Revista de actualidad, cultura y pensamiento

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La elección de la identidad

En Cultura política/Mundo por

Nacionalismo identitario vs. liberalismo progresista como dialéctica ideológica en el siglo XXI

Una convocatoria electoral, intrascendente tradicionalmente, señaló la esencia ideológica de la Identidad colectiva en el nuevo tiempo histórico de la Globalización (o Mundialización, en un sentido más completo).

La elección del nuevo Presidente de Austria en 2016, cargo más honorífico y representativo que ejecutivo, llenó las portadas de la prensa de medio mundo. Norbert Hofer, del nacionalista FPÖ, y Alexander Van der Bellen, del minoritario partido ecologista, se disputaban en una reñida segunda vuelta un cargo que durante medio siglo a casi nadie importó. Por primera vez en la Europa postbélica, un candidato más allá de la derecha tradicional podría convertirse en Jefe de Estado de un país occidental. Sigue leyendo

Cine, superhéroes y democracia (III): la ciudad, el ecosistema

En Democracia y Superhéroes por

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En anteriores artículos se ha mostrado que la democracia es una parte fundamental del mito del superhéroe en el cine. En un mundo sin trascendencia eficiente, la subjetividad del superhéroe reconoce que sólo los valores democráticos son dignos de fe (y algunas personas que los encarnan, también).

Conviene ahora prestar atención al ámbito del superhéroe, su ecosistema artificial: la ciudad democrática. El superhéroe del cine no surge en cualquier tipo de ciudad. Los núcleos urbanos comunistas, totalitarios y pseudodemocráticos son superheroicamente estériles. Según la filmografía superheroica, que un superhéroe surja en Venezuela, Cuba o China tiene tanto sentido como pretender que los delfines erijan universidades. Esto, en parte, explica por qué a ciertos sectores de la izquierda no les agrada este tipo de cine. Sigue leyendo

Los 5 tabúes que la izquierda debe superar según Žižek

En Cultura política/España/Pensamiento por

Hace unos años, cuando “España iba bien” podíamos (¿podíamos?) permitirnos el lujo de tener a izquierda y derecha unos partidos mediocres con unos dirigentes mediocres sin correr demasiado el riesgo de un desmembramiento. Estaba todo pagado, crecíamos a un ritmo superior al 3% y, como dice la cita evangélica, construimos graneros y nos confiamos, sin saber que el cataclismo estaba a la vuelta de la esquina. Sigue leyendo

La familia y uno menos

En Amor y sexualidad/Asuntos sociales/España por

Hace algo más de medio siglo, en nuestra memoria audiovisual blanquinegra, España buscaba a Chencho, unida en torno a La gran familia, la saga familiar del aparejador Carlos Alonso (inolvidable Alberto Closas), su esposa, el abuelo Pepe Isbert y los dieciséis hijos que llenaban de vida el pequeño apartamento y la gran pantalla. La familia se fue encogiendo y estirando con el siglo XX hasta transitar por La familia y uno más o La familia, bien, gracias y La gran familia … 30 años después, cuando solo los problemas crecían y la familia menguaba.

Hoy nuestro espejo sentimental se parece más a aquella otra Familia a la carta de Fernando León de Aranoa, la cinta de 1996, en la que ya se apuntaba hacia esa familia caleidoscópica (¿familias?), familias de ficción y fragilidad que incluyen como condición de felicidad tener perro y, al menos hasta que las posibilidades económicas lo permitan, pasan palabra cuando les preguntan por los hijos. Sigue leyendo

[Más de] Cuatro aspectos en los que has perdido la soberanía

En Elecciones 26J/España por

Una de las grandes pegas del mandato representativo, como avisara Rousseau, es la eventual alienación de la soberanía nacional en la clase política, si se difumina el vínculo institucional entre mandante y mandatario –ciudadano y diputado–. Al final, acaba convirtiéndose el período de elecciones no ya en el único momento de libertad y democracia (así decía el teórico francés), sino en una negociación mercantil, en la que las partes –votantes y partidos– negocian sus intereses, y no están dispuestas a dar más de lo necesario como contraprestación para conseguir lo suyo. Sigue leyendo

DiCaprio, no te mereces el Oscar

En Cine/Democultura por

Los medios de comunicación o la prensa oficial, como diría Hilaire Belloc, han conseguido que el lector inconformista dude, por sistema, de todas las afirmaciones rotundas que éstos hagan sobre cualquier tema.

