Pedro Sánchez Castejón ya es el séptimo presidente del Gobierno de España en el presente período democrático. La sucesión de carambolas que le ha llevado al cargo será digna de estudio de aquí a no mucho. Por lo pronto, podemos hacer un pequeño repaso, desprovisto todavía de la perspectiva que sólo da el tiempo. En el fondo, no ha podido resultar más español. Ha sido un “a que no hay huevos” llevado hasta sus últimas consecuencias.
La sentencia de la Audiencia Nacional sobre el conocido como “caso Gürtel” causó un seísmo que sólo se explica desde que el devenir político ha pasado a ser retransmitido en directo por televisión. ¿Es grave? Gravísima. La condena civil al Partido Popular (PP) como partícipe a título lucrativo es de una extrema importancia.
La inacción del partido ante este hecho no podía sorprender. Ha sido su manera de actuar ante estos escándalos desde hace casi una década. Es difícil de cuantificar, pero no es descartable que el PP haya penado más por su reacción a los escándalos que por el impacto intrínseco de los mismos. No sólo es que nunca se haya dado por aludido, es que ha dado la sensación de que el mero reproche le irritaba.
Otra cosa es la respuesta de la oposición. Ahora va a resultar que el entramado de los Correa, Bárcenas y compañía ha entrado en nuestras vidas por la sentencia. Como si no lo sospecháramos de manera fundada a raíz del larguísimo proceso de instrucción. Una mera confirmación. Relevante en cuanto convertida en “verdad judicial”.
Y, a partir de ahí, la sobreactuación. Ciudadanos da por roto el acuerdo con el PP y anima a ir a elecciones como sea. Ya veríamos los caminos. El PSOE pasa unas horas callado. Suficientes para que la televisión en directo convierta ese silencio en un ítem y Podemos azuce la moción de censura. Rajoy apostó por no hacer nada, que es como decir que Rajoy apostó por convertir el oxígeno en dióxido de carbono.


El viernes 25 de mayo se viven momentos de un cierto bochorno. Digerimos mal que bien la ignorancia de los opinadores sobre el contenido de la Constitución o el reglamento del Congreso. Pero que sean sus propias señorías las que demuestren tan escaso grado de conocimiento es ya harina de otro costal. Moción en el registro del Congreso en horas. Y la presidenta aprueba su trámite en formato express.
Habrá quién hable de movimientos. Pero parecían más bien impulsos. El rédito de tanta celeridad no ha podido ser menos equitativo para el PSOE y el PP.
Hay varios mantras que quedan en serio entredicho después de estos días frenéticos. La manera en que el Partido Nacionalista Vasco (PNV) ha humillado a Mariano Rajoy desmiente a ese zorro, curtido en mil batallas, que sabe más por viejo que por diablo. La ambigüedad del sentido de su voto situó en el aire una moción que no generó el menor temor en un primer momento. El jueves empezó torcido. Y la confirmación de que darían el sí –siempre que se respetaran las prebendas arañadas en los presupuestos recién aprobados por el Congreso- dio el giro dramático.
Mudanza precipitada en muchos despachos estatales. Los mismos plazos de lentitud decimonónica tras unas elecciones se tornan expeditivos en una moción. Rajoy no reaccionó. Optó por convertirse en la caricatura de sí mismo y encerrarse ocho horas –una jornada laboral- en un restaurante. Ya que me quitan el sitio, vamos a darles la razón. Ahora que va a tener tiempo, lo mismo le da por ver La Sexta. A lo mejor empieza a entender algunas cosas. Más vale tarde… que nunca.
Los 180 diputados favorables a la moción ya estaban contra Rajoy tras las elecciones de junio de 2016. Si no lo han hecho valer antes es porque no estaban de acuerdo en lo que sí querían. Pedro Sánchez no pudo construir su mayoría soñada porque era indispensable el concurso de los nacionalistas catalanes, ya entonces declarados en rebeldía frente al cumplimiento del marco legal español, con su Constitución a la cabeza.
De lo que ha pasado después casi mejor ni hablamos. Sólo hacía faltaba saltarse el escrúpulo. Sánchez nunca ha ido escaso de desparpajo. Ha invocado la carta magna de la mano de Esquerra y PDeCat, que llevan casi un año tratándola como papel mojado, por no emplear otras humedades. Ha centrado su empeño en la lucha contra la corrupción, en compañía de los restos de una formación que la albergaba en su seno de manera casi consustancial.
Y de guinda, Bildu. Es curioso lo que ha pasado con el aparato político del terrorismo etarra. Anatema. Tabú. Cualquiera que mencione el pasado de la formación vasca se lleva el chorreo digital. Aquí no ha pasado nada. Los peores temores de Fernando Savater se han visto confirmados.
El PP ve anticipada su travesía del desierto. Todos sus males aparecían perfectamente descritos en los resultados de 2015 y 2016. Decidió no hacer nada al respecto. La continuidad de Rajoy no era más que una prórroga. El nuevo partido iba a empezar más tarde o más temprano. Ha sonado el silbato de improviso. Y no se han puesto ni las camisetas. Toca hacer mucho trabajo atrasado. El aplicado opositor debería saber mejor que nadie que es importante organizar las tareas pendientes. Bien, lo que se dice bien, no están. Pero la oposición les ha hecho algo parecido a un favor. Hace una semana estaba desangrándose en la acera. Que el debate vuelva a girar sobre Cataluña y Podemos es lo más parecido a una botella de oxígeno que podían recibir. Sabe Dios si será suficiente.
A Ciudadanos se lo han dado hecho. Va a haber que esforzarse para no verles como alternativa entre la corrupción y el guirigay. Si querían elecciones, van a tener que esperar. El discurso de Sánchez y las palabras de Pablo Iglesias apuntan a apurar los plazos hasta finales de 2020. No es descartable que Albert Rivera termine agradeciéndolo.
La barra de bar ha resumido lo ocurrido en una feroz lucha de egos. Habría que ser algo más sofisticado, pero cuesta no asentir con la cabeza. La obcecación en seguir siendo presidente se ha medido en duelo con la obsesión por alcanzar el puesto. Ha ganado lo segundo. De política o de proyecto-país ya hablamos otro día.
En fin, muchas conjeturas y (casi) ninguna certeza. Una de las pocas: Rajoy se ha convertido en el primer presidente de esta democracia que es descabalgado por una moción de censura. El proverbial manejo de los tiempos, supongo.

