Los programas de debate/espectáculo son los ríos que van a dar a la mar, que es Miguel Ángel Revilla. El presidente de Cantabria se ha convertido en el contenido estrella de cualquier tertulia. En conexión dúplex o, preferiblemente, en plató. El carismático líder regionalista se planta en el salón de casa con la misma familiaridad que se presentaba en La Moncloa subido en un taxi.
Revilla siempre ha cuidado mucho el gesto y ha tenido olfato para detectar el gusto del público. No el del electorado, que jamás le ha distinguido con la primera posición en unas elecciones, sino el de la audiencia televisiva. De ahí que cultivara ese tipo de imagen – el taxi, las anchoas, yo soy uno de vosotros y no uno de ellos… esa astucia de José Bono tornada ya en caricatura- en los tiempos en los que el rechazo hacía el político se podía intuir pero todavía no constatar.
Para mí, Revilla no era más que un señor con bigote que, después de haber formado parte de gobiernos de coalición con el PP, consiguió ser presidente de Cantabria gracias al PSOE, al que no le importó aupar al tercero en las elecciones de 2003 con tal de desalojar a los populares.


Todo cambió en 2005. Andreu Buenafuente descubrió el potencial del sólo en apariencia grisáceo dirigente. Su relato de su asistencia a la boda de los hoy reyes ya era un dechado de campechanía. No era un político entre sus pares, era uno de nosotros. He de reconocer que en aquel entonces me hizo mucha gracia. Será una cuestión de dosis. El tirón mediático le permitió superar al PSOE en 2007 y gobernar ya siendo segundo, que viste un poco más.
Cuando en 2011 perdió el poder, pensamos que se iba a quedar reducido a figura mediática. Y mira tú por dónde que recuperó el gobierno cántabro en 2015. Tampoco esa vez fue el más votado. Pero, ¿qué más daba? El personaje volvía a la doble dimensión político/televisiva, convertido además en fecundo autor con abono a la lista de los más vendidos.
No sé ustedes, pero yo no puedo más. Sé lo que viene con sólo vislumbrarle en pantalla. Una sucesión de peroratas sobre asuntos de actualidad de cierta complejidad que él despacha con su sobredosis de “sentido común”. Nadie va a negar la larga lista de problemas que aquejan a la vida política española. Uno de ellos no deja de ser que parezca que la solución pasa por Revilla.
Al cántabro se le consiente todo. Hace algunas semanas, por ejemplo, se despachó sobre los posibles problemas psicológicos de una homóloga caída en desgracia con esa rotundidad inversamente proporcional al conocimiento de la materia en cuestión tan propia del sentencioso. Es una figura muy española a la que quizá aluda el tan manido “cuñadismo”. Da igual que hablemos de pensiones o del “procés”: Revilla tiene la solución.
En ese sentido, su situación es un auténtico privilegio. Ha conseguido el nirvana de un político. Está todo el rato en televisión, pero sólo para hablar de aquellos temas en los que se luce. Cualquiera diría que lleva 45 años en lo público. (Desde los sindicatos verticales franquistas, ahí es nada). Revilla aparece casi todas las semanas por la pantalla, pero rara vez (¿alguna?) lo está para ser sometido a lo que podríamos llamar una entrevista. De esas en las que un periodista te plantea preguntas ante las que tienes que construir respuestas. Con él, el juego cambia de reglas. Se trata simplemente de enunciarle los temas para que nos endilgue el speech. Éstos jamás tienen que ver con asuntos que entren en sus competencias políticas. Son los grandes temas de la política nacional, que le permiten ir afinando el discurso con el que ha hecho fortuna. Nada de ahondar en los problemas cotidianos de Cantabria ni en los asuntos más o menos turbios que se publiquen sobre su figura. Eso es para los demás. Revilla se ha creado su propio personaje y funciona sólo bajo su propio código. Su última deposición intelectual se llama Sin Censura. Irene Cacabelos ironizaba al respecto en Twitter: ¿cómo puede llamar así a un libro quién no calla ni debajo del agua?
Su aparición en un prime-time sabatino consigue hacer realidad en mí la frase de Groucho Marx sobre la televisión. Me temo que voy contracorriente. La aparición de Miguel Ángel Revilla el 28 de abril reportó a La sexta noche su mejor dato de 2018. ¿No queríamos Revilla? Pues toma dos cajas. De anchoas, digo.

