“La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado“. Art. 1.2 CE.
“Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política“. Art. 6 CE.
“Las Cortes Generales representan al pueblo español y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado”. Art. 66 CE.
A muchos españoles que se sienten despojados.
No sé tú, pero yo miro arriba y abajo, a izquierda y derecha, y no me reconozco. No me reconozco en esa sociedad que se dice española y en la que debiera estar integrado. No soy uno más en ese todo orgánico que llaman “pueblo” y no coincido con nadie ni nada.
Yo soy la España muda.
Miro allá arriba, a las altas esferas de la vida política. Política, voz castellana que, dicho sea de paso, procede del término helénico “polis“, y que trataba de significar la administración de la ciudad, acaso también su gobierno entendido en el sentido democrático (como dirección, como órgano rector, no como instrumento de lucro y dominio). Ésa de ahí arriba es una estancia inaccesible; se me antoja una nueva clase aristocrática fundada en un sistema de influencias y mutuos intereses de los interesados, y siempre a expensas del pueblo. Sí, por qué no: esa casta deleznable, repugnante, de que grita y grita Pablo Iglesias, ese grupito de agraciados que parasitan el sacrosanto corpúsculo social, que chupan sangre retorcidamente del fornido, pero estúpido, individuo corporativo, que es la nación española. Igual da: PP o PSOE, todos prometen, nosotros les votamos ilusionados y esperanzados, les atribuimos el poder en aras de construcción y progreso, y luego, mano a la saca y metálico embargado.
Política, que ya no es lo que era y quizá nunca fuera lo que tendría que haber sido. La bacanal del hombre con recursos, el poder compartido y pactado, la fiesta perpetua de una gordísima sanguijuela, la lujosa cubierta de una galera que avanza con dificultad a costa de sudor y lágrimas, de sangre y dolor, de hombres desconocidos que no importan. La escoria nacional.
Ésa es la opinión, al menos mía, de la generalidad (que no totalidad) de los “seres politicantes” que moran determinados edificios prostituidos, como el Congreso o la Moncloa, que un día fueron signos de la victoria del Pueblo sobre quien ostentaba el poder que le fuera arrebatado. Yo miro hacia arriba y no veo más que una estupefaciente e inmutable golfería, la corrupción más escandalosa y extendida y una cara dura, una sinvergonzonería, una desfachatez que clama al cielo, y me deja boquiabierto.
Ésos son los hombres que nos representan, que ejercen la soberanía única tuya y mía; yo sólo sé que no sé nada, pero de ninguna manera me siento representado por partido o candidatura algunos, y me siento robado, despojado de participación en la soberanía popular, olvidado de la política y de las instituciones del Estado.
Miro aquí abajo el légamo y la podredumbre de unos cuantos, y el agobio ante la escasez de casi todos. Algunos son culpables por idiotas, y no es un recurso literario: algunos son reos por la soberana estupidez (y nunca mejor dicho) del ejercicio ingenuo del voto. Nosotros somos quienes hemos escogido a los hombres que nos gobiernan, somos los que hemos confiado en quien no debimos confiar, y la causa remota de semejante desastre, de esta hecatombe política-social. Oigo mucho griterío en la calle y mucha protesta de quienes se sienten traicionados por los “seres politicantes“, y me río a carcajada suelta. Me río por no morder pómulos furibundo: tú, hipócrita, eres cómplice de la desgracia, y tú el primer responsable de que yo esté donde estoy y como estoy. Así que te callas, y a cargar conmigo con la enorme roca que has arrojado sobre nuestra espalda, que no mereces despegar los labios. ¡Tú, sí tú! ¡Cállate!
Otros son inocentes, sufren sin culpa de ningún tipo. Son legatarios, como lo somos casi todos, de una herencia despreocupada de la “patria” (¡que alguien me explique qué es la patria…!), pero si tomaron parte en la situación, fueron parte contraria. Han sido castigados al desempleo, al empleo en condiciones indignas (a la explotación personal: bienvenidos a la nueva Revolución industrial) o en las condiciones medias del país, que permiten pobres espectativas de futuro. Son los desengañados, resignados a la actualidad de los acontecimientos, y autoceñidos exclusivamente a las propias preocupaciones: sacar adelante la economía familiar, ofrecer el mejor futuro posible a los hijos, levantar en lo factible a quien se hunde a la vera y rogar ayuda cuando el naúfrago es uno, etc. Pero la política… ¡La política…! ¡Qué importa la política…! Cambiarás de banco, pero no de ladrón, que decían nuestros sabios ascendientes. ¡Que le den a la “política”…!
