Revista de actualidad, cultura y pensamiento

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Un lugar llamado familia (antropología demográfica)

En Asuntos sociales por

“El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina ni un comercio ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia”. Gilbert Keith Chesterton

Regiones donde mueren más personas de las que nacen, donde miles de pueblos pequeños desaparecen o están en riesgo, donde las personas mayores son el rostro mayoritario de parques y jardines; podría ser el escenario tras una guerra, tras una catástrofe natural. Sociedades donde la palabra hermano es cada vez menos conocida y usada, donde ser padre o madre se excluye crecientemente del itinerario vital, y donde ser abuelo es, estadísticamente, una posibilidad cada vez más remota; podría ser el escenario de una novela distópica, de una película de ciencia ficción. Lugares donde la mutación antropológica de la demografía contemporánea tiene lugar, como realidad, positiva o negativa según su valoración ideológica, de numerosos países de Occidente u occidentalizados.

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La caja de Pandora del presidente Wilson

En Cultura política/Pensamiento por

 

No es un centenario para celebrar en la América de Trump. El 8 de enero de 1918 el presidente Thomas Woodrow Wilson leyó ante el Congreso sus famosos catorce puntos para la paz y la organización de las relaciones internacionales con la vista puesta en el fin de la Primera Guerra Mundial. Cien mil soldados americanos murieron en las trincheras europeas y otros tanto fueron víctimas de la epidemia de gripe que barrió entonces el planeta. Hay quien piensa que EEUU debió de elegir otro método para convertirse en la primera potencia mundial. Inmiscuirse en los asuntos europeos contravenía el testamento de George Washington que había recomendado a sus compatriotas en 1796 justamente lo contrario. Un partidario de Trump y que al mismo tiempo tuviera ciertas nociones de historia, nos recordaría que el demócrata Wilson llevó a su país a un gran error en política exterior: convertirse en apóstol de la democracia en el mundo. Fue la negación de America First, aunque los aislacionistas de la época de Roosevelt resultaron los verdaderos inventores de este eslogan, pero Wilson pensaba, sin duda, que EEUU ocuparía el primer lugar, en todos los sentidos, si asumía una activa participación en los asuntos mundiales.

Con Wilson primero, y más tarde con Roosevelt y Truman, surgió el concepto de EEUU como líder de Occidente o de lo que más tarde se daría en llamar mundo libre. Hoy en día es difícil, sin embargo, definir dicho mundo y más todavía designar a su líder. Tanto es así que algunos se preguntan si ese líder será Macron o Merkel. Más preocupante es que haya otros que afirmen que solo la Rusia de Putin encarna los auténticos valores de Occidente. Pero volvamos al centenario de un discurso del que salió la Sociedad de Naciones, la consagración del libre comercio internacional y la prohibición de la diplomacia secreta, aunque algunos condicionaron este límite a los tratados en su forma clásica y no a ningún otro tipo de acuerdo entre los gobiernos. Gran parte de los puntos abren la puerta al derecho de autodeterminación de los pueblos del Imperio austro-húngaro y otomanos, entre otros, además de reconocer la independencia de Polonia o garantías territoriales para los Estados balcánicos que lucharon en el bando de los aliados. Nada dicen, sin embargo, los puntos de la autodeterminación de Irlanda, que se habían sublevado contra los británicos en 1916.

En cualquier caso, los catorce puntos de Wilson van asociados históricamente al derecho de libre determinación, aunque no es menos cierto que en el discurso del presidente se emplea, sobre todo, el término autonomía que, evidentemente, no es sinónimo de independencia. No era esto un tema nuevo, pues en el siglo XIX se difundió en Europa el principio de las nacionalidades, aunque desde el mensaje wilsoniano se diría que el concepto de autodeterminación adquiere la categoría de pensamiento mágico. No deja de ser curioso que Isaiah Berlin vea sus antecedentes en la filosofía kantiana, de un racionalismo muy lejano del emotivismo nacionalista. Lo malo que el mejor de los mundos conlleva el riesgo de no conocer límites para alcanzar sus objetivos. El territorio en el que la inmensa mayoría de sus habitantes se autodetermina y vive allí feliz por los siglos de los siglos no deja de ser una utopía. Siempre habrá una parte de esa población que no acepte a las nuevas autoridades e impulse una secesión, y si no puede conseguirla desde el punto de vista jurídico u obtener un reconocimiento internacional, vivirá en la práctica como si las autoridades del Estado que nominalmente ejerce la soberanía no existieran.

Ejemplos de la historia en las últimas décadas sin agotar la lista: la isla de Mayotte prefirió estar bajo la soberanía francesa y no ser independiente como el resto de las Comores (1974-76); Nagorno Karabaj surgió como un enclave armenio independiente en Azerbaiyán (1988); la república de Transnitria no reconoce la soberanía de Moldavia (1990); la república Sprska en Bosnia-Herzegovina afirma su derecho a integrarse en Serbia pese a la confederación establecida en los acuerdos de Dayton; el referéndum de independencia de Montenegro en 2006 tuvo la oposición del 44% de los electores; la independencia de Kosovo en 2008 cuenta con el rechazo de los enclaves territoriales serbios que suman casi la mitad de la población de los mismos… ¿Y qué decir de los rusófonos de Ucrania oriental? Mientras tengan el apoyo ruso nunca consentirán en reconocer la soberanía de Kiev. ¿Y de las repúblicas de Abjasia y Osetia del sur? ¿Volverán a ser controladas por Georgia? Eran independientes de facto desde la caída de la URSS. Luego llegó la guerra de 2008, cuando la victoria rusa sobre los georgianos llevó a una secesión formal pese a la falta de reconocimiento internacional.

El presidente Wilson puso su granito de arena para abrir la caja de Pandora de la autodeterminación, pero incluso Lenin, defensor del principio de las nacionalidades, se aprovechó de su proyecto. Eso sí, Lenin era de los que sabían poner límites y lo hizo para construir su modelo soviético. No está tan claro que Wilson, un hombre del otro lado del Atlántico, antiguo rector de la universidad de Princeton e hijo de un pastor presbiteriano, tuviera claros los límites de la autodeterminación.

Este artículo fue publicado originalmente en Páginas Digital y es reproducido aquí con permiso de su autor.

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Remnant: los restos que la guerra no logró arrancar de Siria

En Mundo por

No hará más de dos semanas, coincidí con el fotoperiodista de guerra Manu Brabo en la presentación de un nuevo proyecto. En esta ocasión no hablaba de guerra, pero en algún momento dejó escapar un comentario sobre lo que le ha convertido en merodeador en multitud de conflictos bélicos: la guerra cambia los cauces de la vida tal como los conocemos, revela un mundo distinto y totalmente desconocido, en el que la amistad, la vida, la familia o tantos otros valores tienen un peso y una consistencia distintos.