Sucede con política, donde determinadas cabeceras televisivas han trasladado -ante la inoperancia actual del Parlamento- a diputados de todos los colores al plató de televisión y ya les vemos legislando;  a golpe de encuestas a pie de pantalla y de hashtags traviesos.

Sucede con los temas de migración, donde toda verdad qué conocemos sobre los centenares de miles de personas que andan deambulando por Europa ahora, en este momento; con las manos destrozadas de tanta verja, se debe a la cámara  caprichosa de la agencia de comunicación que ande peinando la zona.

Y como no podía ser menos, sucede con la cultura. Sigue leyendo

Querida Alicia (en cualquier país, sea o no de maravillas)

En Cultura política/Pensamiento por

Iba a comenzar con un “a los melómanos nos suele ocurrir que…”, pero no seamos exclusivistas. Se trata de una experiencia bastante común. Recuperamos una canción de hace tiempo. No la hemos escuchado en años. Y, al oírla de nuevo, no sólo recordamos la letra (o parte de ella) sino que revivimos sensaciones. La canción sigue siendo la misma, pero nosotros no, por lo que —en algún sentido— podemos paladearla con cierta virginidad y, si se quiere, reapropiárnosla de un modo más cabal.

Me ha ocurrido recientemente con el disco I’m Not Dead (2006), de la cantante norteamericana Pink (de nacimiento, Alecia Beth More). Mi terreno natural es el rock moderno, pero no me cuesta admitir que sigo a Pink desde aquel Missundaztood (2001) donde encajaba temazos gracias a su voz y al talento letrista de Linda Perry. Realmente, el interés melómano de escuchar los compactos de Pink tiene más que ver con la lista de compositores y productores que incorpora para cada entrega, pues son de lo mejorcito de la industria. Para I’m Not Dead —y para sus dos siguientes álbumes— el fichaje que hizo que escuchara el disco con atención fue Butch Walker, el prestigioso cantautor y productor que ha hecho de todo y con todo el mundo. Sigue leyendo

Sesame Credit, o el juego del totalitarismo

En Cultura política/Pensamiento por

La maquinaria pensante del nuevo comunismo chino ha encontrado en el concepto de ‘gamificación’ (‘ludificación’, según la Fundeu) la que quizá sea la piedra filosofal del totalitarismo de un futuro no lejano. Sesame Credit es, posiblemente, la piedra angular de la tecnología política que permitirá, en caso de funcionar, integrar los beneficios que reporta al Estado el liberalismo en términos de productividad y la seguridad (poder) que comporta el control ideológico de la población.

Antes de pasar a mayores, les recomiendo que vean un vídeo (con subtítulos en español) del proyecto ‘Sesame Credit’.

 

 

Más allá de los obvios paralelismos del proyecto del Gobierno chino con algunas de las más famosas novelas distópicas del siglo XX, es necesario comprender la superioridad del planteamiento chino frente a los instrumentos de control del INGSOC o la “soma” y el condicionamiento humano del Mundo Feliz: Sigue leyendo

Albert Rivera y el viejo elefante muerto

En España por

Dijo un viejo compañero de facultad que de la España oficial, de sus instituciones y partidos, no queda más que”el inmenso esqueleto de un organismo evaporado, desvanecido, que queda en pie por el equilibrio material de su mole, como dicen que después de muertos continúan en pie los elefantes“.

Ese viejo compañero, feroz crítico del bipartidismo, decía estas y otras palabras de los herederos de quienes trajeron la monarquía y la democracia (una democracia débil, pero democracia a su modo) a España, en la Restauración Española de 1875.

Ciento un años después de que Ortega y Gasset pronunciara su discurso ‘Vieja y Nueva Política’ nos enfrentamos en 2015 a unos comicios que vienen marcados por el mismo espíritu de entonces: los odres caducos contra los odres nuevos, en una pugna feroz por embriagarse con nuestros votos. Sigue leyendo

La Grecia postelectoral: prioridades, pactos y seis escaños

En Mundo por

Desde finales del siglo XIX, con la progresiva democratización de los “Estados Modernos” han surgido diversas formas de ver, comprender y actuar en torno a la realidad presentada. Esta cosmovisión y manera de actuar es lo que conocemos como ideologías, ya que como su propio nombre indica –ideo: idea, forma y logía: razón – se trata del conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el comportamiento de una persona o colectivo.

