A la vista de los acontecimientos cabe sentenciar que España es profundamente monárquica. El hecho de que no se entonen salves por el Borbón de la Zarzuela o que los mancebos no se enrolen en el ejército para salvaguardar a su Rey y a su Patria, no quita que nuestra actualidad se contonee al calor de las intrigas palaciegas y las zarandajas de Moncloa.
El excortesano Villarejo tira del magnetofón como Jerónimo de Barrionuevo, el primer periodista español, tiraba de la pluma para retratar la corte de los Austrias. Con la diferencia, para nada despreciable, de que el primero ha vivido del embuste en la solapa y el segundo ha quedado para la historia por desvelarlos con estilo.
“Estudiante, soldado, paniaguado de libre designación, cura y poeta”, como rescata Bustos en “Vidas Cipotudas”. Este empecinado, además de todo lo anterior, fue el cronista más prolijo del Barroco español. Cayó en gracia con el Duque de Lerma, una mezcla entre el Garzón y el Rato de nuestra época, que le libró de una vida entre barrotes por su carácter pendenciero. Viendo que el tipo apuntaba maneras pero que necesitaba desfogarse antes de aterrizar en Madrid, le mandaron a Berbería, con tan mala fortuna que el que podía ser potencial aliado para aquesta o acullá fechoría, granjeo en la guerra un odio singular hacia los gobernantes. Claro. No hay nada como ver pasar a cuchillo a tus dos hermanos el primer día de batalla para quitarle todo el romanticismo y refuerzo educativo a las carnicerías humanas.


Desde entonces, tomó los hábitos, aunque no con intenciones exclusivamente pías. Sabía que con sus talentos naturales y estudios, el hacer carrera eclesiástica le daría acceso privilegiado a los chismes. Y así fue. De 1654 a 1658 se consagró a retratar en sus “Avisos” los entresijos de la corte de Felipe IV. Sucesos políticos, religiosos, económicos, lúdicos, sociales. Ya fuera “información vaginal” o tirar de la boquita de verdulera a Dolores Delgado.
“Todo el mundo está para dar un estallido”(…) “en todas partes está la malicia en su punto y todos tratan de engañarse unos a otros”, decía el cronista de una España en quiebra moral.
Si traemos el quehacer de Jerónimo de Barrionuevo a nuestro tiempo, poco importa que dimita o no la actual Ministra de Justicia. Los hechos están ahí. Y lo que queda probado, que tampoco debiera de escandalizarnos, es que la mentira, hasta que llega con el finiquito la maldita hemeroteca, es la forma más fácil de salir al paso en política.
Ahora toca a la opinión pública, que no publicada, poner en balanza ese desajuste entre lo dicho y lo hecho. El PSOE prometió un gobierno de transición, de convocatoria de elecciones “a la mayor brevedad posible”. Sin embargo, entre otras entelequias, solo se trasluce la aspiración a un proyecto faraónico de agenda progresista hasta 2030.
Hasta la próxima llamada a urnas, queda una realidad grotesca y desdibujada, donde si alguien ha tenido la feliz idea de echarse una cabezadita de 360 años, verá que en España seguimos a lo nuestro.
“Las cosas de Madrid andan todas a Dios te la depare buena. Lo que hoy determinan, mañana lo derogan. No hay firmeza en nada; cada uno procura hacer su negocio y ninguno el común y bien de todos, con que todo se yerra”.
Mientras ocurren cosas que no contamos, cabe esperar, con el espíritu de Barrionuevo, las próximas tropelías del villano y excortesano Villarejo. Quizás, entre zafiedades en casete, nos de tiempo a dignificar un poco el oficio informando, formando y dando el justo entretenimiento para que esto no sea una orgía copetuda con el “tu dijiste” y “yo te grabé”.