Lo que en la paz experimentamos a menudo como algo superfluo -desde el agua corriente hasta el vínculo familiar o la devoción religiosa- en guerra es el vértice de cada decisión, de cada acto moral. Hay una serie de virtudes, un tipo de heroísmo, que encuentran la mejor ocasión para florecer cuando lo tienen todo en su contra, en medio de la desolación y el peligro inminente. Sigue leyendo

¿Se puede eludir a la religión?

En Religión por

Con suma agudeza, Borges advertía que “nombrar es olvidar diferencias” y bien sabemos que sobre este axioma se construyen cada uno de los lenguajes. Por ende, el lenguaje es una ficción que estructura la realidad para más tarde percibirla y pensarla. Análogamente, podemos decir que la religión estructura nuestra realidad social para luego construir nuestra propia sensibilidad.

Entonces, si queremos saber porqué nos desagradan determinados sucesos y nos agradan otros, debemos analizar primeramente nuestra fe; fe en tanto apuesta moral, porque aunque la fe dirige su mirada hacia lo celestial, ella misma no constituye ningún misterio sobrenatural. En otras palabras, tenemos fe en una determinada religión de la misma manera que tenemos fe en la lengua española. Pese al “olvido de diferencias” que nos obliga a practicar un idioma, no por ello lo abandonamos; por el contrario, reforzamos la apuesta. En este sentido, veremos que la religión es un hecho tan ineludible como el resto de los lenguajes. Sigue leyendo

Voltaire: Contra la superstición, el fanatismo y la intolerancia

En Cultura política/Pensamiento por

Nos encontramos en la actualidad en una época que podría caracterizarse, entre otras cosas, por un relativismo epistémico y hasta cultural, en el que la negación de verdades unívocas conduce no sólo al escepticismo sino a la confrontación y al conflicto originado por posturas radicales enfrentadas. En este contexto, cuando tras el fin de la Guerra Fría y del mundo bipolar, el extremismo religioso propio del choque de civilizaciones constituye la casus belli de Occidente, cuando desde la reacción la derecha criminaliza a minorías y cuando ciertos colectivos radicalizan sus posturas, conviene recordar lo que pensadores como Voltaire nos legaron hace más de dos siglos.

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Alexander Dugin, el filósofo contra el Nuevo Orden Mundial

En Cultura política por

Durante los últimos meses, Rusia se ha convertido en el punto de mira de los medios de comunicación occidentales. Su victoria militar y estratégica en Siria, sus relaciones con la administración Trump o la supuesta campaña de injerencias en Cataluña, han devuelto a la república semipresidencialista de Putin a nuestros telediarios. Para algunos, quizá imbuidos de un excesivo alarmismo, la creciente influencia rusa en el marco geopolítico representa una seria amenaza a los principios democráticos europeos. Otros, los menos, ven en ella el último estandarte del viejo mundo frente a un Occidente rendido a los pies del liberalismo, la globalización y la nueva hegemonía cultural. Y, entre las trincheras, la propaganda y la desinformación se hacen hueco en lo que está resultando ser un nuevo episodio de la Guerra Fría.

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Los patrimonios perdidos de la Historia

En Historia por

¿Se pueden crear recuerdos de los hechos pasados para aquellos que no los vivieron? Indudablemente, sí. Mediante la politización de la memoria histórica, la cultura, la educación y los medios de comunicación. Orwell hizo una disección de los totalitarismos en su estancia en España, y es en este país en el que el Ministerio de la verdad está actualmente causando estragos. El presente artículo pretende acercar una reflexión sobre nuevos conceptos en materia de Filosofía de la Historia y la Memoria histórica.

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Curzio Malaparte o el lado incorrecto de nuestra historia

En Historia/Literatura por

“Tengo curiosidad por saber lo que encontraré yo, que busco monstruos”. Estuvo siempre en el lado malo; el lado del provocador y del blasfemo, del revolucionario y del antidemócrata, del golpista y del confabulador, del fascista y del comunista, del refundador del mundo y de la sociedad, de los monstruos divinizados por los hombres y por las ideas. Curzio Malaparte [1898-1957] era el periodista Kurt Erich Suckert, el revolucionario toscano que buscó tanto en lado diestro como en el siniestro, el polémico dramaturgo sin éxito que latinizó su nombre alemán, y el brutal escritor neorrealista más conocido por el nombre de guerra que desde 1925 marcó su destino.

Eligió la “malaparte” no solo como un juego de palabras, entre la ironía y la paronomasia, con el apellido del imperial Bonaparte; lo hizo para ser parte del lado provocador y transformador de la Historia que da la fama y también la quita, como el símbolo de una nueva persona en un nuevo mundo que muchos se dedicaron y se dedican a forjar, a sangre y fuego. Sigue leyendo

BLACK MIRROR: ‘El momento Waldo’ o la democracia de pulgar en una época iracunda

por

Black Mirror: El momento Waldo o la democracia de pulgar en una época iracunda



Por Juan Pablo Serra. Tiempo estimado de lectura: 12 minutos

The Waldo moment (El momento Waldo) fue uno de los capítulos de Black Mirror que menos impresión causaron cuando la segunda temporada de la serie vio la luz en 2013. Sin embargo, los años y los acontecimientos de entonces a esta parte (la sustitución de la verdad por el tweet, la llegada de los populismos, la retórica que llevó a la victoria a Donald Trump...) acabaron por convertirlo en una referencia más que recurrente para interpretar el presente. Nuestro colaborador Juan Pablo Serra analiza el episodio en un capítulo del libro 'Black Mirror Porvenir y Tecnología' que Ediciones UOC nos cede amablemente para los lectores de Democresía. Puedes ver un fragmento del libro en PDF aquí (Más detalles al final de esta página).

Prácticamente desde su estreno, Black Mirror se convirtió en un producto de referencia para suscitar la conversación inteligente, la discusión académica y la reflexión sociológico-filosófica sobre algunos de los problemas que rodean a la irrupción de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Las razones para ello son muy variadas, y van desde el modo de difusión reticular y la distribución asíncrona propias de la serialidad televisiva contemporánea —un modelo que García Martínez (2014) resume como uno de televisión sin televisión— hasta su condición de ficción autoconsciente, en este caso, de los imaginarios asociados a las pantallas que el público tiende a asimilar acríticamente (Cigüela Sola; Martínez-Lucena, 2014, pág. 85) y que, en su perfil más elemental, coinciden con el discurso de los pensadores y expertos tecnólogos más optimistas.

