De todos es conocida la situación de bloqueo político de nuestro querido país en virtud del puzzle parlamentario resultante de las dos últimas convocatorias electorales. En Democresía nos hemos propuesto alejarnos de la cómoda actitud, tan en boga, de comentar y criticar, golpeándonos el pecho con resignación ante el supuesto mal endémico nacional que se esconde tras la incapacidad para pactar de nuestros representantes, y hemos ido más allá tratando de plantear una solución constructiva.
Nuestra propuesta se basa, una vez más, en el recurso a la historia y sus implacables lecciones. ¿Qué han hecho las naciones cuando, en no pocos momentos de su afanosa historia, se han visto ante la imposibilidad de contar con líderes adecuadamente legitimados? Han recurrido a los héroes nacionales, personajes que, en el momento más crítico de la batalla, tomaron las riendas de la situación con arrojo y valentía y, sin pensar en sus propias vidas e intereses, trocaron una derrota anunciada en victoria y gloria para la nación. Semejantes líderes son los únicos capaces de aglutinar a una nación dividida por el efecto pernicioso de ideologías y facciones. Un caso típico es el de Paul Von Hindenburg, vencedor de la batalla de Tannenberg, un “Cannas total” en la terminología histórico-militar, durante la Primera Guerra Mundial, que fue elegido presidente de la República de Weimar.
En el momento actual, lejos ya los tiempos bárbaros en los que el orgullo nacional se dirimía en sangrientas batallas, si queremos buscar un héroe digno de la admiración de todos hemos de hacerlo en las verdes praderas. Y de inmediato vendrá a nuestra memoria aquel momento épico:
11 de julio de 2010, estadio Soccer City de Johannesburgo, minuto 116 de un partido avocado a la veleidosa tanda de penalties, contrataque de España, balón perdido que Fábregas pasa a un siempre bien colocado Andrés Iniesta, y éste, sacando fuerzas de donde no se sabe (¡vaya si lo sabemos, pero no podemos escribirlo!), controla el balón y…
En fin, ya conocen todos los lectores el resto de la historia, porque es verdadera historia lo que la selección nacional de fútbol hizo aquel día, proporcionando a muchos de sus paisanos una sensación de orgullo patrio que pocas veces antes, y tal vez nunca después, habrían experimentado. Y eso, en esta nuestra vieja Península Ibérica, está al alcance de muy pocos líderes, desde los tiempos ya lejanos de Viriato.
Pero no se trata tan solo de la referencia al momento épico, existen además multitud de razones prácticas por las cuales don Andrés Iniesta Luján sería un excelente Presidente del Gobierno:
1. Se trata de un candidato moderado
Se le podría definir como centrocampista ofensivo, pero no en el sentido en el que nuestros políticos, que no paran de insultarse, son ofensivos. Se trata de una ofensiva constructiva, capaz de aglutinar, desde las posiciones centrales, a todo el equipo, y dando sentido y continuidad al trabajo de portero, defensas y delanteros.
Como héroe nacional, es respetado y querido por todos, políticos y pueblo, en la medida en que unos y otros son capaces de respetar y amar algo o a alguien. Es, en definitiva, un hombre que ha demostrado ser capaz de proporcionar consenso, pues lo que hizo aquella tarde-noche en Johannesburgo aún es recordado como una de las rarísimas ocasiones en que todos los corazones del país latieron casi al unísono.
2. No tiene un programa que incumplir
Hoy en día, ante la imposibilidad e inconveniencia de distinguir entre lo bueno y malo, se valora la acción de los políticos en función del cumplimiento o no de sus promesas electorales, un método tan bueno para Hitler como para Gandhi.
“Programa, programa, programa” es la consigna, tratando de dar dignidad de dogma a una serie de ocurrencias de un grupo de asesores. Es una consecuencia más del relativismo moral, tan característico del mundo moderno y tan viejo a la vez. Ya lo decían Carnéades y Arcesilao, que debían ser como el José María García y el De La Morena de su tiempo, pero en plan “fisno”, que no existe la verdad, o no se puede acceder a ella, y tan solo la verosimilitud es alcanzable por aquel que tenga el mejor discurso y la mejor dicción, amén de otras cualidades embaucadoras.
