Hay un aspecto en el que Ciudadanos sí ha conseguido ocupar la posición del PP. Los de Rivera son, a día de hoy, el “nasty party”. La expresión fue acuñada en 2002 por la (todavía) actual primera ministro del Reino Unido, Theresa May. Aquí nos llegó en versión traducida por Esperanza Aguirre. En pleno apogeo pre-Irak del laborista Tony Blair, May quiso hacer ver a sus conmilitones (¡qué grandes palabras tiene nuestra lengua!) que los conservadores británicos no volverían a Downing Street mientras un número tan elevado de votantes les percibiera como un partido “desagradable”. (“Nasty” tiene varias acepciones, que van desde lo antipático a lo sucio y repugnante). La falta de atención a las minorías y la escasa empatía hacia los desfavorecidos estaban entre los motivos que expuso la dirigente.
Aguirre la parafraseó en 2008. Fue cuando amagó con disputarle a Mariano Rajoy el liderazgo del PP. La entonces líder regional madrileña vino a decir que la segunda derrota electoral frente al PSOE de Zapatero vino motivada por dos trampas tendidas desde el socialismo: el matrimonio homosexual y la Ley de Memoria Histórica. Según ella, eran dos batallas ganadas de antemano por quién las planteaba.
No parece que ninguno de estos dos marcos se ajuste demasiado a Ciudadanos. ¿Por qué son, entonces, el nasty party? Es difícil precisarlo. Pero los sucesos del sábado del Orgullo apuntan a un estatus ya plenamente adquirido. Por no hablar de la repercusión posterior. En redes y en medios, pero también en parte de la calle. Su entendimiento con Vox estaría en la explicación del comportamiento, con trazas deleznables, de los más airados. Démoslo por bueno. Llama la atención que no se haya contemplado una derivada que podría explicar el afán por acudir a la marcha: la mala conciencia. Sabedores de que sus distintos gobiernos (más o menos) conjuntos con la formación de Abascal pueden herir a su votante homosexual, se habrían presentado allí como signo de buena voluntad y con su programa electoral por delante. Un pacto puede ser criticable y servir como justificación a un enfado. Pero seamos adultos. Un acuerdo de gobierno en una comunidad autónoma no supone una fusión por absorción entre sus firmantes.


La izquierda, tenga esta forma de prescriptor de opinión, humorismo de late-night o nuevo himno del pop cultureta, ha dado por amortizado al PP. De parodiar a Vox ya se ocupa el propio Vox. Ciudadanos es ahora el blanco, casi solitario, de las bromas de todos ellos. Los que siempre le negaron su condición de partido de centro proclaman ahora que ha dejado de ser un partido de centro. El fenómeno recuerda a la fulgurante aparición de Podemos. La creación de opinión de derechas casi llegó a olvidarse de la existencia del PSOE.
Son muchos los aspectos que rodean a Ciudadanos y al liderazgo de Albert Rivera que podrían merecer la más razonada de las críticas políticas y la más sana de las discrepancias. En fondo y forma (hablamos de un partido particularmente pendiente de lo segundo). Pero lo que despierta Ciudadanos es otra cosa. El grado de visceralidad asusta.
Hace falta un gran ejercicio colectivo de tolerancia. Quizá el que tengamos en frente no sea tan antipático, ni tan desagradable, ni tan repugnante. Simplemente piensa diferente. Ya saben lo que suele decirse de las opiniones. Que son igual que los culos: todos tenemos. Alguno por ahí se ha confundido. Queriendo enseñar lo uno, ha terminado mostrando lo otro.