En cualquier caso, no deja de ser insólito que una antología con tan pocos episodios (en las dos primeras temporadas) genere tal cantidad de elogios, meditaciones, réplicas y debates. Más aún cuando su estatuto highbrow o de quality TV no es, a día de hoy, comúnmente aceptado ni conscientemente asumido o buscado por su creador.

Parece claro que la «muerte de los expertos» de la que se lamenta Tom Nichols en una obra reciente (2017) alimenta la necesidad de la gente corriente de participar en la conversación pública sobre la actualidad y la cultura en un ciclo interminable en tanto no hay autoridad legitimada que pueda detenerlo merced a un conocimiento cualificado. Frente al arte de la conversación como ejercicio destinado a continuar la conversación de la humanidad —diría Michael Oakeshott— o a buscar lo universal y permanente —diría John H. Newman—, hoy se impone un estilo (neo)romántico e hipertrofiado de conversación dirigido a la redescripción o edificación constante de uno mismo y de los demás —diría Richard Rorty. Si a esto añadimos, en el terreno de la creación artística, la «muerte del autor» decretada por Roland Barthes en 1968, tendremos un cuadro más preciso de las coordenadas en las que el sujeto actual se ve instado a buscar los significados de un modo libre y a ir conformando un canon interpretativo mediante un proceso descentralizado de inteligencia colectiva que, hoy, incluye a la comunidad global de intérpretes y comentaristas.

La figura de Charlie Brooker encaja bien en este panorama de demanda de food for thought como un azuzador de conciencias y un encendedor de charlas propias de una organización social horizontal. Sin embargo, no es esta la razón por la que a espectadores y periodistas les fascina la aportación de Brooker al acervo colectivo, sino por otra más elemental. Y es que, entre las alabanzas que la serie recibe, la más habitual es aquella que ve en sus capítulos una suerte de profecías seculares.

En lo que sigue, explicaré por qué tiene sentido atribuir valor a Black Mirror en función de su predictibilidad tecnológica y esbozaré las dos observaciones fundamentales sobre la escena política contemporánea que Brooker sugiere a partir del mundo posible de «The Waldo Moment» (2x03). Por último, subrayaré el elemento psicológico y emocional del actual sujeto transparente que detona la acción del capítulo y que, dada su presencia en otros episodios de la serie, bien puede contemplarse como fundamento de una de las lecturas epocales que Brooker propone a la gran diversidad de seguidores del programa.

"Prácticamente desde su comienzo, Black Mirror se convirtió en una referencia a la hora de suscitar la conversación filosófico-sociológica sobre las consecuencias de la tecnología."

Oso blanco, Black Mirror
White Bear (T2E2, 2013) Owen Harris

1. Black Mirror y la imaginación de lo posible

Empresas que imitan el lenguaje y la personalidad de los seres queridos para que se pueda chatear con ellos post mortem. Investigadores de Harvard trabajando en la fabricación de abejas electrónicas. Sistemas de domótica cada vez más sofisticados. Dispositivos de realidad virtual que disocian de la realidad y desencadenan stress. Una herramienta como el Sesame Credit que gamifica la obtención de crédito social a instancias del gobierno chino. Cámaras portátiles que registran fragmentos de tu vida y los ordenan en forma de relato. O hackers que acceden a nuestros móviles y portátiles para grabar nuestra intimidad y tener material con que extorsionar. Son todas noticias sobre hechos reales que, periódicamente, redirigen la atención pública hacia los capítulos de Black Mirror que los anticiparon. La capacidad de predicción es, como decíamos, un argumento epidérmico para apreciar la calidad de la serie pero, a cambio, certifica otra cosa, que es la adscripción genérica de Black Mirror a la ciencia ficción.

Visto desde cierto ángulo, lo que Brooker lleva a cabo en la serie parece no distar del tipo de programas y anuncios que se hacían en los años cincuenta y sesenta del siglo XX para anticipar cómo sería la vida en 2000. Ahora bien, a diferencia de aquellos productos entre lo informativo y lo promocional, lo que distingue a Brooker no es su mayor o menor agudeza futurista cuanto, más bien, el tono existencial y moral de sus historias, que refleja el giro en la ciencia ficción que se dio después de su edad de plata durante los primeros años sesenta.

Siguiendo las clasificaciones que recoge Castro Vilalta (2008) en su magnífica síntesis del género, podemos decir que la obra de Brooker es paradigmática de un tipo de ciencia ficción prospectivista y soft, esto es, centrada en los personajes y las consecuencias antropológicas y sociológicas de la tecnología más que en el asombro ante escenarios, artefactos y teorías descritos con precisión. Philip K. Dick dijo una vez que la fantasía trata de aquello que la opinión general considera imposible mientras que la ciencia ficción trata de aquello que la opinión general considera posible bajo determinadas circunstancias. Ahora bien, en el caso de Black Mirror, las condiciones de posibilidad que hacen creíble su universo ficcional no se ciñen tanto a lo factible de los dispositivos tecnológicos de cada capítulo cuanto, más bien, a lo verosímil de las actitudes humanas que la serie intuye que advendrán con el uso generalizado de ciertos aparatos y formas de comunicación.

Narrativamente, por tanto, Black Mirror tiene su encaje en la historia de la ciencia ficción y, aunque hoy estamos acostumbrados a las distopías, lo cierto es que la visión tecnonegativista de la serie no es, ni mucho menos, esencial al género. De hecho, hasta bien entrado el siglo XX, los relatos de ciencia ficción presentaban una perspectiva más utópica, donde la tecnología iba a solucionarnos todos los problemas. Durante la década de los sesenta, empero, se dio un giro significativo en la ciencia ficción, simbolizado en los relatos que publicó la revista británica New Worlds bajo la dirección de Michael Moorcock. En ellos, la tecnología se relaciona con temas sociales, el tono de las historias tiende a ser más introspectivo y se traslucen los miedos populares del momento, como el nuclear.

Brooker, nacido en 1971, es deudor de este giro y su influencia en el género, que durante las dos décadas siguientes estaría marcado por el pesimismo existencial y la actitud ambivalente hacia la tecnología, definitivamente desligada de optimismos ingenuos.

Sin embargo, a quien más debe Brooker no es a la literatura, sino a la televisión. Convencido de que los problemas más comunes de nuestra época requieren un abordaje indirecto, en más de una ocasión Brooker ha explicado que su principal fuente de inspiración fue The Twilight Zone (1959-1964), la serie de Rod Serling que abordaba los temas comprometidos del momento —el racismo, la carrera armamentística, el macartismo, los derechos civiles— de un modo metafórico, empleando elementos típicos del fantástico y la ciencia ficción (Brooker, 2011).

