ante situación tan fácil y tan imposible, yo, y como yo muchos otros, bajo la cabeza y sigo con lo mío. Las Cortes Generales se han separado de nosotros, y no me veo ni siquiera potencialmente representado en ellas; me veo despojado de la soberanía popular, me siento un ente etéreo que vaga sin dejar huella por los campos de mi nación querida. Y me gritan: “¡idiota! ¿No ves que lo que se cuece en el Congreso hoy te afectará de lleno a ti mañana?”. Y me vuelvo a callar: porque tienen razón, pero me niego a idealizar una alternativa que brama con furia pero no ofrece opciones viables, y me niego a disculpar cegado por la emoción sus primeros coletazos, que sólo han vaticinado hundimiento y catástrofe. Me callo, porque no sé qué más decir ni qué puedo hacer.
Y me siento a la mesa del bar con mis compatriotas, con los constituyentes de la España muda, bebo una cerveza y río bagatelas e irrelevancias. Y cuando se haga el silencio, entre trago y trago, volveré impotente a recordar aquel canto miguelhernandiano al toro de España:
Bajo su frente trágica y tremenda,
un toro solo en la ribera llora,
olvidando que es toro y masculino.
y volveré a sacudirme la cabeza y a apurar la cerveza, y plañiré con Blas de Otero, patriota vasco que hoy renegaría de Bildu:
¡España! ¡No te olvides de que hemos sufrido juntos!
Y esto último que copio y pego, para quien lo entienda y lo sitúe en su contexto histórico, pretende también ser un aviso.
Foto de los dirigentes del PSOE para la propaganda de la Declaración de Zaragoza
“¡Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios!”, vociferó exaltado en su día Antonio Machado. ¡Pues siga guardándonos a los que hemos llegado ya al mundo en esta nación que parece (parece) se cae a cachos!
Pasó el 9N y, como era de esperar, todo el mundo ha ganado: la ley y la ilegalidad, la democracia y el autoritarismo, la realidad y la imaginación, los hechos y la propaganda. Hay veredictos para todos los gustos. La pregunta que nos ocupa ahora, y que nadie se afana o acierta a responder con claridad es: ¿Y ahora qué?
Es cierto que es poco periodístico hablar de futuribles, pero en esta ocasión permitirán que haga una excepción, realice un pequeño ejercicio de prospectiva y plantee tres hipótesis de lo que puede acontencer en los próximos 14 meses y un poco más allá. Sigue leyendo
La pareidolia consistente en el reconocimiento de patrones significativos como rostros humanos, caras o formas, en estímulos ambiguos y aleatorios como