Pues bien, parece que esta lógica ha llegado a su fin. Y el ejemplo no puede ser más reciente. Este domingo Syriza ganó las elecciones griegas con un 35,5% de votos, lo que equivale a 95 escaños del Parlamento griego. Al ser la fuerza más votada, la ley electoral griega estipula que se le concedan otros 50 escaños, lo que hace un total de 145. Como el Parlamento está compuesto por 300 asientos, Syriza sólo necesitaría seis puestos más para obtener mayoría en el hemiciclo. Hasta aquí todo muy sencillo y lógico. Sigue leyendo

Faunos, ninfas y trasgos de la Cataluña independiente

En Cataluña/España por

Hacia delante y hacia detrás. Se mire como se mire, la promesa de una Tierra Prometida al oeste del Mediterráneo tiene todos los rasgos de una epopeya de carácter mítico, de una lucha milenaria entre el bien y el mal, entre la opresión y la libertad de un pueblo que, una vez emancipado, tendrá “helado de postre todos los días”. Sigue leyendo

Posmodernos y anti científicos (o la noche oscura de la Razón)

En Ciencia y tecnología/Pensamiento por

Desde las razones para la elaboración de las políticas gubernamentales hasta la elaboración de los currículos educativos, todo pasa por la decisión soberana de la ciencia, que aprueba o desaprueba en último término cada una de las decisiones de la vida del Estado. Incluso para obtener el carné de conducir, uno ha de someterse al examen científico de las propias capacidades físicas antes de poder demostrar que sabe conducir.

Pese a que no considero un error aplicar el raciocinio a todo aquello que es susceptible de ser sometido a su juicio para ser conocido con mayor verdad, lo cierto es que –como casi todo– al convertirse en la “panacea” de una sociedad la ciencia empírica termina por romperse.

Así, más allá del ámbito de la física, la medicina, la estadística o la matemática, el argumento científico se ha convertido en la meretriz de cualquier discusión social entre colectivos y sujetos, arrojándose datos y cifras a la cabeza con independencia de que tengan la autoridad o el compromiso necesarios (o el más mínimo interés) para esgrimir con verdad sus argumentos.

Pongamos un par de ejemplos: la ciencia sirve igual para condenarnos (todavía por razones desconocidas) a los que nos llamamos cristianos que para construir un puente o diseñar un ‘smartphone’. Eso sí, dada su condición de ramera, se la puede abandonar sin remilgos en favor de la conveniencia cuando se trata de abordar la humanidad o no humanidad de un feto o asumir que, simplemente, debe ceder a la legitimidad de los “sentimientos” si se trata de dirimir el “género” de un sujeto.

Feyerabend se equivocó. No es la ciencia la que guía los destinos de nuestra sociedad. En lugar de su “tiranía”, vivimos el auge de la tecnología, la aplicación práctica de la ciencia, cuyo desempeño no exige ningún tipo de compromiso intelectual o moral con la realidad más allá del pragmatismo a cambio del poder de transformar la realidad de acuerdo a nuestros propios intereses, sean estos legítimos o no.

No es que tenga nada contra los ingenieros, cuya labor y aportación a la sociedad es encomiable, pero la preferencia de nuestra sociedad por la “tecnología” frente a la “ciencia” puede servirnos como imagen de la degradación moral que sufrimos consciente o inconscientemente como pueblo.

¿Qué tienen que ver ciencia y moral?

La pregunta que alguno podría haber formulado llegado este punto es: ¿Qué tienen que ver ciencia y moral?

Tanto para alcanzar el descubrimiento como a consecuencia de él, el hombre de ciencia (a partir de este punto abrimos la ciencia también a las disciplinas no empíricas) desarrolla la humildad absoluta ante la realidad que investiga. Ya sea mediante la resignación o a través de la aceptación voluntaria, quien quiere obtener el fruto de la investigación se ve obligado a jugar con las reglas del juego que el universo le impone con su modo de ser y de actuar.

