Llegaron hasta mí hace relativamente poco ciertas declaraciones de Pablo Iglesias que dejaban un poco la sangre helada. La voz era inevitablemente reconocible, no se apreciaba ningún tipo de manipulación sonora y el audio era lo suficientemente largo como para no sospechar que estuviera sacado de contexto. Cabe decir también que, conociendo algunas perlas del pasado del líder de Podemos, el discurso en cuestión no desentonaba del todo.
Entre otras lindezas, Iglesias apelaba a la política “con cojones”, hacía un llamamiento a ocupar viviendas y advertía a quienes les escuchaban, en una escuela de verano de la Izquierda Anticapitalista en 2013, que había que empezar a hacer “gimnasia revolucionaria”, estar “preparados para tomar las armas” y les recomendaba aprender a preparar cócteles Molotov, “de esos que arden y explotan”.
Se lo dejo aquí para que vean que no exagero:
Como periodista que soy, y no habiéndolo escuchado antes, me disponía a subirlo a mi cuenta de Twitter cuando, como es costumbre en el oficio, quise averiguar de cuándo era el discurso y por qué no había escuchado antes de él.
De primeras, lo que encontré con más facilidad fueron referencias en determinados diarios con títulos como ‘El vídeo que Podemos quiere eliminar’ y bazofia del estilo. Luego vi que el histórico líder socialista Alfonso Guerra ya había denunciado en su momento la llamada a las armas del líder de Podemos… y, finalmente, encontré el contexto en que Pablo Iglesias soltaba semejantes burradas:
Se trata de un discurso en el que Iglesias se había propuesto parodiar determinada postura de la izquierda radical que el denomina “política masculina” (precisamente hace unas semanas tuvo un “escándalo” por otras declaraciones sobre la “política femenina” también descontextualizadas) y que se correspondería con lo que escuchamos en el audio que he adjuntado sobre estas líneas.
De hecho, más adelante, el actual líder de Podemos oponía a estas actitudes una actitud mucho más refinada que él llama política “femenina” y que en el fondo no es otra cosa que lo que en cualquier país desarrollado venimos a llamar democracia:
“No pagar la deuda, una auditoría pública de la deuda, salirnos del euro, con todo el aparato del Estado y todos los poderes financieros europeos peleando contra ti… ¿eso se soluciona con el discurso ‘aquí tienes un anticapitalista, Mario Draghi, ven a por nosotros’? No, no se soluciona con actitudes masculinas“
Y más adelante decía que “en última instancia, hay que asumir las dificultades de lo político” y que “tener el poder de un Gobierno significa que a veces hay que cabalgar las contradicciones“. Una postura que, es cierto, le supone al propio Pablo Iglesias renegar de parte de su pasado pero que se nos antoja bastante más madura. Al menos, muy distinta a aquella otra.
De gigantes y molinos
No les contaría esta pequeña anécdota que me ocurrió (sin mayor importancia) si no fuera por los derroteros hacia los que por lo menos desde la última etapa del zapaterismo (antes de eso no tengo memoria política, porque era muy joven) ha derivado la política, con el periodismo detrás de ella.
Recuerdo hace unos años a la infame de Leire Pajín asegurando en un mitin a quien quisiera escucharle que el PP lo que realmente quería era “volver a encerrar a las mujeres en la cocina”, algo que ha sido repetido a lo largo de los años, incluso por Pedro Sánchez, sin que por ello sea verdad.
Lo mismo ocurre con personajes como Pablo Iglesias, quien, por polémico y alarmante para quienes estaban acostumbrados al cómodo y seguro statu quo anterior, ha engendrado en la oposición política el mismo tipo de reacciones detestables de manipulación, que consisten en tratar crear la imagen del oponente perfecto –un auténtico villano– y cubrir con ella al oponente real. ¡Qué viene el coco!
Y no solamente son detestables sino que, especialmente desde la irrupción de Internet en la vida política y mediática de los españoles, son completamente destructivas y difícilmente tienen el efecto que se espera de ella.
La oposición floja que consiste en echar mierda al contrario para no tener que rebatirle (lo que viene a ser una aplicación de la falacia ad hominem) dejó de ser verdaderamente efectiva en el momento en que los medios de comunicación tradicionales perdieron la exclusiva como fuentes de información de la ciudadanía.
A día de hoy, como bien señalaba mi amigo Íñigo Urquía, el mal proviene quizá de una insalubre dieta informativa: cada uno consume solo la información que quiere creer y el periodismo se ha vuelto tan sectario que la multiplicidad de oferta informativa, en lugar de proveer de equilibrio a la opinión pública, solamente sirve para aislar bloques ideológicos entre sí recurriendo incluso a la mentira para echar más leña al fuego.
De este modo, mientras la manipulación de unos hacia los otros refuerza la polarización de los primeros mediante la falacia ad hominem, el descubrimiento del fraude informativo por parte de los segundos les convierte a sí mismos en buenos, esta vez por otro mecanismo falaz, el argumento ad logicam. De forma que los bloques a un lado y otro de la mentira seguirán más o menos con el mismo volumen pero, eso sí, con un cabreo cada vez mayor hacia el contrario.
Prueba de este incremento del voltaje político entre la ciudadanía es que la manipulación, la mentira y la caricaturización del oponente político ya no proviene únicamente de los partidos políticos y de los medios de comunicación tradicionales sino, cada vez más, de los propios protagonistas de la vida ‘online’, los ciudadanos, que con sus memes, su mala leche y su poca conciencia de la responsabilidad que ahora tienen sobre la vida pública se apuntan cada vez más a convertirla en un campo de batalla (que podría trasladarse, ojo, a la vida ‘offline’).
Pablo Iglesias se equivoca en muchas cosas. Por ejemplo, está claro que su rechazo a la violencia como instrumento político tiene demasiados “peros” como para que pueda considerársele un demócrata con todas las letras; y su persistencia en aquel colectivismo que se funda en el marxismo más rancio le convierte en una más que probable amenaza para los derechos de los individuos (de las personas). Sin embargo, sus posiciones ideológicas requieren ser analizadas en profundidad y rebatidas para ser aniquiladas.
No sirve de nada ensuciar al hombre a quien nadie es capaz de rebatir porque, a diferencia de los hombres, las ideas no mueren si no son asumidas y digeridas por otras nuevas. De nada sirve maquillar y ensartar molinos si los gigantes campan a sus anchas.