De esta manera, cabe encuadrar la personalidad autoral del showrunner Charlie Brooker dentro de las coordenadas que miden la mejor ciencia ficción en general, y que son la capacidad predictiva y la reflexión existencial. Con el paso de los años, hemos podido ver cómo varias de las tramas de la serie se «adelantan» a los acontecimientos y el efecto revalorizador que ello tiene en algunos episodios relegados, como es The Waldo Moment», ahora señalado como vaticinio del ascenso de Donald Trump y, más generalmente, de la ola populista que recorre Occidente.

Ciertamente, la valoración negativa del capítulo por parte de los críticos estaba fundamentada. Tanto la definición del personaje principal —un comediante con problemas de autoestima— como su relación con la candidata laborista adolecen de una justificación mejor trabajada. Además, y al margen de sus aciertos predictivos, el capítulo carece del punch de otros, un defecto que parece querer compensar demasiado tarde, durante los títulos de crédito, mediante un final tan lúgubre como sugerente. Pero aunque Waldo no se cuente entre lo mejor de la serie en términos de guión y personajes, su capacidad de reenvío a los problemas del presente sí es pertinente. Y coherente, pues el capítulo desarrolla la transformación de la política en espectáculo y la invasión de la antipolítica populista en consonancia con el resto de la serie, tanto en lo que se refiere a la mediación tecnológica —el manipulador remoto que sirve para traducir los gestos y voz del comediante en forma de cartoon— como en lo que tiene que ver con el tipo humano que está detrás de estas transformaciones sociales.

La serie reproduce dos de las señas de identidad de la ciencia-ficción contemporánea: su acento sobre la reflexión existencial y su capacidad predictiva.

2. Democracia de pulgar, espectáculo y antipolítica

Jamie Salter pone voz y movimiento a Waldo, un oso azul animado que entrevista a celebridades para un late night satírico. Ante la popularidad del personaje, la cadena encarga un piloto protagonizado por el oso y, en una sesión de trabajo, a uno de los productores se le ocurre presentar a Waldo a unas elecciones locales. El plan inicial es seguir mofándose de Liam Monroe, candidato del Partido Conservador abochornado con anterioridad por el oso azul. Pero un desengaño amoroso y el contraataque de Monroe en directo —cuando revela que detrás del dibujo animado no hay sino un cómico fracasado— disparará la ira de Jamie/Waldo, que acusará a aquel de ser «una vieja actitud con un nuevo peinado» y al resto de los candidatos de ser igual de farsantes.

Waldo no es real, no tiene programa ni propuestas, pero «es más auténtico que todos los demás» candidatos y eso causa furor entre el público porque es «sincero» y «no finge representar nada», lo que le convierte en la «mascota oficial para los votantes descontentos». Al final, queda segundo en las elecciones, pero ya sin Jamie, automarginado de la campaña por diferencias con la pretensión del productor de convertir a Waldo en una figura internacional. Intercalado entre los créditos finales, vemos a Jamie durmiendo en la calle mientras en cada pantalla disponible se proyecta la imagen del oso azul unido a eslóganes multilingües de «esperanza» y «cambio». El excómico lanza una botella a una de las pantallas y es apaleado por la policía.

Gracias a este final futurista, el encaje del capítulo en la ciencia ficción es menos negociable pero, en todo caso, conviene distinguir en la trama qué es y qué no es una metáfora sobre nuestro mundo.

Aunque parezca increíble para el neófito, no lo es que un extraño se presente a unas elecciones, tal como lo prueban los candidatos disfrazados de personajes de ficción o superhéroes y los candidatos animales que han logrado postularse en procesos electorales (Rodríguez Andrés, 2016, págs. 84-85). En cambio, el ascenso de Waldo hasta convertirse en símbolo de un proyecto de dominación mundial no resulta creíble porque haya habido casos parecidos, sino porque se inserta en un proceso de hibridación político-mediático y en un sistema abierto como la democracia que sí hacen posible ese resultado.

La espectacularización de la política no es un fenómeno nuevo. Al menos desde la contienda electoral de John F. Kennedy a principios de los sesenta, en la arena política se da por hecho que la visibilidad del candidato lo es todo. Hoy en día se recurre a la construcción de relatos personales y la difusión de vídeos y fotomontajes en redes sociales y YouTube pero la lógica de fondo permanece intacta: lo que no se ve, no es. A priori, esto no tiene por qué ser problemático pues —aunque la política real no puede eliminar lo arcano, como diría Carl Schmitt— la política ordinaria tiene mucho de teatral y representado. El problema, más bien, se da cuando la política adopta las formas del mensaje televisivo que, más tarde o temprano —por la propia exigencia del medio—, deviene en espectáculo y trivialización.

Pocas imágenes han explicado con mayor perspicacia este proceso que aquellas de Network (1976), la película de Sidney Lumet que comienza con un periodista anunciando su suicidio en antena harto de la banalidad de la vida, y termina con su propio telediario convertido en un programa de variedades donde el editorial enfurecido convive con segmentos de astrología, prensa amarilla, lanzamiento de cuchillos a vedettes y encuestas de opinión varias.

Esta deriva no es inocua. A mediados de los ochenta, Neil Postman señaló con presciencia las consecuencias del infotainment, la primera de las cuales es, justamente, que cuando los informativos se conciben como entretenimiento se difumina la noción de lo que significa estar informado de algo, pues una información solo remite a otra información, pero no necesariamente a una explicación de su sentido (2001, pág. 110). El descrédito actual de la política no procede, ciertamente, de haber entrado a este juego pero sí refleja que:

«[...] en la tensión entre lo político y lo mediático no es fácil decir de lado de quién está la democracia: por un lado, el representante político se arroga el favor de lo democrático en tanto ha sido elegido en las urnas; del mismo modo que lo hace Twitter o la televisión, en tanto su contenido lo decide la propia audiencia, mediante sus likes o su participación online» (Cigüela Sola; Martínez-Lucena, 2014, pág. 97).

Esta tensión late en todo el capítulo, pero aparece con especial claridad en dos momentos. El primero cuando, instado por los viandantes, Monroe se apresta a hablar con Waldo en plena calle ante un grupo de personas que atienden más a los chistes vulgares que a las promesas de reducción de tasas. El segundo cuando Jack Napier, productor del programa, intenta convencer a Jamie para que Waldo sea entrevistado por un especialista en política. «¿Por qué querría hacerlo?», dirá el cómico, al fin y al cabo el oso no defiende ninguna causa.

--Napier: No necesitamos políticos. Todos tenemos iPhones y ordenadores, ¿no? Así que cualquier decisión política que deba tomarse la subimos a la red, que la gente vote a favor o que la gente vote en contra. La mayoría gana. Eso es una democracia, es una democracia auténtica.

--Jamie: También lo es YouTube y no sé si lo habrá visto, pero el video más popular es el de un perro tirándose pedos para hacer la melodía de Happy Days.

