— Mañana viene el Sánchez.
— ¿Cómo es eso? ¿Aquí? ¿A Puerto Quejumbre?
— Sí, sí. Que me acaba de decir el Basilio.
Encarna suelta el cuchillo, va a la pila y abre el grifo. Deja que se le escurra el agua por los dedos, sin frotar y sin jabón, para que se le quite el olor a cebolla. Sale de la cocina, limpiándose las manos en el mandil, y se acerca a la televisión nueva, que todavía tiene el marco con el plástico del embalaje. Está sonriendo. “Menudo presidente guapo, guapo, que tenemos. ¡Que nos dure mucho!”, había comentado esa misma mañana, curiosamente, a la salida del Mercadona.
— Pero bueno, Claudio. ¿Cómo que no me he enterado? ¿ Y se sabe ya qué va a hacer?
— Pues que viene a un mitin de esos. En el polideportivo. Pero que ya está abarrotado. Acaban de decir que por la cadena del pueblo lo darán.
Encarna vuelve a la cocina cuando huele que se le va a pasar el sofrito. “Pues yo esta tarde voy a la peluquería”. Y en cuanto cierra la puerta, saca el móvil y pide cita para peinarse.


Toda la tarde la pasa entretenida con las vecinas. Claudio se ha ido un rato a la huerta y los hijos con los nietos no llegan hasta por la noche, para que les prepare la cena, que ya me los conozco yo, piensa entre dientes.
Se pasan un rato piropeándose las unas a las otras. Miran calladamente, a una de “Ecuador o de por ahí”, entrar a la peluquería para apuntarse. Cuando se ha marchado, vuelven a hablar del acontecimiento que tendrá lugar a la jornada siguiente.
— A mí es que este presidente… Fíjate que a mi Ramón le gustan poco los socialistas.
— Pues eso es que sabe poco y que le va al otro, a ese que era un corrupto – dice la Encarna con la condescendencia habitual con la que trata a María Ángeles al mismo tiempo que se atusa el rulo que le ha dejado mal la Loli-. Pedro Sánchez dijo, que lo vi yo el otro día con la chiquita esta… La guapa. Que no me sale el nombre.
— La Pastor.
— Eso, la Pastor. Pues decía que le va a quitar a los ricos para darle a los pobres. Y esto tú me dirás cuándo lo ha hecho el PP o esos otros de ahora.
A la Encarna no hay quien le meta mano con estos temas. Ve todos los telediarios y discute agriamente con Claudio cada vez que su marido quiere apostillar cualquier cosa, entre cucharón y cucharón, del actual gobierno. Claudio, que ya son cincuenta años de casado, acho, sabe callarse a tiempo y deja que su mujer hable lo que quiera.
Después de pagar 35 €, qué caro que lo has puesto, Loli, se va a la rambla a dar una vuelta.
Hace bueno. No pega fuerte el calor pero las chicharras están todas encendidas. Ella va con sus cosas. Que si el paro de su Natalia, que si el divorcio del Miguel Ángel. Y entonces, en una brisilla, le vuelve a asaltar la imagen que salió en la televisión del presidente con aquellas gafas de aviador. Y a Encarna le da un tembleque que la hace recordar las verbenas y la parte de atrás de la furgoneta de Claudio cuando era el mozo más guapo del pueblo.


— ¡Le has visto! ¡Madre mía qué alto es! Pero si parece un marino.
— Y mira cómo va. Hecho un pincel.
— Aprieta, aprieta. A ver si nos da la mano.
Medio pueblo se agolpa en torno a la puerta del polideportivo. Va Sánchez con sus gorilas, con su equipo de campaña y con los socialistas municipales. Gasta una camisa de blanco estricto, arremangada casi hasta los codos. Lleva unos vaqueros, que como todos los vaqueros, van apretados. Las gafas de aviador, las mismas que salieron en la tele, penden de dos botones desabrochados.
Después de un rato que se le hace tremendamente largo e incómodo a Encarna, que a base de empellones, se ha hecho un hueco junto a la grada, empieza a hablar Pedro Sánchez.
Primero da las gracias a todas y todos por haber venido. Habla de aquella tierra, de lo importante que es para el país, de su clima, turismo y corruptelas del actual gobierno regional. Cuando Encarna ya se está empezando a cansar, a sentir las varices detrás de las rodillas, de pronto el presidente cuenta una historia. Es de un chica de Almería, donde él acaba de estar con otros compañeros y compañeras como vosotros y vosotras.
Se llama Marta.
Marta trabaja en un hospital como auxiliar de enfermería. Con el contrato que tiene, a pesar de sus estudios, no dispone de los ingresos suficientes para poder mantener a sus dos hijas en edad escolar. Ella es madre soltera y ha sido víctima del estado heteropatriarcal. Ahora, tiene esperanza en un futuro mejor, compañeros y compañeras. Y por eso estamos aquí. Por Marta y por tantas otras que sufren en silencio los abusos y recortes del anterior gobierno.
Hay un clamor popular que no para de corear “¡Presidente! ¡Presidente! ¡Presidente!”. Encarna está entusiasmada, conmovida. Éste sí, por fin, representa lo que tiene que ser un buen jefe de gobierno.
Llega a casa toda locuaz y excitada con otra comadre que vive enfrente y que se encontró en el polideportivo. Al llegar a casa le cuenta, con todo lujo de detalles a Claudio, cómo ha ido el mitin. Le narra la historia de Marta. Y lo mucho que se parece a la de su Natalia. Claudio se calla. No agrega nada. Lo ha visto por la tele.
Abren las ventanas para que entre el fresco y se sientan a esperar que lleguen sus hijos. Encarna está con la mirada perdida en un panfleto que se llevó del mitin. Repasa con el índice la silueta de un sonriente y serigrafiado Pedro Sánchez. Por fin alguien que le habla al corazón; de su realidad, de gente común, que lo pasa mal y no tiene quién les ayude.
De pronto, Claudio, que estaba trasteando con el móvil, no puede reprimir una carcajada estruendosa, provocándole al instante la típica tos de exfumador flemático.
Coge y sin poder parar de toser y de lagrimar por la risa y el esfuerzo del pecho, le enseña el último guasap que le ha mandado su compadre, el Ramón.