El ‘refill’ del cascarón Popular

En España por

Clausurada la convención nacional “España en libertad” que el Partido Popular ha celebrado este pasado fin de semana en IFEMA, Madrid, el mensaje ha sido claro: el PP es la derecha auténtica, la original, aquella que verdaderamente puede plantar cara a la izquierda, a la desunión y la que más genuinamente defiende los valores que tradicionalmente se han asociado a la derecha.

Votante conservador no te equivoques, vuelve con nosotros y no te dejes engañar por aquellos que tan sólo ofrecen una copia mal combinada de nuestros ingredientes. ¿Qué necesidad tienes de probar extrañas mezclas cuando tienes aquí la fórmula original?

De cara al partido -el objeto principal de la convención- quedan declaradas la reivindicación de identidad, unidad interna, liderazgo claro de Casado y rearme ideológico.

Manfred Webes, candidato a la comisión europea por el PPE, daba el aire europeísta al acto encabezando su apertura; Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal eran el cuadro que conmemora las hostilidades para ensalzar la paz; invitados independientes reconectaban al partido con sus votantes; José María Aznar y el recuerdo a Manuel Fraga decretaban el fin del complejo de ideología del partido; Mariano Rajoy se defendía a sí mismo, mientras todos cerraban filas en torno al nuevo líder, en un acto organizado por Adolfo Suárez Illana como símbolo de moderación y constitución; por último, Pablo Casado daba el último hervor al guiso antes de servirlo a los comensales de las urnas.

Fue sin embargo uno de estos invitados no pertenecientes al PP, el portavoz de Tabarnia, Jaume Vives, quien se encargó de realizar la autocrítica del partido dando así contenido a una convención que necesitaba una voz de conciencia para darse sentido a sí misma. La salida -no creo que del todo imprevista- del guión del representante de la “España de los balcones” resultó un rapapolvo a los populares pasados y presentes que arrancó algunos descoordinados y confusos aplausos ante la evidencia de sus palabras. Intencionado o no, su intervención escenifica el apretón de manos entre el reencuentro con el votante.

¿De dónde viene la necesidad de este rearme ideológico?

El proceso de vaciado ideológico, lejos de ser pasivo, fue concienzudamente llevado a cabo por Mariano Rajoy. Si bien desde el fin de la dictadura ya había cierta leyenda negra sobre la derecha y lo que representaba, el gran paso de líder popular fue asumirla. Bien para marcar distancia con la anterior etapa aznarista, bien para acomodar al partido a la esencia tecnocrática de Mariano, anular las disicencias al evaporar las corrientes internas y dejar vía libre a su nueva apuesta meramente gestora.

Porque -debió pensar- se puede criticar una ideología sin necesidad de ver sus resultados pero ¿quien puede denostar una buena gestión si carece de ideología? La apuesta política de Rajoy fue abandonar los principios de la política. Así el partido renunció a cumplir sus promesas y programa so pena de no alcanzar los objetivos económicos. Normalmente se achacan a fuerzas ajenas a la voluntad la imposibilidad de ser fiel a tu palabra, a tu esencia, sin embargo en esta ocasión la renuncia era deliberada.

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Según la teoría política de la Ventana de Overton, existe un marco de ideas que el público encuentra aceptable y fuera del cual se halla lo impopular, lo inaceptable. Dicha ventana puede desplazarse para abarcar ideas inaceptables y popularizarlas y para dejar fuera ideas antes populares. Éste rango de ideas es la tierra de nadie donde se da el constante tira y afloja de las fuerzas políticas, deseosas de desplazar la ventana hacia sus posiciones para dejar fuera del debate las posiciones del rival.

Al renunciar el PP a la batalla por la Ventana de Overton, ésta se desplazó irremisiblemente hacia sus adversarios. La consecuencia es que la derecha ya no sólo era algo a lo que había renunciado el Partido Popular sino que había quedado fuera de lo “admisible” en política, convirtiendo automáticamente a todos los que de alguna forma se identificaran con ella en parias ideológicos.