El investigador no inventa, reconoce. No es un proceder creativo en tanto que no consiste de la modificación de aquello en lo que centra su atención y solo por amor a la realidad (sin el cual no es posible mantener en el tiempo el enorme esfuerzo y desgaste personal que supone investigar) desarrolla la creatividad necesaria para encontrar los escalones que hacen falta hasta llegar a la contemplación de aquello que apenas se vislumbra.

La lista de valores, virtudes y actitudes que derivan del ejercicio de la ciencia es larga. No pensaba detenerme en ella para no alargarme más de lo necesario (su tiempo es valioso) pero, si les interesa, les recomiendo vivamente la lectura de un buen libro que me prestó un buen amigo : ‘Solo el asombro conoce‘.

Humildad, creatividad y amor, el punto de partida

La civilización occidental, desde sus primeros estadios hasta el día de hoy, se ha caracterizado por ser la única capaz de desarrollar una cultura “científica”. Es decir, por fundar su modo de vivir y su cosmovisión en la búsqueda y el descubrimiento de lo que las cosas son realmente, en lugar de apoyarse sobre el mito y cerrarse a la crítica.

¿Verdad contra convivencia?

Hoy en día, como ocurrió también en la historia reciente, cometemos la imprudencia de abandonar el espíritu científico para echarnos en brazos de la “realidad particular” afirmada por encima de la realidad completa. En el pasado fueron las ideologías comunitaristas (nacionalismo, socialismo o nacionalsocialismo son algunos ejemplos) y en la actualidad el fenómeno se ha reducido al ámbito y a los intereses del yo.

Esta afirmación suprema del nosotros o del yo supone renunciar al orden natural del mundo en que vivimos para ordenar el valor de las cosas de forma que el interés de quien sostiene esta posición se vea inmediatamente beneficiado. No es ya la realidad que es la que impone la ruta a seguir de nuestras sociedades sino que la hemos sometido al cómo debería ser para que nuestros deseos queden saciados (cosa que nunca llega a ocurrir).

De este modo, redefinimos el género, la persona y la familia, destruimos el medio ambiente, separamos la sociedad en castas o identidades “nacionales” contrapuestas (por poner algunos ejemplos de actualidad) como justificación ideológica para ejercer la violencia sobre aquella parte de la realidad que, a nuestro juicio, nos impide alcanzar la satisfacción de nuestras aspiraciones.

Así, convertimos el odio en herramienta transformadora de la realidad bajo la premisa de que la naturaleza está mal hecha, en lugar de buscar en los fenómenos del hombre, la sociedad y el mundo la forma correcta de mirar y tratar lo ajeno a nosotros mismos. ¿Cabe esperar que no sea así?

El hombre occidental está llamado a ser científico, no desde el laboratorio sino en su relación con los otros y con el mundo. Todo lo que hemos alcanzado lo hemos hecho desde la observación atenta y la comprensión de aquello que nos rodea, de forma que, respetando el mundo, hemos obtenido de él el mejor modo de convivencia. La tecnología de que disfrutamos es buena muestra de ello.

Ahora bien, desde el momento en que hemos dejado de mirar asombrados a cuanto y quienes nos rodean, de estudiar con pasión, pero también con humildad, amor y creatividad, nos hemos condenado a pelear, unos con otros, por los restos de la civilización y del mundo. Hemos convertido al mundo y a los otros en instrumento para nuestro beneficio (o enemigo de él) en lugar de hogar y compañía de nuestras vidas, respectivamente.

Son muchos y muy complejos los problemas por los que pasa España en estos momentos. Desde la difícil comprensión de las causas y de la salida de la crisis económica (obviando reduccionismos ideológicos que se enmarcan en la visión dialéctica que acabamos de describir) hasta la convivencia entre los distintos, ya sea por el nacionalismo o por la integración de la inmigración; pasando por el conflicto entre dignidad humana e interés personal (aborto, eutanasia, desahucios, precariedad laboral…), los retos a que nos enfrentamos requieren de lo mejor que nos ha dado nuestra civilización.

De no poner todo nuestro empeño, toda nuestra ciencia, y de no empuñar nuestros mejores dones (humildad, creatividad y amor) para reconocer y comprender los conflictos y corregir el rumbo de nuestra sociedad, nos veremos abocados de forma inevitable a la guerra, ya no entre comunidades ideológicas, sino del yo contra el otro. Será el fin de nuestra civilización.

