En el último mes y, de forma más evidente, en los últimos días, se habrán dado ustedes cuenta de que Podemos ha estrenado –como si se tratase del Dr. Ford en Westworld— una nueva narrativa política en torno a un vocablo que en los próximos meses cobrará mayor y mayor relevancia en la comunicación del partido: ‘la trama‘.
El pistoletazo de salida del nuevo discurso del partido ha tenido lugar este lunes, cuando Iglesias ha presentado –por aquello de perpetuar la campaña de Hazte Oír, incomprensiblemente– un nuevo autobús: el #TramaBUS.
Pero ¿qué es la trama? ¿a cuento de qué ese giro terminológico?
Hagamos un poco de memoria: Podemos es una formación que nació de forma efectiva (es decir, cobró algo de relevancia) a partir de 2015, con las elecciones europeas. Para entonces se trataba de un partido que pretendía abanderar a los “indignados“, en un claro guiño al Movimiento 15-M, del cual aseguraba ser heredero. En los años subsiguientes, sin embargo, los “nombres” y símbolos de Podemos han ido mutando en función de las necesidades narrativas, del balance de liderazgos, de las necesarias alianzas territoriales y de las aspiraciones del propio partido.
¿Dónde quedaron la casta, los escraches y todo ese aparato simbólico con el que Podemos se coló en la escena política española?
A partir de las elecciones del 26 de junio –cuando se constató el fracaso de la estrategia “rupturista” de Iglesias y el triunfo del “discurso del miedo” de los populares– se produjo un nuevo viraje en el partido que otorgó mayor peso político al entonces segundo de a bordo, Íñigo Errejón, y a una visión claramente más “institucionalista”. Casi reformista, diría yo.
Esta nueva narrativa que desde finales del verano pasado venía siendo la dominante dentro del discurso de Podemos –y que se resume en la proclama “recuperar las instituciones para la gente”– naufragó, sin embargo, el pasado mes de febrero, cuando, en Vistalegre II, Pablo Iglesias dio un golpe de mano y se ganó en las urnas el derecho a ser él quien volviera a dictar los derroteros por los que debía andar el partido.
En busca de una nueva narrativa
Resulta obvio que, desde un punto de vista estratégico, no tenía sentido que Iglesias y toda su facción tratasen ahora de volver a hablar de “casta”, de “arriba y abajo”, de “puertas giratorias” o a usar muchas de las banderas que han llevado al partido hasta donde está, es decir: a ser la tercera fuerza política del país.
No solamente se trata de que Podemos se ha “institucionalizado” inevitablemente, sino del hecho, mucho más banal, de que aquel es ya un discurso más que gastado y que resulta ya difícilmente creíble. Ya no genera ilusión, no da la sensación de un descubrimiento.
En resumidas cuentas: Iglesias ve necesario volver a construir un discurso que logre que, al escucharlo, las bases exclamen: ¡Era eso! Un discurso que logre provocar la sensación de un “despertar” —¡Eureka!— a la comprensión de la realidad política española (sea esta comprensión acertada o no). A eso me refiero cuando hablo de una “narrativa” política como herramienta para aglutinar en torno a un discurso.
Prosigamos: solamente un mes después de Vistalegre II, Pablo Iglesias convoca un sábado –18 de marzo, para más señas– a toda la “tropa” (incluidos Íñigo Errejón y una veintena más de dirigentes de Podemos) a una reunión de trabajo en el jardín botánico de la Universidad Complutense de Madrid, entre otras cosas para presentarles el nuevo discurso del partido y su nueva palabra fetiche: ‘la trama‘.
Ahora sí: ¿qué es la trama?
Ese mismo día, Iglesias nos convoca también a los periodistas para presentarnos a un sociólogo, Rubén Juste, cuyas investigaciones van a pasar ahora a formar parte del discurso dominante dentro del partido, en un intento de volver a convertirse en el “contrapoder” que –a juicio de Iglesias– había dejado de ser en los últimos meses.
Reproducimos aquí un fragmento de la explicación que dio aquel día Iglesias sobre el concepto de ‘trama’, como estructura de poder que vincula a los partidos políticos con las principales empresas del país (dentro de la cual se enmarca la práctica de las “puertas giratorias” entre la administración y el mundo corporativo):
“La trama expresa un bloque de poder que parasita nuestra sociedad y nuestras instituciones públicas. (…) En este país hay millones de trabajadores que ven limitada su capacidad de actuación por el funcionamiento de esta trama, hay miembros de las fuerzas de seguridad del Estado que ven como miembros de la trama policial impiden que desarrollen su trabajo adecuadamente, vemos como la trama afecta al funcionamiento de los servicios públicos, al funcionamiento de nuestros hospitales, de nuestro sistema sanitario y nuestro sistema educativo. Vemos también como en la Hacienda Pública, algunos peritos se han quejado de que a los peritos que se envía para juzgar a los miembros de la trama se los elige a dedo y no por sorteo. Y hemos recibido también las quejas de trabajadores de la justicia que no entienden por qué la Fiscalía en algunos procesos parece que protege a los corruptos.“
De esta manera, un Podemos que está en buena medida “arriba” y no puede por tanto seguir manteniendo la dialéctica entre “los de arriba” y “los de abajo”, pretende (ya veremos si con éxito o no, aunque la acreditada maquinaria del partido deja poco lugar a dudas) definir un nuevo “villano” para esta historia en la que Podemos se presenta como el único partido dispuesto a “desmantelar la trama” ya no mediante escraches sino mediante la elaboración de políticas.
Ahora que vemos un Podemos metido hasta las orejas en el “sistema” y cuando se esperaba que la victoria de Iglesias convirtiese (de alguna manera) al partido de nuevo en un ‘outsider’, lo que ha hecho en cambio es darle una vuelta de tuerca al discurso y definir un enemigo situado fuera del sistema, en lugar de salirse él. ¿Podríamos decir que se ha errejonizado?
Eso deja, en cierto modo, a Podemos en una situación similar a la que han empleado en Cataluña los nacionalistas: dibujar un enemigo invisible para justificar que, pese a que llevan 30 años en el poder partiendo el bacalao, en realidad están siendo oprimidos por un poder oculto culpable de todos los males.
Ojo, la existencia de ‘la trama’ a la que hace referencia Podemos es, desde muchos puntos de vista, una verdad como un piano. A nadie se le escapa la existencia de familias de poder que entorpecen la actividad del Estado desde sus mismas entrañas, empezando por determinados núcleos en los cuerpos y fuerzas de seguridad.
No obstante, el poder que otorga a Podemos el hecho de inaugurar esta nueva narrativa en el seno de la política española es terrible, pues al tratarse de un poder oculto se pueden proyectar sobre él todos los males del mundo (algo así como las conspiraciones judeomasónicas del Franquismo). Y, lo que es aún más grave, otorga el apellido ideal para promover una caza de brujas contra cualquiera, disfrazada de justicia popular y sin necesidad de sentencia. “Fulanito, miembro de la trama”, repetirán en todos los foros y tertulias a los que vayan.
¿No sería mejor y más prudente –digo yo– promover las leyes y las estructuras de Estado que sean más justas y dejar que los jueces hagan su trabajo?