Miro a mi derecha y es esto lo que veo: indiferencia resignada. Ansias de cambio, pero latentes en una profundidad abisal; una desesperación política y social que emerge y se dilata.
Y luego miro a la izquierda y me avergüenzo: pasiones, aclamaciones, voceríos y expresiones del diablo. Confrontaciones violentas, ataques rabiosos y sin mesura a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado (policías y agentes de seguridad que son tan víctimas como otro cualquiera y que trabajan por los mismos motivos que otro cualquiera), griteríos encendidos contra todo y símbolos de todo tipo: hoces y martillos, puños en alto y cantos que debieran haberse agotado el siglo pasado. Mucha verborrea, mucho sentimiento y muy poquita reflexión. Y todos hoy agrupados en torno a un idealista, si no profundamente malvado y estafador, que alaba la represión política y social, la decadencia económica y la dictadura del régimen “fascista” de Maduro en Venezuela; que apoya la labor de un partido etarra, de asesinos de españoles inocentes y de inmediatos responsables de décadas de terror y barbarie, como es Bildu; que provoca a la sedición y a la rebeldía; que pretende enajenar todo lo relativo a la educación para que el Estado sea el único mentor de las mentes del mañana, el verdadero controlador de tus hijos y los míos; que proclama el hundimiento de la economía española mediante la estatalización (que no nacionalización) de toda empresa privada; y que, mientras tanto, factura clandestinamente cientos de miles de euros a través de su productora, cobra becas fraudulentas y recibe miles de euros por su exaltante retórica.


Y los españoles (el 28,3 % de los españoles) hacen oídos sordos a la voz de la conciencia política-social, acceden a exaltarse y a alzarse al pretendido paraíso comunista, drogados por ilusas pasiones de libertad y emancipación y rinden tributo al Mesías social, muchos en nombre de la corrupción del PP y del PSOE y olvidando el lucro ilegal de Podemos con sólo diez meses de vida.
Y, boquiabierto, me callo. Yo me callo: porque me enmudece la contrariedad a toda evidencia, porque no sé argumentar lo manifiesto y lo patente. Me callo, perplejo, profundamente asombrado.
Y ante situación tan fácil y tan imposible, yo, y como yo muchos otros, bajo la cabeza y sigo con lo mío. Las Cortes Generales se han separado de nosotros, y no me veo ni siquiera potencialmente representado en ellas; me veo despojado de la soberanía popular, me siento un ente etéreo que vaga sin dejar huella por los campos de mi nación querida. Y me gritan: “¡idiota! ¿No ves que lo que se cuece en el Congreso hoy te afectará de lleno a ti mañana?”. Y me vuelvo a callar: porque tienen razón, pero me niego a idealizar una alternativa que brama con furia pero no ofrece opciones viables, y me niego a disculpar cegado por la emoción sus primeros coletazos, que sólo han vaticinado hundimiento y catástrofe. Me callo, porque no sé qué más decir ni qué puedo hacer.
Y me siento a la mesa del bar con mis compatriotas, con los constituyentes de la España muda, bebo una cerveza y río bagatelas e irrelevancias. Y cuando se haga el silencio, entre trago y trago, volveré impotente a recordar aquel canto miguelhernandiano al toro de España:
Bajo su frente trágica y tremenda,
un toro solo en la ribera llora,
olvidando que es toro y masculino.
y volveré a sacudirme la cabeza y a apurar la cerveza, y plañiré con Blas de Otero, patriota vasco que hoy renegaría de Bildu:
¡España! ¡No te olvides de que hemos sufrido juntos!
Y esto último que copio y pego, para quien lo entienda y lo sitúe en su contexto histórico, pretende también ser un aviso.