El riesgo de delegar toda decisión en la mayoría es una de las aristas del descrédito histórico hacia la democracia que recorre el pensamiento occidental desde Platón hasta Tocqueville y que, hoy, reaparece bajo la amenaza de la complacencia a la que tiende la vida en los sistemas democráticos. No es internet, por tanto, lo que degrada la democracia —pues esta es de por sí un régimen de resultados inciertos— cuanto, más bien, ciertas estrategias para captar audiencias/votos que pueden tener réditos inmediatos, pero no necesariamente consecuencias útiles para la vida política de un país.

Hannah Arendt o Jürgen Habermas, entre otros, recalcaron la diferencia entre las esferas privada y pública para notar que el mundo vital de la primera no tiene por qué transponerse automáticamente a la segunda, lugar de la racionalidad y el debate argumentado. La confusión entre esferas puede tener consecuencias saludables para la vida pública, entre las cuales sin duda está el abrir espacio para tipos de argumentación más intuitivos e informales. Sin embargo, el medio digital, cuya temporalidad hace posible una comunicación inmediata del afecto sin reservas ni distancias, es ambivalente a este respecto. Puede ser un buen dinamizador de la participación política pero, como ha insistido Sunstein, también puede reforzar los grupos de opinión homogénea y las echo chambers.

Es en estas coordenadas de análisis de lo sentimental en la política donde The Waldo Moment resulta más penetrante. No se dice por qué Jamie/Waldo elige a Monroe, un político de toda la vida, como dardo de sus ataques pero sí sabemos que Jamie es un tipo frustrado por la falta de éxito profesional (siempre hace el mismo personaje, sus jefes apenas recuerdan su nombre) y el desengaño amoroso. Su reticencia a que la campaña de Waldo escale a niveles mayores proviene de que, en el fondo, no le interesa la política pero, en cambio, sí está dispuesto a airear sus quejas contra los candidatos que mantienen todo igual o que instrumentalizan la política para sus propios fines, así como contra los periodistas que tratan a la gente de ignorantes.

En este sentido, que Jamie/Waldo parezca abogar por una especie de democracia directa revelaría no sólo un ciudadano pasivo y reacio a las modulaciones deliberativas sino, sobre todo, una mentalidad antipolítica, en la medida que reivindica una política sin representación ni mediación institucional que, en nuestro tiempo, suele leerse como populista.

No es este el lugar para analizar el fenómeno, que se viene estudiando desde hace años en Latinoamérica (E. Laclau, F. Freidenberg, F. Panizza, G. Aboy Carlés) y cuyo interés se ha reavivado tras los acontecimientos políticos del último año. Un examen del populismo al que, con todo, merece atender es el de Chantal Delsol cuando, más que un fenómeno antidemocrático, divisa en el populismo un síntoma del desprestigio democrático. Lo que todos los populismos comparten es la división entre élite y pueblo que, según Delsol, hoy comparecería como fractura entre una élite globalista y desarraigada y un pueblo aún vinculado a un espacio particular y a formas de vida comunitarias (familia, empresa, convivencia cívica).

Esta crítica conecta con el diagnóstico que, poco antes de fallecer, realizó Christopher Lasch al advertir de la rebelión de unas élites desligadas de todo valor civilizatorio (sentido de la responsabilidad y del límite, defensa de lo propio) y distanciadas de la multitud. Lo verdaderamente antipolítico no estaría del lado del pueblo sino de la élite y habría, en la lectura de Delsol, un populismo auténtico cuando el pueblo busca la política y reconoce la necesidad de representación. Y es que, si por algo se caracteriza el engaño populista, es por pensar que la mediación no es necesaria, que el pueblo es autosuficiente. No obstante, la política sí es necesaria y es responsabilidad suya filtrar y ordenar las demandas populares para que se pueda traducir en algún tipo de acción coherente.

La democracia sin política entroniza al ciudadano como evaluador independiente pero, por más antipático que resulte el recordatorio, «no hay otro sistema que la democracia indirecta y representativa a la hora de proteger a la democracia frente a la ciudadanía, contra su inmadurez, incertidumbre e impaciencia» (Innerarity).

El medio digital hace posible una comunicación directa y sin reservas, lo que puede ayudar a la participación política pero también reforzar los grupos homogéneos de opinión."

3. Una conclusión inquietante

Brooker escribió The Waldo Moment pensando en el estrafalario Boris Johnson, en aquel entonces alcalde de Londres y uno de los principales promotores del Brexit. Si, de paso, predijo la victoria de Donald Trump, ello se debe a que los elementos populistas de la política estadounidense —la invectiva contra la élite financiera y gubernamental, el temor al desempleo por la inmigración— no han cesado de aparecer a lo largo de la historia. Y, aunque el final del episodio sugiera la idea de un poder escondido que seduce con su positividad, el conjunto de la trama admite una lectura de la máxima actualidad: una política al margen del pueblo —centrada en la autopromoción y ascenso dentro de un partido, en el cuidado de la propia imagen o en tapar los escándalos ajenos— tarde o temprano suscita reacciones de ira e indignación cuyos resultados pueden ser imprevisibles.

¿Está en condiciones de evitarlo el sujeto despersonalizado y desmemoriado de nuestros días?

Black Mirror: porvenir y tecnología. Precio: 28 euros. 272 páginas.
Autores: Jorge Martínez-Lucena, Javier Barraycoa et alii

Black Mirror es una distopía televisiva que pone al espectador contra las cuerdas, lo destrona de su confortable sillón y le obliga a tomar conciencia del asfixiante futuro digital que le espera; y siempre con la angustia latente de que pueda acontecer algo inesperado ante el porvenir. Episodio tras episodio, este retablo narrativo se convierte en «el Libro de Job» del homo tecnologicus, solo que en este caso Dios no parece responder. En estas páginas, académicos de distintas disciplinas se confabulan para re-visitar la teleserie y darnos pistas que nos permitan ahondar un poco más en nuestro mundo, tanto el presente como el que está por venir.

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Navidad: reflexiones de una festividad ancestral

En Religión por

En occidente existen diversas tradiciones que son características de los últimos meses del año y que llegan incluso a traspasar fronteras.  Desde el Halloween anglosajón, pasando por el Día de Todos los Santos, el Día de Muertos en México, o el Thanksgiving Day en Estados Unidos, hasta las festividades propias del mes de diciembre, que nos son comunes en esta parte del hemisferio.

