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Pedro Sánchez, «el campeador»

En España por

Cuenta la leyenda de Mio Cid que, tras media vida de batalla en batalla, Rodrigo Díaz de Vivar fue finalmente herido de muerte en combate y exhaló el último aliento dentro de los muros de Valencia. Cuenta también que, viéndose rodeados de enemigos, los fieles al “sïdi” hicieron correr un rumor entre las huestes enemigas: “El Cid vive”.

Tanto es así que, cuando fue requerido abrir las puertas de la ciudad y romper el cerco al que les tenían sometidos, junto con ellos salió a lomos de Babieca el cadáver del héroe leonés, cuya estampa fue suficiente para mellar la moral de las tropas moras, al verle de nuevo sobre su cabalgadura. Valencia permaneció en manos cristianas durante algunos años más.

Sirva este ejemplo para explicar la fuerza del símbolo.

Cuando Pedro Sánchez fue elegido secretario general del PSOE en 2014 con el 48,63% de los votos –Susana mediante–, acogió unas expectativas y unas ganas de cambio por parte de la militancia que, sin embargo, desparramó a izquierdas y derechas del partido. No lo hizo una sino dos veces, si no tenemos en cuenta las elecciones municipales y autonómicas en las que los socialistas se llevaron serios batacazos desde aquel julio de 2014.

No podrá decirse, se mire como se mire, que la solución a la crisis del socialismo pasa por fiarse una vez más de quien ha llevado al partido político más relevante de la historia de la democracia española a terrenos nunca antes explorados por el PSOE. Si Rubalcaba logró escarbar más profundo que nadie antes que él hasta los 110 diputados, Sánchez pulverizó esta marca logrando en 2015 los 90 diputados y, solamente seis meses más tarde, consiguiendo rebajarlos hasta los 85.

Lo que ya se veía venir en junio –el desistimiento de continuar liderando a los socialistas– tuvo que ocurrir, con aguarrás y paleta de rascar, meses después, en un laborioso y sufrido proceso que comenzó con la dimisión de la mitad de su ejecutiva federal y que terminó este sábado, entre lágrimas, con la renuncia a su acta de diputado. Pedro Sánchez ha muerto.

Mas pudiera ocurrir, y así lo creen los llamados “sanchistas”, que, como el “sīdi” campeador, Sánchez, despechado por los suyos, se levante de su tumba para librar una última batalla después de muerto. Ya lo anunció el sábado, al término de su comparecencia en la sala de prensa del Congreso de los Diputados:

A partir del lunes cojo mi coche para recorrer de nuevo todos los rincones de España, y escuchar a quienes no han sido escuchados.

Lo que a todas luces se plantea como un guión digno de una auténtica road movie forma parte de una campaña del exsecretario general de los socialistas para impulsar un movimiento de afiliados al PS(Pedro Sánchez)OE, a través de su página web, con el fin de asaltar de nuevo el bastión socialista en unas elecciones primarias todavía por convocar.

 

Podría ocurrir que, quien no pudo ganarse el liderazgo de los suyos estando entre los vivos, lo consiga como símbolo desde la tumba.

 

Y podría suceder, para sorpresa de muchos, que quien no pudo ganarse el liderazgo de los suyos como cabeza de la oposición y como secretario general del partido, lo consiga como cadáver, como símbolo convertido en víctima sacrificial de un sistema hacia el que, con mucha o poca razón, más de un socialista siente algo menos que desapego.

De sex symbol a solo símbolo“, dijo el domingo Jordi Évole en una entrevista que da el pistoletazo de salida a la campaña de Sánchez para convertirse en el paladín del socialismo. Eso sí, de un socialismo que, como él mismo dio a entender, tiene la intención de parecerse más a Podemos y menos al socialismo de la Transición, aquel que supo huir de las líneas rojas que han cavado la tumba del hoy exsecretario general de los socialistas y apostar por la convivencia.

En cualquier caso, Sánchez no debería olvidar que (al igual que el Ser aristotélico) socialista “se dice de muchas maneras” y sería un mal negocio confundir barones con molinos o militantes con dulcineas. No en vano, desde que Rubalcaba y, posteriormente, él mismo tomaron el mando del partido, el PSOE se ha dejado más de 5,8 millones de socialistas por el camino que nada tienen que ver con su proyecto personal frustrado.

Existe todavía un socialismo en España –y así lo demuestran las 68 abstenciones del pasado sábado– que, aún a regañadientes, se niega a derribar el edificio construido con “sangre, sudor y lágrimas”. Un socialismo que es capaz, en la noche más oscura de su historia reciente, de interrumpir una sesión de investidura para lanzar un grito de dignidad y arrancar los aplausos de prácticamente todo el Congreso (incluido el PP, sí).

Dijo entonces Jorge Bustos (y le robo la cita, a modo de conclusión): “Ayer lo vi con mis ojos. Vi al unicornio plantado en medio del Congreso“. Brindemos, pues, por el unicornio del consenso democrático, aún cuando tenga la desagradable costumbre de esperar a vernos en el precipicio para asomar las crines.

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