Los obipos norteamericanos saben por experiencia que los católicos de ese país no son un bloque homogéneo. También lo saben los españoles. En noviembre de 2007, los norteamericanos publicaron un documento que alejaba la cuestión de las actitudes maximalistas y de las minimalistas. Los obispos afirmaban que “no decimos a los católicos cómo votar”, pero “como católicos, deberíamos guiarnos más por nuestras convicciones morales que por nuestra inclinación por un partido político o grupo de interés”.
Mencionaban en su escrito varios temas claves a la hora de valorar el programa y la ejecutoria de los candidatos. Aunque siempre aparece en primer plano la cuestión del aborto, los obispos aclaraban que “los católicos no somos votantes de un solo tema”.
Entre los temas que se debían tener en cuenta está el respeto del derecho a la vida, que es directamente atacado por “el aborto, la eutanasia, la clonación humana y la destrucción de embriones humanos para investigación. A estos males per se hay que oponerse siempre”. Dentro del respeto a la vida mencionaban también la oposición a la tortura, a la guerra injusta, o a la pena de muerte.


Otro tema clave era “la familia, basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer”, que no debería ser “redefinida, socavada ni menospreciada”.
Los demás criterios importantes señalados por los obispos norteamericanos se referían a la protección de los más débiles y a derechos sociales básicos, entre los que incluían dar a los inmigrantes la posibilidad de tener un estatus legal.
Más allá de las declaraciones del episcopado es interesante recordar lo que el arzobispo, Charles J. Chaput, escribiera en su libro Render Unto Caesar. Una idea central es que la fe, aunque esencialmente personal, nunca es meramente privada, sino que tiene implicaciones sociales y políticas. Así que reducir la religión a una opción privada que no tiene ningún papel en la arena pública es una visión ajena a la doctrina católica.
En el libro “A la caza del voto católico” hay una llamada a los católicos a que sean coherentes con su fe. Es una invitación a no dejarse arrastrar por el individualismo creciente que lleva al llamado “catolicismo a la carta”. En lugar de ser levadura en la sociedad, la fe corre el riesgo de adaptarse en forma acrítica a la cultura contemporánea. Es en ese clima donde crece ese tipo de político católico que está “personalmente en contra…”, pero que renuncia a defender sus convicciones, disfrazando su inhibición de respeto a la libertad.
El Papa Francisco, en su Encíclica Lumen fidei de 29 de junio de 2013, exclamaba: “¡Cuántos beneficios ha aportado la mirada de la fe a la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común!”(54).
En algunos ambientes de la Iglesia se ha vuelto a poner de moda la teoría de la “túnica sin costuras” o de una “vida éticamente consistente”. Los que la promueven tienen intenciones nobles: quieren que la sabiduría moral de la Iglesia y la pasión por la justicia aporten la preocupación por temas más urgentes. Sin embargo, esta línea de pensamiento puede llevar a una especie de relativismo moral que genera serios problemas sociales.
El deseo de promover el desarrollo integral de la persona humana lleva a una agenda de temas como el aborto, la eutanasia, la pena capital, la pobreza global y los temas relacionados de los migrantes y refugiados, y el cambio climático. Cada una de estas realidades de nuestro mundo representa una afrenta a la dignidad humana y al orden social.
El problema del voto católico, que es el del voto de los católicos, radica en si nos acordamos de lo que somos a la hora de depositar la papeleta. Quizá reflexionar sobre el “qué” nos ayude a tomar mejor la decisión del “cómo”.