Es acercándonos al final del año cuando, inevitablemente, los medios de comunicación, los establecimientos comerciales y la familia, nos recuerdan que se acerca la Navidad, festividad que pareciera que se prepara con mayor antelación cada año. Ya no es extraño comenzar a ver árboles, luces o decoraciones navideñas en venta desde antes de que pase Halloween. Sigue leyendo

Dos herejías sobre la belleza: Soloviev al rescate

En Pensamiento por

Existe una herejía alarmante muy extendida en Occidente. La densidad especulativa de Disney la ha acuñado en el confuso aforismo “la belleza está en el corazón”. Tratándose del cuento de una doncella que se enamora de una criatura caracterizada como “bestia”, supondré que se trata de la posibilidad de amar a alguien independientemente de su fealdad aparente, cuando en su interior reside el bien.

Todo esto me resulta muy confuso. En primer lugar, está la ambigüedad de un “corazón” en el que debe residir un cierto bien que no sabemos muy bien en qué consiste. No menos preocupante parece ese verbo “estar”. La belleza no “está”, no se sitúa. Se corre el terrible riesgo de etiquetar arbitrariamente la posición de la belleza o, más terrible aún, se corre el riesgo de disolver la belleza en un cierto carácter moral.

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Esbozo sobre la moral burguesa

En Pensamiento por

Uno de los mayores errores de la actual cultura occidental consiste en marginar con tanta severidad el estudio y debate de los valores morales; se ha dejado en el terreno de lo innombrable a la moral y a la religión en particular, provocando asi críticos problemas de comunicación en tiempos de globalización e inmigraciones masivas. Tengamos en cuenta que la religión es un lenguaje y cuando el lenguaje se agota o se anula, aparece la violencia. La violencia es la ausencia de lenguaje y hoy una parte vital de este último está siendo desplazada.

Debido a esto, resulta oportuno reflotar el estudio de los valores morales realizados por Nietzsche, especialmente La genealogía de la moral (1889); además, creemos necesaria la actualización de sus esquemas, considerando los años y los cambios acontecidos tras la publicación de dicho ensayo. Sigue leyendo

Nicolás Maduro y el pájaro silbó de nuevo

En Periodismo por

Ayer concluía en “Salvados” la segunda parte de la entrevista a Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela.

Más allá de entrar en cuestiones de la propia técnica periodística o valoraciones generales sobre el contenido, donde recomiendo echar un vistazo a los artículos publicados por Ignacio Pou en “El Debate Hoy”, quisiera detenerme en el estilo de Maduro.  El estilo que tiene Nicolás Maduro para hablar de política.

Tanto en la primera como en la segunda parte, hay momentos de extraordinario valor ficcional, de escafandra tintada de negro, de malabarismo mental.

Uno se queda con una mueca, que no sonrisilla de incrédula superioridad intelectual, ante el despliegue audiovisual que tiene ante sí. Es como estar atrapado en un diálogo capeado y sempiterno en la catedral de Vargas Llosa. Es como una pelota de mucosidad instalada en el lóbulo frontal que se convierte en palabra viva al decir “no me lo creo”.

Porque esa es la sensación que le queda a uno cuando Évole pregunta y Maduro responde. De alucinar, de no dar crédito a que uno de los dos que hay en esa mesa sea el presidente de 31 millones de personas.

Las salidas de tono, las respuestas sin sentido, la doble moralidad raruna, los aspavientos de trailero en mitad de un atasco, el corte de camisa a la coreana, los reseteos cerebrales, las gesticulaciones “violentas”, las carcajadas que más parecen de barra y Cerveza Polar que de encuentro periodístico.

La duplicidad parlamentaria en Venezuela con la aparición de la Constituyente -la cual no cuenta con un solo representante de la oposición y que ahora se ocupa del poder legislativo del país-, la limpia de magistrados del Supremo y del Constitucional, el cinismo desde el que dicta sentencia internacional a través de recortes de telediarios españoles,  de las colas de lo absurdo -del noqueo económico y social- de la gente que tiene que invertir toda su potencialidad intelectual y el tiempo que Dios le ha dado en comprar el pan y “papel de culo”.

Es como si el pájaro que estimuló al panteísta de Caracas no hubiese dejado de revolotear por Miraflores, intercalando su onomatopeya particular con dialéctica bolivariana.

“Su respuesta no es muy consistente”. “La verdad es que usted impone”.

En definitiva, un aura, “unas energías” que diría la todopoderosa Claire Underwood de Managua, que chocan frontalmente con los usos y costumbres de la entrevista política. Al menos del formato clásico al que estamos acostumbrados en occidente.

Pero tampoco quisiera desviar la cuestión por ahí. Son los personajes, estos personajes, lo que hacen que la entrevista sea algo extraordinario. Es un producto sui generis que tiene más de perfil psicoanalítico que aproximación a un agente internacional con cierta relevancia. Parece un retrato emotivo de un hombre que no tuvo nada, lo tuvo todo y vuelve a no tener nada, con la salvedad de que nadie se ha parado a explicárselo y le han dejado que siga la función, igual que al bibliotecario de Chesterton que jugó a ser un don Quijote con tintes decimonónicos.

Lo decía Bustos la semana pasada: en el programa de Évole impera “lo cinematográfico” por encima de lo periodístico. Lo vemos con la entradilla de los dos programas, que le da a uno la sensación de estar viendo un spoiler de la cuarta temporada de Narcos porque ya sabemos que la tercera es en México. ¡Ojo! A ver si vamos a tener que pedir royalties a la plataforma digital porque hay antecendetes familiares, como las hazañas de los dos sobrinos de Maduro, que nos puedan dar la premisa para otro buen rato de plata o plomo.

También está presente en los cortes y el tono, lo que hace que las conclusiones que cabe extraer, además de ser muy sabrosas y placenteras para el ojo, queden, cuanto menos, en entredicho.

Por tanto, de la visualización de esta “entrevista” saco dos conclusiones: inquietantes los humanos sin rostro que figuran como parte del atrezzo, al final del tiro de cámara, junto a las cortinas rojas. Y que Maduro, tal y como queda retratado, me podría caer bien.

El que quiera entender, que entienda.

El mito y el pecado del revisionismo

En Asuntos sociales/Cultura política por
Una visión romántica de la Conquista de América.

Ayer volví a leer el excelente artículo de Santiago Huvelle, El Espejo de América. En él relata cómo el Western es algo más que un género en los Estados Unidos de Norteamérica: es su propio mito. Y presentaba también de forma a la vez rápida y clara, la devaluación del mito en la cultura cinematográfica que le dio esplendor. Hoy se vuelve a retomar, especialmente en las series. Lo que para el autor evidencia un interés renovado por arraigar la propia cosmovisión americana.