Así son los políticos de nuestro tiempo, esclavos de promesas y demonios que se ven obligados a invocar cuando están en campaña. Pero nuestro candidato es diferente y su honesto entusiasmo de héroe nacional no está contaminado por vacuas promesas ni su alma vendida a los falsos dioses de la mentira y la ambición.
3. Solucionaría el problema catalán
Cualquiera que conozca de cerca el asunto, sabrá que el independentismo catalán es ante todo postural. ¿Qué son varias décadas de aleccionamiento en colegios públicos, balanzas fiscales amañadas y martilleo nacionalista en televisiones y medios subvencionados? Nada que un rápido contraataque, una escapada por la banda, un balón recibido en un pase oportuno y un cañonazo incontestable no puedan desarbolar, como las velas de un buque corsario holandés. Y es que el gol de Iniesta despertó, por un instante, las conciencias de muchos y muchas, y hubo que dedicar después gran cantidad de recursos públicos a reparar el daño hecho.
Ya decía Sócrates, nada nuevo bajo el sol, que hay que hacer caso al daimon, que, pese al nombre, no es un pokémon que se deja atrapar con el móvil, sino una voz interior que marca el recto camino, a menudo conducente directamente al cadalso.
Muchos sintieron aquella tarde-noche que ese condenado daimon estaba dando saltos de alegría desde lo más profundo de sus entrañas, pese a que se en su cabeza se habían hecho a la idea de apoyar a Holanda. Y es que el daimon de los independentistas debe ser extremeño o andaluz, en parte por herencia familiar y en parte porque la conciencia tiende a ser puñetera en extremo para quien se empeña en ir en su contra.
Con un presidente como Iniesta, jugador del Barça, muchos de los que ahora votan al pandemonio de partidos independentistas se reconciliarían con su propia naturaleza y marcharían tras la bandera nacional con el entusiasmo de los voluntarios de Prim en Tetuán.
4. Es incontestable en el Parlamento
Imaginen una moción de censura o cualquier otra situación apurada que requiera de medidas drásticas para ser superada. Bastaría con proyectar en el hemiciclo aquella jugada épica, aquel momento histórico para el fútbol y las armas de la nación, y hasta los más abigarrados y desaliñados de entre sus señorías saltarían con júbilo de sus butacas, olvidando las disputas mezquinas sobre asuntos temporales y aclamando a su idolatrado héroe y presidente.
Muchos objetarán que se trata de un candidato con escasa preparación para el ejercicio del poder. Pero lo cierto es que el pujante populismo, alimentado por la corrupción de algunos y el inmovilismo de casi todos, nos acabará reportando líderes sin ninguna preparación y con muy malas intenciones.
La verdad es que el mandato de Hindenburg, al que habíamos tomado como ejemplo de héroe de guerra aupado al poder, no resultó tan exitoso como se preveía. A menudo se alude que sus méritos durante la Gran Guerra se debieron a su ayudante Ludendorff. Ciertamente, en Tannenberg, ambos generales y políticos consiguieron la gloria y una pechera saturada de medallas al recoger los frutos que había sembrado un eficiente funcionario: el coronel Maximilian Hoffmann, que había sido capaz de prever con precisión los movimientos del enemigo en virtud de la animadversión personal que los dos comandantes rusos se profesaban.
Hindenburg y Ludendorff tan solo tuvieron que seguir al pie de la letra el plan que había trazado Hoffmann, del mismo modo que el Marqués Del Bosque encontró buena parte del trabajo ya hecho por Luis Aragonés, si bien es cierto, Spain is different a veces para bien, que el noble don Vicente sí supo reconocerlo.
Con esto concluye esta ligera digresión en el debate político actual que esperamos que ustedes, queridos lectores, hayan tomado como un pequeño pasatiempo veraniego. Aunque, bien pensado, y tal como van las cosas…
FOTO: Andrés Iniesta en el laboratorio de Vall d’Hebron (Barcelona)