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Para qué sirve un Gobierno

En Cuarentena/España por

Un Gobierno no es un “think tank”. Es un Gobierno. Para hacer las funciones de un “think tank” ya están los “think tank”. El razonamiento, digno de Groucho Marx, resulta pertinente cuando se piensa en el ejecutivo de Pedro Sánchez. La presente crisis pone en cuestión las prioridades que han marcado el debate público en los últimos tiempos. Se acuerda ahora uno del “pin parental” y se le dibuja en el rostro la sonrisa condescendiente de quién evoca alguna gansada juvenil. ¡Éramos tan tontos! Abundan las bolas de cristal con prolijas predicciones del futuro. Aquí no vamos a llegar tan lejos. Pero sí dejaremos constancia de un pálpito: los grises gestores, pendientes de antemano de aquello que su ciudadano todavía no puede saber que le preocupa, cotizarán al alza frente a líderes carismáticos construidos a base de markéting político e ideas-fuerza paradójicamente débiles. Los acuerdos prácticos para el conjunto de la sociedad deberían imponerse al enfrentamiento prefabricado que busca del votante la adhesión propia de un hincha futbolístico.

El Gobierno de coalición estaba pensado para determinadas virtualidades que mantuvieran viva esa confrontación. La realidad se las ha llevado por delante. La lógica en blanco y negro de buenos contra malos resulta ahora todavía más inoportuna. Hay, además, problemas de forma. Sánchez preside la clase de gabinete que temía que le provocara insomnio. Es un ejecutivo muy pesado, distribuido en 23 carteras que ven diseminadas sus competencias sin más criterio que dar rango de ministro a representantes de las distintas familias políticas que conviven en las dos formaciones que lo sustentan. No resulta operativo para su propio presidente. Con España muy atenta, se suceden filtraciones para atribuirse la paternidad de las decisiones, los consejos se alargan durante horas y los decretos se publican en el BOE a minutos de su entrada en vigor.

Es útil disponer de un asesor obsesionado con el marketing político y la estrategia electoral. Pero el equipo de un presidente del Gobierno no puede estar copado por gente que eligió su profesión por lo mucho que le gustaba El ala Oeste de la Casa Blanca. Han faltado técnicos que supieran anticiparse a la situación para atemperar, en la mayor medida posible, los efectos del virus. Ésas piezas son las que resultan indispensables. Las que aportan utilidad al ejercicio del poder. La estrategia defensiva de comunicación de Moncloa ha pivotado sobre distintas ideas. Dos se han repetido con especial insistencia.

La primera se resume en la frase “no se podía saber”. José Antonio Zarzalejos se tomó la molestia de explicar por qué tal cosa no puede sostenerse desde un mínimo rigor intelectual. Lo hizo en un artículo en El Confidencial. La manifestación feminista del 8 de marzo ha estado en el centro de polémicas colaterales a esta idea. Admitamos que no fue en sí misma el principal foco de contagio. Y que mucha de la crítica que surge de algunos sectores nace de un prejuicio ideológico contra la misma. Con todo y con eso, la marcha de ese domingo simboliza el grado de despiste que tenía el Gobierno en un tema que no ha podido demostrarse más fundamental.

La segunda hace referencia a la “pandemia global”. Así, como concepto general, es difícil de discutir. Pero la letra pequeña de los datos por países esconde reflexiones que alguien en Moncloa debería decidirse a realizar. Reino Unido y Estados Unidos han sido los ejemplos favoritos. Emplearlos implica admitir una derivada: que Pedro Sánchez sea un dirigente homologable a Boris Johnson y Donald Trump. Si analizamos algunos de los aspectos reseñados más arriba, quizá la idea no sea tan descabellada.

Sánchez compareció el pasado domingo 12 de abril para pedir una “desescalada de la tensión política”. Tres días antes, la portavoz parlamentaria del PSOE se preguntó desde la tribuna de oradores “dónde estaba la derecha cada vez que nuestra democracia la ha necesitado”. Javier Solana escribió, desde la cama de un hospital, un artículo vibrante en El País. Se llamaba Nuestra hora más gloriosa. Lo visto hasta ahora hace que la cita churchilliana parezca demasiado optimista. Pero no hay que desfallecer. Todavía estamos a tiempo de sincronizar nuestros relojes.

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(Madrid, casi 1984). Licenciado en Periodismo por la Universidad San Pablo CEU. He trabajado en Intermedios de la Comunicación, Onda Cero Radio, Popular TV, esRadio y Trece. Actualmente dirijo el programa XTRA! en Non Stop People (dial 23 de MoviStar+).

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