Baltar, Brugal, Bárcenas, Conde Roa, Fabra, Gürtel, Naseiro, Nóos, Palma Arena, Púnica, Troya… Ningún caso de corrupción ha sido suficiente. También parece que nos ha dado igual la Ley Mordaza, los deshaucios, la fuga de cerebros, los papeles de Panamá, la sede embargada, el rescate a los bancos, la amnistía fiscal, los recortes en educación, en sanidad, en dependencia, y en todo en general, la reforma laboral, el abaratamiento del despido, la privatización de servicios públicos y un largo etcétera. El 26-J, el Partido Popular ha sido, de nuevo, el ganador de las elecciones generales.
Una campaña que comenzó a ritmo de merengue por parte del Partido Popular, y que ha finalizado con el “réquiem por un sueño” de Unidos Podemos, mientras que un Partido Socialista, sin música, trata todavía de afinar los instrumentos de la banda para comenzar la actuación, y Ciudadanos continúa en la búsqueda de músicos. En líneas generales, una campaña con mucho grito, poco debate y menos fundamento.
Con todo, conviene relativizar la situación. Ni la victoria del Partido Popular ha sido tanta victoria, ni la derrota del Partido Socialista ha sido tanta derrota, ni los “batacazos” de Unidos Podemos y Ciudadanos han sido tan batacazos. La situación política que arrojan los resultados de las elecciones, tanto las de diciembre como las pasadas es exactamente la misma con pequeños ajustes parlamentarios.
Ni la victoria ha sido tanta, ni lo han sido la derrota o los batacazos.
En efecto, y para ser fieles a la realidad, no podemos seguir valorando (como sigue haciendo la gran mayoría de prensa española) los resultados desde una perspectiva del bipartidismo clásico que veníamos conociendo desde la transición. A mi modo de ver, la situación política española responde ahora a una nueva configuración en torno a un doble bipartidismo. Por un lado, un bipartidismo asimétrico por la derecha entre el Partido Popular y Ciudadanos, y por otro lado,por la izquierda, un bipartidismo mucho más simétrico entre el Partido Socialista y Unidos Podemos.
A pesar de esta nueva situación, la multitud congregada la noche del 26J a las puertas de la sede embargada del PP en Génova, parecía celebrar una clara victoria de ese partido. Una “clara victoria”, que en ningún caso existe. Olvidan el Partido Popular y sus militantes, que nuestro sistema político se estructura en torno a una democracia representativa, en la cual 47 millones de españoles facultamos democráticamente a 350 diputados en el Congreso para que nos representen.
Olvidan que casi el 70% del conjunto población española no les ha votado y que por lo tanto tendrán que renunciar a gran parte de su programa si verdaderamente aspiran a “gobernar para todos”, algo de lo cual tengo serias dudas. Más aún, después de estos años en los que hemos sido testigos de la quiebra de dos de los ejes centrales de la cohesión social en España como la educación y la sanidad, y del ahondamiento de las disfuncionalidades en el sistema de redistribución de la renta.
Sí, el Partido Popular es el partido más votado, pero los españoles no han confiado lo suficientemente en él como para otorgarle una representación mayor en el Congreso que le permitiera lograr la investidura. Eso en política tiene un precio. Tendrían que realizar muchas concesiones y muchos cambios para obtener los apoyos que les faltan. Y ni con esas. Además, bajo mi modo de entender la realidad, la situación de “querer y no poder” es mucho más difícil de gestionar que cualquier otra de los restantes partidos, y es probable que acabe generando desgaste interno en Génova.
Es probable que el querer y no poder termine por generar desgaste en Génova.
Durante la pasada legislatura, mientras el Partido Popular tenía mayoría absoluta en el Congreso, vapuleó, despreció e incluso en ocasiones, ignoró al resto de grupos políticos en la Cámara. En su etapa de Gobierno no fueron capaces de articular ni el más mínimo consenso respecto a las principales políticas del país. Tampoco les interesaba intentarlo. Ese es el concepto de democracia del PP.
Son ellos, los que ahora pretenden (desde el 20-D) que alguno de esos grupos a los que han maltratado parlamentariamente durante una legislatura al completo, les apoye para alcanzar los votos suficientes para formar Gobierno. Quién no buscó amigos en la alegría, en la desgracia que no los pida. Es así de simple.
Algo falla en Ferraz
En Ferraz, mientras tanto, el hecho de perder 5 asientos en el Congreso y de haber conseguido evitar el famosísimo sorpasso de Podemos era motivo de celebración. También en Ferraz, evidentemente, algo falla si la única “celebración” posible es ésta. Que la principal alternativa de gobierno de izquierdas en España pierda votos y diputados y que se congratule del pinchazo de Unidos Podemos, con quien comparte grandes líneas maestras del programa político, es preocupante.