Porque, en el fondo eso es el mito. Todos los países tienen sus mitos, todas las profesiones, todos los hombres. Porque el mito dice algo de nosotros mismos, de nuestra cultura, que escapa de los sesudos libros de historia nacional. Estados Unidos necesita del Western –y hasta cierto punto de los superhéroes– para completar algo que la historia no dice: su vocación nacional, su forma de ver el mundo… el relato de fondo, más allá de la propia historia, que da sentido a su historia. Sigue leyendo

Contra el movimiento de los astros

En Cataluña/Cultura política/España por

Fue Hannah Arendt quien señaló el origen del término revolución. Contra lo que pudiera parecer, la adopción de la palabra revolución no venía a significar un movimiento de ruptura, una sacudida violenta e imprevista impulsada por un puñado de voluntades encendidas, sino, precisamente, un devenir de fuerzas que escapan a todo control del ser humano, irresistible, como el movimiento de las estrellas en el cielo nocturno.

Arendt utilizaba esta imagen para explicar la experiencia de la Revolución Francesa y el descubrimiento de sus impulsores y protagonistas de haber desatado unas fuerzas de la historia del todo desconocidas hasta entonces. Tanto escapaba el fenómeno de la revolución a una mera relación de causa y efecto que los mismos que la habían puesto en marcha acabaron siendo devorados por ella, para ser sucedidos por nuevos líderes que al poco terminarían también pasando por el cadalso.

Los acontecimientos de los últimos días en Cataluña y las reacciones que uno, como espectador, alcanza a observar y meditar, dan cuenta de que el famoso procés catalán va adquiriendo el tono y las dimensiones de un movimiento revolucionario. Por todas partes veo amigos y personas que en una situación cualquiera hubieran permanecido al margen de cualquier problema político, y que, poco a poco, van siendo arrastrados por el movimiento inefable de unos astros que –como una mueca de la historia– en Barcelona se han hecho omnipresentes. Sigue leyendo

La metamorfosis del terror: del jacobinismo al yihadismo

En Pensamiento por

El atentado yihadista de Cataluña volvió a poner sobre la mesa la cuestión de la naturaleza de este tipo de terrorismo. Un pensador como Edmund Burke quizá pueda ayudarnos a dirimir esa cuestión en la medida en que su reacción contra la Revolución francesa despliega una serie de visiones y argumentos no desdeñables a la hora de profundizar en la esencia del terrorismo islámico.

Evidentemente, no pretendo decir que, en Burke, se halle la solución del enigma, sino que, en nuestra historia intelectual, disponemos de marcos conceptuales adecuados para dotar de complejidad y hondura a nuestros análisis del presente. Desde la perspectiva del pensador irlandés, cabe descubrir una afinidad entre el jacobinismo y el yihadismo que, con todas las cautelas y matices, dadas las inmensas diferencias entre uno y otro; permite poner el énfasis en la ideología como clave interpretativa fundamental. Sigue leyendo

El Instagram de Dorian Gray (II)

En Antropología filosófica/Asuntos sociales por
millenial

Caída y redención del millennial postmoderno (Viene de un artículo anterior)

2.“Vive de máscaras” 

Aquí entra de nuevo nuestro amigo Dorian, que es, por excelencia, el hombre de la apariencia: un atractivo triunfador vitalista, galán y aventurero, árbitro de la elegancia de la sociedad londinense que parece no encontrar otro objetivo a la vida que el de disfrutarla intensamente a cada instante, despreciando toda motivación superior y todo valor y código ético. Pero esa apariencia exterior, en la que vive frenéticamente volcado, oculta un secreto interior, simbolizado en ese cuadro que tiene escondido en el desván. Un retrato que va deteriorándose y encarnando toda la fealdad y degradación que su apariencia no muestra, a medida que abandona a sus amigos, acuchilla fríamente a su mejor amigo y va traicionando a todos sus seres queridos.

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ESPECIAL Crisis en Cataluña

por

Cuesta encontrar en la historia artefactos ideológicos como el independentismo catalán. Un artefacto que predica la unión entre dos extremos contrarios, la independencia y el hedonismo, esto es, la exigencia moral de la libertad antigua, que permea las luchas contra Estados opresores, y el ejercicio poco ejemplar, pero placentero, de la libertad moderna, inherente a una sociedad ajena a las pasiones políticas.

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A muchos votantes les suele gustar ver a los políticos fuera de su quehacer diario y descubrir que hacen cosas “como uno más”.  Entiendo la gracia, pero si cogiese un mismo ejemplo de un personaje de la cultura como puede ser Vargas Llosa esquiando o dándose piquitos con Isabel Preysler, pues, francamente, mi primer juicio de dicho reportaje sería que estoy ante una tontuna irrelevante.

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Yo soy de esos románticos que besan las prendas de su amada cuando su olor les recuerda a ella. Se me olvida que las cosas son materia. La última fue una bufanda que se dejó, la muy friolera, en este mes de octubre que de tan cálido se ha llevado hasta las ganas de llorar. Desprendía su perfume y no pude evitar la tentación; besé un puñetero trapo.

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Qué bien nos iría a todos y a todas si los independentistas considerasen que todos y todas los animales y las animalas humanos y no humanos, humanas y no humanas somos iguales y compartimos una misma dignidad natural… Ciertamente, pensé, mientras un gato tuerto y patizambo me observaba agazapado entre las sombras, prefiero esta “¡li-be-ra-ción a-ni-mal!” que pone el foco en las bestias a esa otra liberación animal.

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No puede sonar igual cuando quien pronuncia esta frase forma parte de una agrupación política que no condena el terrorismo, que cada vez que les ponen un micrófono delante todo lo que se escucha es una mezcolanza de comunismo rancio y dialéctica tumefacta. Alguien que tiene de su lado una guerrilla que, además de cuenta de Twitter, también va equipada con mochila violenta a manifestaciones o a lo que se preste.

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No sigamos hablando de hacia dónde nos llevan los políticos, porque la vida en las calles es de los ciudadanos. Y somos nosotros quienes decidimos si llega la sangre al río, si paramos de una vez por todas a las masas obtusas. Ojalá pusiéramos pause, hiciéramos por unos momentos examen de conciencia y nos diésemos cuenta de la responsabilidad que hemos tenido en la diseminación del odio.

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Nací, como otros hombres, en un trozo de tierra que amo porque allí jugué de niño, allí me enamoré y platiqué con mis amigos en noches celestiales. Y ahora me siento perplejo. ¿Por qué deberían ser una nimiedad esos jardincitos en los que declaramos nuestro amor o esas calles de las que sacamos a nuestros muertos? ¿Por qué tendrían que ser un absurdo? 

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Algunos piensan que existe subsidiariedad por el simple hecho de que ciertos gastos se deciden a nivel regional. Pero la verdadera subsidiariedad solo se daría si las personas y familias fueran capaces de tomar las decisiones últimas respecto de asuntos como, por ejemplo, la educación de sus hijos.