Si la pérdida de votos, que ya empezaba a capitalizar Ciudadanos como una alternativa reformista aceptable a la izquierda de donde alguna vez estuviera el PP, no se correspondía con la pérdida de ideología, fue gracias a un factor poderoso: el miedo.

La irrupción de Podemos, a ojos de la mayoría de conservadores, inspiraba una suerte de “terror rojo” que había que contener a toda costa. Así, el cascarón vacío que ofrecía Rajoy se convirtió en una fortaleza, un muro que aseguraría la contención de las fuerzas bolivarianas, secesionistas y de izquierdas en general hasta, a saber, tiempos mejores. El voto útil empedraba las paredes del muro, infranqueable, estable, seguro como sólo una construcción de éste tipo sabe inspirar en quienes se alojan tras ella. Pero el problema de toda estructura meramente defensiva es que siempre se acaba viendo superada. La caída de Constantinppla ocurrió de forma inesperada, a través de lo que se consideraba quizá la parte más segura del muro: el congreso de los diputados. La moción de censura acabó súbitamente con el gobierno del Partido Popular, con Mariano Rajoy y en definitiva con la única promesa que podían hacer.

Tras ésta convención el PP lo tiene claro: La droite, c’est moi y los demás tan sólo marcas blancas.

Ocho meses han transcurrido desde la caída de la plaza y el heredero del cascarón vacío, Pablo Casado, se afana en llenarlo de nuevo de algo sustancioso. Es muy consciente que la caída del monopolio de la derecha ha dado lugar a una situación de libre mercado jamás conocida por el votante conservador en toda la historia de la democracia moderna.

La fuerte irrupción del, hasta hace un año moribundo Vox, es la consecuencia natural de la liberación de una parte del voto que, aunque seguro, siempre se sintió cautivo tras los muros. Y se trata de un partido orgullosamente de derechas; tiene muy claro qué producto vende y quienes son sus potenciales compradores. Su aparición obliga a los demás competidores a definirse, a exponer qué diferencia su producto del de los otros. Y es que nos hallamos en una situación de transición política en la que todos son reformistas, por lo que la pregunta ahora es ¿qué o quién es la derecha? Tras ésta convención el PP lo tiene claro: La droite, c’est moi y los demás tan sólo marcas blancas.

Atrás ha quedado el cascanueces que reventó al PP. Ahora regresa el PP con su receta original pero adaptado al paladar de hoy. Por tanto todos deben volver a comprar el producto genuino y dejarse de sucedáneos.

Sin embargo es demasiado tarde y demasiado pronto para reclamar la unidad de toda la derecha. Una vez ha saboreado la competencia, el consumidor se da cuenta de que en realidad lo que le importa no es la originalidad de la marca sino que el producto sea de su agrado. Y observa cómo gestos, como el incansable activismo de Vox en los tribunales, le resultan más frescos y fiables que las reclamaciones de patente del antiguo aglutinador del voto útil.

A la política le gusta el monopolio y la democracia parlamentaria tiende naturalmente al bipartidismo, pero aún es pronto para saber quién se convertirá en el próximo monopolista. Tanto podrían desaparecer unos como permanecer los otros y Casado lo sabe bien. Atrás quedó la utilidad del voto en masa, ahora debe hacer emplazamiento de producto si quiere que su partido desplace a sus competidores. Lo tiene difícil porque, como evidenciaba Jaume, tiene la pega añadida de tener que congraciarse con sus votantes además de venderles el guiso. El tiempo dirá si es el suyo, otros o una mezcla, los que se alzan con la unidad. Pero hasta entonces, votante conservador, disfrute de la libertad de mercado.

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Importado de las Américas y ensamblado en España. Farmacéutico por la UCM y próximamente farmacoeconomista. Letroso aficionado y teórico en práctica.