Con todo, el PSOE sigue resistiendo las feroces presiones del Partido Popular para formar Gobierno y, a pesar de que se intente alimentar el falso discurso del “PPSOE”, ni es lo mismo ni es igual.
Haciendo un ejercicio de prospectiva de cara al futuro, se puede sostener con firmeza que el Partido Socialista no pactará con el Partido Popular simplemente por una cuestión de valores, principios, historia y creencias. Así ha sido, así está siendo, y así debe de ser.
El PSOE no pactará. Es una cuestión de valores, historia, principios y creencias.
Hay que reconocer que el marco de actuación autónomo del Partido Socialista se ha visto reducido como consecuencia de la polarización, por lo menos mediática, de esta última campaña. Como consecuencia de ello, los mensajes lanzados desde este partido tardan más en calar en el conjunto de la población. Además, se ha tratado de poner a los socialistas contra las cuerdas en cuanto a la política de pactos. Ante esto el PSOE ha respondido de la única forma que podía responder: “ni contigo, ni sin ti”.
Bien es cierto que ahora, después del 26J y con los resultados en la mano, la pretendida ambigüedad debe ceder sitio a la claridad y deben comenzar a crearse, de la manera más oportuna, mayores y más fuertes sinergias entre las fuerzas de izquierda. Optimismo de la razón, pesimismo de la voluntad.
Podemos y C’s: la tristeza no debe ser tal
En cuanto a la tercera fuerza en votos, ya se sabe que, “cuando más arriba estás, mayor es la caída”. Esto es lo que le ha ocurrido a Unidos Podemos, que en palabras de Palo Iglesias, aspiraba a “tomar los cielos por asalto”, y se ha quedado incluso lejos de las puertas. La tristeza sin embargo no debería ser tal. Este partido junto con Ciudadanos, ha sido capaz de cambiar radicalmente el mapa político español en cuestión de dos años. Han conseguido alzarse con la muy honorable cifra de 71 diputados, a pesar del indudable fracaso de la alianza con Izquierda Unida y han hecho un muy loable esfuerzo para ayudar a politizar a la sociedad española.
La tristeza no debería ser tal para Podemos y Ciudadanos: han cambiado radicalmente el mapa político en dos años.
En campaña han pecado de mesiánicos. Han hecho una campaña muy ofensiva tratando de continuar robando electorado al Partido Socialista, incluso apelando y reivindicando al presidente Zapatero como propio.
La (¿pretendida?) soberbia intelectual de su líder, Pablo Iglesias, su mesianismo y su egocentrismo, que no el de sus militantes, han debido ser uno de los motivos que han llevado a la coalición a perder la escalofriante cifra de un millón de votos.
Particularmente, no me cabe duda de que en diciembre, la formación morada antepuso el interés electoral a la formación de un Gobierno. Es legítimo y comprensible. Todo apuntaba a que seguirían subiendo en votos. No ha sido así, y guardo la esperanza de que se produzca un cambio de actitud de cara al futuro que aglutine verdaderamente a la izquierda de este país sin tener las “manos manchadas de cal viva”.
O se pacta y se dialoga, o se ataca. Quiero pensar que el futuro pasará por la primera, y que la próxima batalla será la izquierda en bloque, contra la rancia derecha española, y no la izquierda contra la izquierda.
Ciudadanos: se han equivocado de votantes
En lo que respecta a Ciudadanos, es un claro ejemplo que confirma el dicho de: “hay que saber de donde venimos, para saber a dónde vamos”. A los naranjas el pseudopacto con el PSOE les ha pasado factura en esta vuelta debido a que no han sabido ver que su caladero de votantes y su hueco en la política española no viene tanto por la izquierda, como por la derecha.
El remedio de la simplificación es peor que la enfermedad de la complejidad y aquí sólo he querido exponer de forma breve como ve un votante de izquierdas la compleja situación que estamos atravesando, en la cual nos estamos convirtiendo de algún modo en la nueva Italia del sur de Europa.
Nadie le niega a Rajoy su derecho a ser presidente, pero nadie le dará su apoyo. Eso no es cinismo, como pretendidamente interpretan desde la derecha, es simplemente una cuestión de principios y convicciones sobre el país que algunos queremos tener.
Algunos de izquierdas, que aunque de momento estamos divididos, peleados y fragmentados o incluso, permítaseme la expresión, “puteándonos”, somos mayoría social como ponen de manifiesto los votos, algunos de izquierdas que sumamos más de diez millones de votos y no queremos seguir viendo cómo nuestro país continúa empobreciéndose en lugar de estar generando riqueza, y redistribuyéndola de forma adecuada, con políticas públicas efectivas que garanticen que nadie se quede atrás.