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Quizás, el aprendizaje que nos quede por delante sea el de llegar a entender al fin, tras cuarenta años de convivencia en libertad, que la democracia, en primera instancia, no es una oportunidad, sino un límite sin el cual toda oportunidad corre el riesgo de derivar en desmesura, terror y tiranía. Incluidas las oportunidadessentidas como más legítimas, puras e indiscutibles.

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Los acontecimientos de los últimos días dan cuenta de que el famoso procés el tono de un movimiento revolucionario. En Cataluña se han dado cita dos fenómenos sociales que dan cuenta de una sociedad que –como muchas otras en todo el Occidente– sufre los espamos de una infantilización que se aprecia de manera dramática tanto en sus odios como en sus amores, y que en su pataleta amenaza con tirar abajo la civilización occidental.

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 En Cataluña hay mucho Pancho Sánchez, como diría Julian Assange, que sueña con una utopía catalana y no está mal soñar con utopías. Oscar Wilde ya dijo que un mapa donde no apareciera señalado la utopía no merecía ser mirado. Las utopías nos mueven hacia lugares, normas y comportamientos mejores, pero cuidado con tomar muy en serio nuestros delirios.

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Los chavales no piden más, vana encontrar algo de conocimiento, reírse, comentar sobre el partido de liga del pasado fin de semana, quizás echarle una miradita a alguna chica y largarse. Sin embargo, los niños en Cataluña se encuentran con algo muy distinto (chicos, chicas, mayores y pequeños).  Este lunes, a primera hora y delante de toda la clase, un profesor de Sant Andreu de la Barca espetó a un niño, hijo de Guardia Civil: “estarás contento con lo que hizo tu padre ayer”.

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Frente al ruido y rumorología, nuestra labor es la formación y el actuar ético. Corresponde al que opina saber utilizar categorías que se salgan de la composición de lo que es un hecho noticiable en la era del “Little rocket man”, del twitteo compulsivo sin filtro consciente. Hay que hacer una reflexión desde el plano de las ideas, conceptos y estructuras mentales que se han desarrollado hasta el 1 de Octubre.

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Los procesos segregacionistas derivados de postulados nacionalistas son por lo general, propuestas revolucionarias camufladas en falsas democracias para que las clases acomodadas y burguesas, previo adoctrinamiento y agitación de una parte de la sociedad, se hagan con el control total de las instituciones de un territorio administrativo (económicas, mediáticas, legislativas etc.) y así asegurarse un poder incontestable.

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Ya no existen vías -al menos las lógicas y presumibles para hacer siquiera un amago de actividad democrática- para que el Referéndum pueda llevarse a cabo. ¿Qué recuento se va a llevar a cabo sin disposición de medios físicos para ello? ¿Cómo van a ser estas nuevas papeletas y quién las va a financiar o imprimir si no es un organismo privado que per se, por su propia naturaleza, perdería toda legitimidad de ser una cuestión común?

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Ocurre como sucedió con ETA, que logró colar, entre otras, la expresión “impuesto revolucionario” para referirse a la extorsión y al chantaje a que sometió a empresarios, etc. (...) Pues en el caso de Cataluña los partidarios de la separación política han logrado, repito, que las palabras que más se utilicen...

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Es necesario cambiar la dialéctica de ‘ellos contra nosotros’, y regresar al básico ‘tú y yo’, al pensamiento dialógico. Cambiar las trincheras por un lugar de encuentro, no sólo entre políticos y entre Gobierno y Generalitat, sino dentro la propia sociedad. Repito, probablemente es ya demasiado tarde

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En el fondo de esta reivindicación, lo que reside es un concepto de soberanía que necesita ser analizado para que entendamos porque, mientras unos dicen que “democracia es votar” otros digan que lo que está ocurriendo en Cataluña es una aberración que conduce casi inevitablemente al fin de la democracia.

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Ante la falta de shem, de una palabra que revele algo de verdad en todo este batiburrillo, los zarandeadores del régimen independentista han apostado por otros sucedáneos, metiendo a bulto palabras como “¡Mierda! ¡Fascista!” en el golem catalán. (...) Cada día que pasa sin revisar las bases de este desafío dialéctico, se están apuntalando las murallas  del fraccionamiento social de una sociedad que ya se ha dividido en demasía.

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El manido tema catalán ha puesto sobre la mesa, en los términos de todo o nada, una elección al pie del abismo entre una Cataluña unida a España, luego diversa, plural y tolerante, y una Cataluña separada de España, luego lingüística y culturalmente homogénea, liberticida e intolerante.

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La propaganda casi perfecta

En Mundo por

Rusia, a través de sus medios de comunicación, impulsa todo su poder blando para desestabilizar Occidente, y ni a Joseph Goebbels se le hubiera ocurrido una forma de propaganda tan eficaz.

Estos medios azuzan las más disparatadas teorías de la conspiración, al tiempo que, sin parar de esparcir la confusión, generan desconfianza entre las audiencias occidentales hacia sus propias instituciones. Sigue leyendo

Por qué el procés en Cataluña no es democrático

En Cataluña/Cultura política por

Los sucesos de los últimos días en Cataluña tienen el aroma de un destino trágico. La persistencia de mis paisanos en avanzar hacia el abismo –creo sinceramente que lo es– nos deja al resto de catalanes con la sospecha de que algún dios se ha conjurado contra nosotros y de que la caída en las garras de las más ocultas fuerzas de la historia fue anunciada mucho antes de que empezara la obra, antes de que se pudiera hacer nada para evitarlo.

Acentúa su carácter trágico la dificultad para encontrar en todo ello culpables en el sentido más grave del término. No dudo ni por un momento de que, salvando un puñado de actores interesados a quienes sí es atribuible responsabilidad grave, la inmensa mayoría de quienes abogan por la ruptura con España a costa de la ruptura de la ley –entre ellos amigos y personas cercanas a mí– lo hacen en nombre del bien y de la democracia, sin saber que las fuerzas que están dispuestos a liberar no traerán ni lo uno ni lo otro. Sigue leyendo

Más allá de la lógica del consumo

En Asuntos sociales/Dialogical Creativity/Economía por

Occidente ha sustentado su desarrollo del último siglo en la lógica del consumo. Para ello, la política, la economía y los medios de comunicación se pusieron de acuerdo: si la premisa es fomentar el consumo, debemos vincular consumo y felicidad mediante la rueda de las satisfacciones.

Nos vendieron que la felicidad consiste en satisfacer nuestros deseos y necesidades y, para eso, pusieron en nuestras manos el sistema de consumo. La rueda ha funcionado durante décadas y todavía hoy, en plena crisis sistémica, la única receta posible que nos venden los estudiosos es la de re-activar el consumo. Sigue leyendo

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