El caso del máster de Cristina Cifuentes despierta preguntas y levanta polvaredas. Las referidas a la política son sencillas: ¿debe dimitir?, ¿cuándo y cómo? Y, Ciudadanos, partido con el que mantiene un pacto de investidura que refleja en su punto 3 que el falseamiento del currículum conlleva la separación del cargo público en cuestión, ¿debería haber actuado ya?
Pero, mientras tanto, otras cuestiones de mayor calado saltan al estrado porque lo cierto es que no se habla de una mentira únicamente. Es decir, no son casos como los de Elena Valenciano, Juan Manuel Moreno o Joana Ortega que tenían en sus biografías públicas errores, cuestiones infladas o erróneas. En el caso de Cristina Cifuentes no se trata de un título inventado o maquillado en su currículum sino de un sistema puesto a disposición de la estructura del poder acreditando algo que presunta y probablemente no exista. Una manipulación del sistema de educación pública, violación de los protocolos y obsequio de un título oficial para la que ya en ese momento ostentaba un cargo público.
Salvador Perelló, la fuente de las investigaciones según se ha revelado por diversos medios, instigado por la venganza hacia la Universidad Rey Juan Carlos y las instituciones por la retirada del grado en Sociología, ha sido quien ha desatado la vorágine. Y es aquí cuando viene la duda principal: hasta dónde, el fin vengativo del sujeto, apoyado por una causa moral como es el esclarecimiento de procesos interesados y tráfico de influencias, es lícito y tenía medido cuál podría ser el daño hacia los alumnos y docentes de esta universidad.


Si nos situamos en otros escenarios posibles es difícil imaginar otro caso en el que se pudiese haber dado a conocer con tal repercusión habiendo copado tantas horas en medios y páginas en prensa. La protagonista de la historia, el momento escogido y las entregas de nuevas exclusivas han sido de órdago y muy a valorar tanto por el director de orquesta como hacia eldiario.es por su trabajo.
Ahora bien, hay que tener muy presente que, por extraordinario que parezca, Cristina Cifuentes y su hundimiento no son el late motiv de todo el escándalo. Lo es la construcción de un relato: en la instituciones educativas como la Universidad Rey Juan Carlos se están prostituyendo procesos administrativos y legales y sobre todo se está dañando a la educación con todo lo que ello significa.
Según los últimos datos de la URJC (curso 2015-2016) hay 34.427 alumnos matriculados, los cuales hoy lo tienen más difícil que el resto a pesar de que sus estudios, trabajos y esfuerzos son igualmente válidos al resto de universitarios. Y no lo tienen más difícil por ellos ni por la Universidad como concepto sino por una serie de individuos, políticos y personal dentro de la institución que les alberga, que han primado su promoción personal a cualquier precio sobre ellos. Tras los escándalos previos, este último desencadena ya elucubraciones en despachos, cafeterías y rectorado sobre qué será lo siguiente o de qué manera se salva esto.
Sería bueno que ahora, entre exclusivas y últimas horas, se parase todo un poco. Volver la mirada de nuevo hacia el hecho, a veces olvidado, de que el centro de la Universidad no es el título ni la jerarquía, no lo es la política ni el profesor, sino el aula y el alumno que la ocupa. Recaer en que, si bien ha sido arriesgada, la maniobra de Perelló contra la URJC y, colateralmente, contra Cristina Cifuentes era necesaria a pesar del motivo vengativo. Que no se debe permanecer impasible ante tal daño hacia la Universidad y lo que significa así como no se debe permanecer quieto al contemplar ninguna otra injusticia en cualquier ámbito.
No había visos de que en las cámaras parlamentarias, en las comisiones ni, mucho menos, en los despachos universitarios competentes a que se fuese a atajar este problema. Ahora existe la amenaza de que la sociedad señale especialmente a esta universidad y se pregunte: ¿y los alumnos?, ¿cuánto van a valer sus títulos? Cuando en realidad hay que preguntarse: ¿qué culpa tienen ellos? o ¿cómo se ha permitido que se la mangoneé de esta manera?
A mi parecer, no se trata de un tema de desprestigio hacia el alumnado. Ojalá que se valore su resiliencia y de qué manera han afrontado todo esto. No será la fuente, Perelló, ni serán los medios de comunicación; no serán los políticos ni las instituciones: serán los alumnos de la Universidad Rey Juan Carlos y el resto de universitarios y docentes los que pondrán en valor la Universidad con su esfuerzo y trabajo honrado y su reivindicación.
Ahora queda terminar lo empezado: señalar sin miedo a los que arrastran a la Universidad a un foso de mala fama a golpe de estrategia personal. Mala fama no para el mundo laboral ni entendiendo la Universidad como algo utilitario, sino para lo que la gran historia de la Universidad y su ideal solicitan. Que no es poco pero sí necesario para que sigamos avanzando: un lugar de aprendizaje, diálogo y libertad. Un lugar para crearse y recrearse alejado de las fauces políticas y el interés económico.