Las armas de la no-izquierda en la «batalla cultural» española

En Cultura política/España/Pensamiento por

La no-izquierda es este concepto que está popularizando –y me encanta que así sea– el podcast Extremo Centro. Es un término que pretende agrupar el conjunto de posiciones contrarias a la izquierda cultural y a sus propuestas más emblemáticas. Dentro de la amalgama de corrientes, facciones y grupos que representan la no-izquierda, una cantinela que suena con insistencia es la urgencia de la generación de cultura. De ahí que otro término que resuena con fuerza en estos caladeros es el de «batalla cultural».

La generación de la cultura hegemónica de nuestro país es mayoritariamente de izquierdas. Y aunque existen iniciativas de la no-izquierda interesantes, aún son percibidas –sin que nadie me pueda mirar extrañamente– como contraculturales.

Un popurrí de alternativas a la nueva izquierda

En mi época universitaria, la única alternativa a la izquierda era el libertarianismo –con Juan Ramón Rallo como principal adalid español. A día de hoy, la oferta de la no-izquierda va más allá. Encontramos autores que piensan, hablan y escriben desde el conservadurismo, desde el casticismo, desde el liberalismo, desde posturas religiosas… Y, lo que es más novedoso, una parte importante ha superado la barrera de lo marginal y lo ha hecho desplegando una propuesta refrescante y apetecible. Así, a día de hoy, aunque la no-izquierda es una categoría catch-it-all difícil de sintetizar, en España quien más quien menos todos tenemos en mente literatura, podcast, filosofía (y de calidad) producida por este sector en los últimos años.

Hay consciencia, hay público y hay un debate sobre la necesidad de esta alternativa. La existencia de alternativas culturales no sólo es buena para la democracia, sino también para el espíritu humano.

Por más que se le pueda reconocer un éxito incipiente, la cultura de la no-izquierda está lejos de ser hegemónica. Existen razones que lo explican, incluso obviando una de las más claras: las familias de la no-izquierda siguen promoviendo entre sus hijos los estudios de Ingeniería o ADE y Derecho, frente a disciplinas más ligadas al ámbito de la cultura, como el Periodismo o la Filosofía.

La promesa del progreso

Junto a esta: la promesa de las propuestas de la izquierda de un futuro mejor e indoloro se apoya en una muy extendida idea del tiempo que rema a favor de estas. Por todas partes escuchamos frases del tipo: “estamos en el Siglo XXI”. Esta asunción del tiempo como purificador natural de la humanidad y sus ideas, sostendría la necesidad de confiar en el éxito y la moralidad de las nuevas propuestas culturales de la izquierda debido a su novedad.

Este relato de éxito asegurado tiene aún pocas víctimas en nuestra generación y tiene todavía quien compre la promesa de un futuro mágico. Ciertamente, no es que no haya ya a nuestro alrededor experiencias de dolor alrededor de instituciones como ciertas políticas de identidad, el poliamor, o una vida basada exclusivamente en el self-love. Pero, o son demasiado lejanas como para poder identificarnos con ellas, o son demasiado cercanas como para poder criticarlas impúdicamente en la esfera pública.

Tres ideas hay que recordar, en este punto, a quienes compran aún la promesa del eterno progreso: el futuro es indemostrable, el ser humano se puede degenerar y el siglo XX fue más sangriento que el XIX. Ante un mundo desilusionado y desubicado, es normal que la promesa de que el tiempo y las “nuevas” fórmulas nos depararán un futuro mejor sea atractiva, más ello no la hace más cierta.

Independientes y desarraigados

Junto con este mensaje de esperanza infundada, otro motor explica la hegemonía de la cultura de la izquierda: la defensa de un ser humano autónomo – que no libre-, desligado de las estructuras de antaño y de los señoríos del siglo XX. Un nuevo ser humano que puede dar rienda suelta a las dos pulsiones freudianas en su propio ser: el eros –mediante una sexualidad sin barreras– y el tánatos – pudiendo disponer libremente de nuestra vida. Hablamos de una cultura que solo exige del ciudadano medio, que en su día a día tiene cinco minutos para pensar acerca de lo moral y lo político, que se deje llevar.

El desafío de la no-izquierda es generar una alternativa capaz de combatir la enésima mutación del individualismo propio de la Modernidad. Una cultura volcada, de nuevo, en la creación de un nuevo tipo de ser humano liberado y desarraigado.

Más allá de los modelos teóricos: el valor de la humanidad real

Frente a este proyecto, la cultura de la no-izquierda es más conocedora de los límites de los modelos teóricos y de la imperfección del ser humano. Sabe que el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor, incluso con el marco teórico perfecto. Sabe que, desde diseño utópico de nuestras instituciones, a lo mejor no organizaríamos la vida alrededor de la familia, ni la tradición tendría peso. Lejos de una abstracción desarraigada de la realidad, el poder moral de realidades que la no-izquierda considera valiosas, como la familia, la comunidad, lo sagrado o la suspicacia, se aprende a través de lo vivido, lo real y lo íntimo.

La mejor explicación de la familia no es una teoría social, sino una comida en el seno de una familia feliz, con sus dificultades y tensiones. La mejor defensa de la comunidad es la experiencia del miedo que sobreviene al perder las raíces y la alegría que surge al recuperarlas. Más allá de los instintos de una emancipación de la nada y el tobogán de los instintos, debería haber una cultura que responda mejor las necesidades vitales de la humanidad. La no-izquierda debe convencerse de que más allá del victimismo y de la promesa de una emancipación, existe la verdad, la belleza y lo bueno. No son bases fáciles de consumir, pero son sólidas, eternas y compatibles con la libertad. Y allí es donde debe surgir esta nueva cultura.

I. G. Callizo, gerundense en Ginebra. Director de OIDEL (www.oidel.org). Me interesa la teoría política, la educación, el arte y la condición humana. Me encantan las croquetas. Hace tiempo que intento estar más ocupado que ocioso. Llevo gafas desde los cinco años.