La España muda

En España por

“La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado“. Art. 1.2 CE.

“Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política“. Art. 6 CE.

“Las Cortes Generales representan al pueblo español y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado”. Art. 66 CE.

 

 

A muchos españoles que se sienten despojados.

No sé tú, pero yo miro arriba y abajo, a izquierda y derecha, y no me reconozco. No me reconozco en esa sociedad que se dice española y en la que debiera estar integrado. No soy uno más en ese todo orgánico que llaman “pueblo” y no coincido con nadie ni nada.

Yo soy la España muda.

Miro allá arriba, a las altas esferas de la vida política. Política, voz castellana que, dicho sea de paso, procede del término helénico “polis“, y que trataba de significar la administración de la ciudad, acaso también su gobierno entendido en el sentido democrático (como dirección, como órgano rector, no como instrumento de lucro y dominio). Ésa de ahí arriba es una estancia inaccesible; se me antoja una nueva clase aristocrática fundada en un sistema de influencias y mutuos intereses de los interesados, y siempre a expensas del pueblo. Sí, por qué no: esa casta deleznable, repugnante, de que grita y grita Pablo Iglesias, ese grupito de agraciados que parasitan el sacrosanto corpúsculo social, que chupan sangre retorcidamente del fornido, pero estúpido, individuo corporativo, que es la nación española. Igual da: PP o PSOE, todos prometen, nosotros les votamos ilusionados y esperanzados, les atribuimos el poder en aras de construcción y progreso, y luego, mano a la saca y metálico embargado.

Política, que ya no es lo que era y quizá nunca fuera lo que tendría que haber sido. La bacanal del hombre con recursos, el poder compartido y pactado, la fiesta perpetua de una gordísima sanguijuela, la lujosa cubierta de una galera que avanza con dificultad a costa de sudor y lágrimas, de sangre y dolor, de hombres desconocidos que no importan. La escoria nacional.

Ésa es la opinión, al menos mía, de la generalidad (que no totalidad) de los “seres politicantes” que moran determinados edificios prostituidos, como el Congreso o la Moncloa, que un día fueron signos de la victoria del Pueblo sobre quien ostentaba el poder que le fuera arrebatado. Yo miro hacia arriba y no veo más que una estupefaciente e inmutable golfería, la corrupción más escandalosa y extendida y una cara dura, una sinvergonzonería, una desfachatez que clama al cielo, y me deja boquiabierto.

Ésos son los hombres que nos representan, que ejercen la soberanía única tuya y mía; yo sólo sé que no sé nada, pero de ninguna manera me siento representado por partido o candidatura algunos, y me siento robado, despojado de participación en la soberanía popular, olvidado de la política y de las instituciones del Estado.

Miro aquí abajo el légamo y la podredumbre de unos cuantos, y el agobio ante la escasez de casi todos. Algunos son culpables por idiotas, y no es un recurso literario: algunos son reos por la soberana estupidez (y nunca mejor dicho) del ejercicio ingenuo del voto. Nosotros somos quienes hemos escogido a los hombres que nos gobiernan, somos los que hemos confiado en quien no debimos confiar, y la causa remota de semejante desastre, de esta hecatombe política-social. Oigo mucho griterío en la calle y mucha protesta de quienes se sienten traicionados por los “seres politicantes“, y me río a carcajada suelta. Me río por no morder pómulos furibundo: tú, hipócrita, eres cómplice de la desgracia, y tú el primer responsable de que yo esté donde estoy y como estoy. Así que te callas, y a cargar conmigo con la enorme roca que has arrojado sobre nuestra espalda, que no mereces despegar los labios. ¡Tú, sí tú! ¡Cállate!

