Hace casi cinco años, la irrupción de Podemos -cinco escaños en el Parlamento Europeo- pilló a la “clase política” con el pie cambiado. Muchos ojos se posaron entonces en el PSOE. Que el entendimiento sería la tónica con Izquierda Unida (IU) se daba más o menos por descontado, pero ¿qué haría el partido mayoritario del centroizquierda con la nueva formación, de tinte tan rupturista respecto al orden (constitucional) establecido?
Por lo pronto, su secretario general, Alfredo Pérez Rubalcaba, se quitó de en medio. Acto seguido, hubo una elección abierta para elegir nuevo líder. Ganó el que hizo bandera de la diferenciación con Podemos. Un año después, la cosa cambió. El pacto fue posible para que ambas formaciones se sostuvieran mutuamente en importantes gobiernos municipales y autonómicos. Tras alguna que otra carambola, el dirigente en cuestión es hoy presidente del Gobierno con la inestimable ayuda del partido de Pablo Iglesias (sus respectivas aportaciones a la mayoría que hizo posible la moción eran casi parejas. El uno aportó 84, el otro 71 y los nacionalistas de todo pelaje los 25 restantes).
Durante todo este proceso, el Partido Popular (PP) estuvo cerca de desgañitarse implorándole al eterno rival que no oyera los cantos de sirena del radicalismo. Le ofreció la alcaldía de Madrid casi gratis y le dio toda clase de facilidades para alcanzar un acuerdo que alejara a Podemos del poder. Durante unos meses, con Pedro Sánchez en la nevera fraguando sus planes como Steve McQueen se distraía con la pelota y el guante, fue posible. Un espejismo.


Ahora es el PP el que se encuentra en una tesitura muy parecida a la del PSOE hace un lustro. Justo a la vez que Podemos nació Vox, un partido surgido a la derecha de los populares que se ha paseado con más pena que gloria por los numerosos procesos electorales celebrados en este periodo. Pero han hecho buena la máxima de Cela. Del resultado andaluz, mejor hablamos otro día.
El comportamiento del PP está siendo incluso más decepcionante que el del PSOE. Es cierto que, al contrario que Podemos respecto a los socialistas, Vox está encabezado por antiguos militantes populares. No hay más que escuchar a su presidente, Pablo Casado. El sentido de pertenencia sobre los (ya no tan) hipotéticos votantes es casi absoluto. La estrategia para frenar a la formación de Santiago Abascal en el proceso andaluz ha sido patética. Ha girado, sobre todo, en torno a dos ejes. El primero ha sido el del “voto útil”. Victoria Prego ha resumido bien en El Independiente por qué es un recurso desafortunado. Añadiremos algo: no hay voto más útil que el que hace sentir bien representado al depositante. La batalla es otra.
El otro eje ha sido “enamorar” a sus votantes. Que no falte el componente emocional. El PP ha decidido arrugarse antes que etiquetar a su rival como un partido extremo. Para dar la batalla contra Vox sólo hace falta leer sus, en fin, propuestas. Una mezcla de simplificación, populismo, medias verdades, tintes xenófobos y política de víscera que resulta incompatible con considerar a tu electorado instalado en la edad adulta. Partidos como Vox los ha habido siempre. Más o menos rupturistas, más o menos nostálgicos o herederos de la dictadura franquista.
Vox es en la derecha un fenómeno perfectamente homólogo a Podemos en la izquierda
“¡Señora, tápese!”, le decían a Ana Botella en carteles pegados en el Barrio de Salamanca en el Madrid de los años noventa. Siempre estuvieron en la marginalidad, en lógica con sus planteamientos. Podríamos hacer distintas suposiciones sobre por qué Vox ha dado el salto institucional. Pero mejor se lo dejamos a politólogos y sociólogos. Desde fuera, sólo podemos contemplar el fenómeno como a esas personas de dudosos hábitos higiénicos que optan por disimular la falta de agua y jabón con mucha colonia. Puede dar el pego al principio, pero la roña siempre acaba aflorando. Pero, ¿a quién queréis enamorar?
El PP no entiende el fenómeno Vox igual que no entendió el de Ciudadanos. Ahora que hay un elemento visible a su derecha, tiene una oportunidad para resultar creíble en el centro político. Pero ese hueco está ocupado. Por eso en Génova dan tantos palos de ciego. Han construido un argumentario sobre las bondades de la unidad del centroderecha, “haciéndose los locos” ante el elefante en la habitación. Vox es en la derecha un fenómeno perfectamente homólogo a Podemos en la izquierda.
Cualquiera hace ya un pronóstico. Pero cuando se estudie el auge de los populismos en España, con algo de perspectiva, no podrá pasarse por alto el papel que tuvieron aquellos destinados a combatirlo. ¿Alguien se imagina a Angela Merkel pactando con Alternativa para Alemania? Vente a Alemania, PP.

