Seguro que alguno de vosotros lo ha visto también. Andaba echándole un ojo a las actualizaciones de Facebook cuando me encuentro un ‘post’ publicitario del Ayuntamiento de Madrid con la siguiente frase: ¿Te imaginas tener una fuente para beber agua y refrescarte en verano?
Lo primero que le pide a uno el cuerpo (seguro que alguien nos encuentra un ancestro en común con los gatos) es soltar un bufido: ¿Me toman por idiota?
Se trata de una nueva medida de “democracia directa” del gobierno de la villa: El ayuntamiento ha reservado una partida de 60 millones de euros de los presupuestos del año que viene para remodelaciones del casco urbano y ha decidido que los ciudadanos aporten sus opiniones acerca de en qué debería gastarse ese dinero, cosa que, en justicia, no me parece mal (aunque esté espantosamente comunicada).
Lo que sí me parece es una tomadura de pelo: nos han vendido más participación, el fin de la corrupción, de los dedazos y el caciquismo, la transparencia y la política al servicio de la ciudadanía y todas esas cosas bonitas que debería ser la democracia. Y, para ello, nos han dicho que somos ciudadanos adultos, soberanos, capaces de comprender la gravedad de las decisiones acerca del rumbo que debe tomar nuestra sociedad. Como, por ejemplo, poner una fuente en una plaza pública o darle paseo al monumento a Cervantes de la plaza España hasta una nueva ubicación.
Ahora bien, el gesto (porque no es otra cosa) del ayuntamiento tiene doble filo, porque la siguiente pregunta es: ¿Y qué pasa con los 4.400 millones de euros restantes del presupuesto que, más o menos, tendrá el Ayuntamiento de Madrid para 2017 (si las cosas no cambian mucho respecto a 2016)? ¿No somos adultos, soberanos y responsables para esos?
Qué queréis que os diga, nunca creí en la democracia directa, aunque reconozco que las tecnologías de comunicación hacen razonable pensar que podría asumirse un nivel mayor de participación de la ciudadanía en las deliberaciones previas a la toma de decisiones, en unas sociedades que se habían hecho excesivamente grandes como para permitir un diálogo conjunto en la era analógica.
En todo caso, iniciativas como la consulta sobre la remodelación de la plaza España han cosechado la asombrosa cuota de participación del 1% de la población del municipio madrileño (26.961 de los 3,14 millones de habitantes de la capital). O bien no era tan importante que participáramos en ello, o bien no se ha comunicado suficientemente, o bien no hay que preocuparse por el nivel de participación: a quien no le interese no se quejará.
Sin embargo, más importante que la mayor o menor participación ciudadana en cuestiones más o menos triviales es el funcionamiento leal y ejemplar del gobierno municipal. No quiero que me doren la píldora con 60 millones de euros y luego coloquen contratos a dedo (por un euro menos del importe máximo para salir a concurso público) y repartan el mando de instituciones públicas entre suegras y cuñados. No se trata de que sea Carmena o “Espe”, me da igual. Lo que me mosquea es que me tomen por tonto.