Otros son inocentes, sufren sin culpa de ningún tipo. Son legatarios, como lo somos casi todos, de una herencia despreocupada de la “patria” (¡que alguien me explique qué es la patria…!), pero si tomaron parte en la situación, fueron parte contraria. Han sido castigados al desempleo, al empleo en condiciones indignas (a la explotación personal: bienvenidos a la nueva Revolución industrial) o en las condiciones medias del país, que permiten pobres espectativas de futuro. Son los desengañados, resignados a la actualidad de los acontecimientos, y autoceñidos exclusivamente a las propias preocupaciones: sacar adelante la economía familiar, ofrecer el mejor futuro posible a los hijos, levantar en lo factible a quien se hunde a la vera y rogar ayuda cuando el naúfrago es uno, etc. Pero la política… ¡La política…! ¡Qué importa la política…! Cambiarás de banco, pero no de ladrón, que decían nuestros sabios ascendientes. ¡Que le den a la “política”…!

Miro a mi derecha y es esto lo que veo: indiferencia resignada. Ansias de cambio, pero latentes en una profundidad abisal; una desesperación política y social que emerge y se dilata.

Y luego miro a la izquierda y me avergüenzo: pasiones, aclamaciones, voceríos y expresiones del diablo. Confrontaciones violentas, ataques rabiosos y sin mesura a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado (policías y agentes de seguridad que son tan víctimas como otro cualquiera y que trabajan por los mismos motivos que otro cualquiera), griteríos encendidos contra todo y símbolos de todo tipo: hoces y martillos, puños en alto y cantos que debieran haberse agotado el siglo pasado. Mucha verborrea, mucho sentimiento y muy poquita reflexión. Y todos hoy agrupados en torno a un idealista, si no profundamente malvado y estafador, que alaba la represión política y social, la decadencia económica y la dictadura del régimen “fascista” de Maduro en Venezuela; que apoya la labor de un partido etarra, de asesinos de españoles inocentes y de inmediatos responsables de décadas de terror y barbarie, como es Bildu; que provoca a la sedición y a la rebeldía; que pretende enajenar todo lo relativo a la educación para que el Estado sea el único mentor de las mentes del mañana, el verdadero controlador de tus hijos y los míos; que proclama el hundimiento de la economía española mediante la estatalización (que no nacionalización) de toda empresa privada; y que, mientras tanto, factura clandestinamente cientos de miles de euros a través de su productora, cobra becas fraudulentas y recibe miles de euros por su exaltante retórica.

La gran estafa: Pablo Iglesias

Y los españoles (el 28,3 % de los españoles) hacen oídos sordos a la voz de la conciencia política-social, acceden a exaltarse y a alzarse al pretendido paraíso comunista, drogados por ilusas pasiones de libertad y emancipación y rinden tributo al Mesías social, muchos en nombre de la corrupción del PP y del PSOE y olvidando el lucro ilegal de Podemos con sólo diez meses de vida.

Y, boquiabierto, me callo. Yo me callo: porque me enmudece la contrariedad a toda evidencia, porque no sé argumentar lo manifiesto y lo patente. Me callo, perplejo, profundamente asombrado.

Y ante situación tan fácil y tan imposible, yo, y como yo muchos otros, bajo la cabeza y sigo con lo mío. Las Cortes Generales se han separado de nosotros, y no me veo ni siquiera potencialmente representado en ellas; me veo despojado de la soberanía popular, me siento un ente etéreo que vaga sin dejar huella por los campos de mi nación querida. Y me gritan: “¡idiota! ¿No ves que lo que se cuece en el Congreso hoy te afectará de lleno a ti mañana?”. Y me vuelvo a callar: porque tienen razón, pero me niego a idealizar una alternativa que brama con furia pero no ofrece opciones viables, y me niego a disculpar cegado por la emoción sus primeros coletazos, que sólo han vaticinado hundimiento y catástrofe. Me callo, porque no sé qué más decir ni qué puedo hacer.

Y me siento a la mesa del bar con mis compatriotas, con los constituyentes de la España muda, bebo una cerveza y río bagatelas e irrelevancias. Y cuando se haga el silencio, entre trago y trago, volveré impotente a recordar aquel canto miguelhernandiano al toro de España:

Bajo su frente trágica y tremenda,

un toro solo en la ribera llora,

olvidando que es toro y masculino.

y volveré a sacudirme la cabeza y a apurar la cerveza, y plañiré con Blas de Otero, patriota vasco que hoy renegaría de Bildu:

¡España! ¡No te olvides de que hemos sufrido juntos!

Y esto último que copio y pego, para quien lo entienda y lo sitúe en su contexto histórico, pretende también ser un aviso.

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