El 23 de julio del año 2000 tuvo lugar el 35º congreso del Partido Socialista Obrero Español.
Entonces, 995 delegados que representaban a cerca de 350.000 militantes socialistas, eran convocados a las urnas de un PSOE abierto en canal, con una crisis programática e ideológica que todavía adolecía de la artrosis de la última etapa del Felipismo.
Aquel congreso vino precedido por la dimisión de Joaquín Almunia, al que José María Aznar le había ganado la partida electoral con una cifra histórica hasta entonces en el centro derecha. 10,2 millones de votantes compraban con gusto, respaldados por el pisito en Torrevieja y las gambitas al infierno, el “España va bien”.
Entonces un joven y desconocido chico de León, socialista de carnet, diputado desde el 86, no excesivamente brillante en la parte del currículo académico o en la hoja de servicios a su partido, se midió ante los delegados contra uno de los espadachines de la vieja guardia socialista: José Bono, el todopoderoso presidente de Castilla – La Mancha. Y le ganó. Contra todo pronóstico, Zapatero consiguió la victoria por un estrechísimo margen, 8 votos y medio, pues el noveno, como posteriormente nos indicó la historia, resultó nulo.
Pocos podrían imaginar que una fatal circunstancia como el 11M pondría las siglas ZP, la ceja a lo Sobera, la sonrisa del despistado de clase, la integración, el talante y la concordia como banderines de la izquierda durante siete años en La Moncloa.


Y hete aquí que dieciocho años después, la caprichosa rueda de la fortuna que diría el personaje predilecto de John Kennedy Toole, hace que la historia se repita pero con los papeles cambiados.
El PSOE ahora en el gobierno tras una extravagante moción de censura contra Mariano Rajoy y el Partido Popular, ahora en la oposición, viviendo la situación más tensa y desagradable desde su fundación. Hasta ayer.
Durante las últimas cuatro semanas los analistas políticos y los contertulios que no se han ido de vacaciones sacaron a colación aquel extraño congreso, trazando un paralelismo pertinente y un aviso a navegantes: atención a lo del sábado. Y no era para menos. Los congresos han demostrado ser una antesala estratégica fundamental para el desarrollo de una línea política donde, necesariamente, el que vence se maquilla para la carrera presidencial y el que cae derrotado asume su labor como lame guano.
Después del Zapatero-Bono lo hemos visto de todos los colores. Ocurrió con el Rubalcaba-Chacón, con el Iglesias-Errejón, con el Sánchez- López- Díaz. Y ha ocurrido con el Casado-Sáenz de Santamaría.
El que fuera diputado por Ávila -ahora le tocará por Madrid- es el nuevo presidente del Partido Popular. Tras vencer a Soraya Sáenz de Santamaría con un 57,2% de los votos emitidos, Pablo Casado (1981, Palencia) tendrá que asumir como su primera tarea al frente del PP la “integración” de un tercio de los compromisarios que no apostaron por su candidatura. Después tocará la convocatoria de un nuevo congreso para poner en orden el programa, cambiar la normativa de elecciones internas, la propuesta ideológica del partido y lidiar con los casos de corrupción abiertos que todavía siguen moviendo el sentir de la opinión pública y de su principal caladero electoral.
25.000 kilómetros hasta Valencia citando a Ortega. La mollera de un líder
Resuelta la teoría de Friedman sobre “el carácter cíclico de los asuntos humanos” y tras una campaña marcada por los vídeos, dimes y diretes y fatuidades varias como el caso máster 2.0 resulta llamativo el poco eco que han tenido las distintas intervenciones de Pablo Casado. No me refiero a su proyecto de reforma fiscal, al desafío autonómico de Cataluña, al acercamiento de los presos etarras, a su inexperiencia o a su forma de entender lo que ocurre en el mundo. Si no a su forma de intervenir, de citar, de empatizar, de mover el discurso a un lado u a otro según su público sin tener que plegar valores o principios. Thoreau, Popper, Sartori, la colectivización, el liberalismo, la V República, la persona al centro, el crear un proyecto sugestivo de vida en común “como diría Ortega”. Es cuanto menos llamativo que hoy en día un político se la juegue a referenciar ensayos y manifiestos políticos, filósofos o acontecimientos históricos con agilidad y sin actitud impostada, sin modulaciones guerrilleras, sin tener que pedir disculpas por haber leído algo entre comparecencia y comparecencia por los escándalos de corrupción de su partido. Y no resulta llamativo porque la banalización de lo político en España ha llegado a alcanzar tal hondura de micrófonos para fuera que es poderosamente atractivo, independientemente del signo que represente, que alguien se quiera tomar en serio, también en materia intelectual, el quehacer que compendia y ensalza las virtudes del ser humano. Esto es, según Aristóteles, la práctica política.
Para los que gusten una sesión de citas de Casado, las apariciones más prolongadas durante esta campaña han sido en esRadio. El escuchante ha podido hacerse una idea de cómo será su presidente de partido y probablemente, su presidente del Gobierno algún día. Atrás queda, a la espera de “integración”, la persona que más poder ha aglutinado a nivel funcionarial, con el control del CNI y la vicepresidencia del gobierno, durante las dos últimas legislaturas. Y que, seguramente, más enemistades ha terminado por granjearse dentro de su partido dada su relación con la ex secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal y con el G8 nacional. Esto es: los ministros contrarios a la lengua viperina, si rescatamos a Tolkien de la Tierra Media, con la que encantaba y movía las decisiones de Rajoy.
La casuística de la que tanto huye Casado en términos de edad es, en cualquier caso, llamativa. Si España hace 10 años disponía de una media de edad por encima de los 45 años en las principales cabezas de las agrupaciones políticas hoy tan solo Pedro Sánchez supera los cuarenta.
Los nuevos políticos tendrán ahora que enfrentarse con la “nueva política”. El tiempo y la pedagogía que sean capaces de transmitir a una sociedad hastiada de dialéctica y corruptelas será el sastre que mida las opciones reales de los candidatos a la presidencia del Gobierno.
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