La Leyenda negra ha calado, mutatis mutandis, en una generación de españoles. Nuestros símbolos son oscurecidos, nuestra identidad parece problemática y nuestra convivencia resulta difícil. Una ficción perfectamente construida, donde el pasado nacional parece una losa comunitaria y no un legado del que aprender, el presente se convierte en conflicto permanente y no en el escenario para crear juntos, y el futuro se vislumbra lleno de amenazas y no de posibilidades. Y sobre ella se ha legitimado el proyecto contemporáneo de destrucción de la idea y de la realidad de la Nación española, desde la descalificación general de su significado identitario y desde la ruptura de su unidad territorial y democrática, siendo Cataluña y su doble proyecto rupturista-expansionista el escenario visible de ello.
Pero frente a esta Leyenda, frente a todo cuento de simples raíces ideológicas que esconde la verdadera y necesaria lucha por la justicia y la equidad social, parece obligado reivindicar desde la libertad de opinión esa idea histórica y esa realidad ciudadana, esencialmente en su dimensión social, tanto en los fallos que no repetir y en los aciertos que reivindicar. En un mundo globalizado de conflictos persistentes y desigualdades crecientes, España puede y debe ser, en su unidad y pluralidad, modelo de convivencia democrática, de diversidad cultural y justicia social; es necesario, pues, y aunque parezca mentira en plena integración europea, defender España desde la ciencia y la conciencia.
Golpe de Estado en Cataluña
Decía Curzio Malaparte (pseudónimo de escritor Kurt Erich Suckert) en su Técnica del golpe de Estado que “las circunstancias favorables para el mismo no son de naturaleza necesariamente política o social y no dependen de la situación general del país”, sino que dependen en última instancia de la “posibilidad técnica” de una élite de conquistar el poder, mediante la creación del arquetipo del Tirano, la victimización de su causa, el adoctrinamiento de la masa adepta, el control progresivo de los medios institucionales y el uso decidido de la fuerza real o simbólica.
La historiografía muestra diferentes tipos de coup d’état donde todos estos elementos se combinan: el pronunciamiento militar, el putsch, la insurrección cívico-militar, la revolución comunitaria (del proletariado al ciudadano) o la rebelión separatista. Pero no siempre dicho Golpe responde a la supuesta legítima reacción popular a la dominación tiránica (tiranicidio) tan presente en novelas y películas, como lo demuestran los dos grandes totalitarismos del siglo XX. El golpe de estado bolchevique (de una “mayoría”, que es lo que significa su nombre, siempre minoritaria) apelaba al “centralismo democrático” en representación del pueblo proletario, alzándose no contra la extinta Monarquía Románov sino contra el legítimo gobierno de Kerénski. El golpe de Estado nacionalsocialista apelaba a su victoria electoral en representación del pueblo alemán, alzándose no contra la extinta monarquía Hohenzollern, sino contra el legítimo gobierno de la República de Weimar. Y así sucesivamente en otros ejemplos de la centuria pasada…


En Cataluña, en pleno siglo XXI, asistimos técnicamente a un Golpe de Estado; más en concreto, desde el punto de vista politológico, a un Golpe secesionista. La élite rupturista de esta región, obviando la legislación nacional y europea, ha justificado su insumisión al Estado central y ha proclamado unilateralmente su independencia, apelando a un reclamado derecho de autodeterminación solo posible para antiguas zonas coloniales o en el seno de países confederales (al estilo de la vieja Commonwealth británica o a los difuntos Estados multinacionales soviético y yugoslavo) según el Derecho internacional, y rompiendo con un Gobierno plenamente democrático según en Derecho interno español. Y Golpe enmascarado, como todos, bajo la apelación a una voluntad mayoritaria construida por la élite que se erige en la voz de su pueblo, en este caso en clave nacionalista-identitaria: la construcción o recuperación de una identidad cultural e histórica diferenciada y exclusiva, el sometimiento de las libertades a la esencia patria, el olvido de los derechos de los ciudadanos en pro de derechos de la tribu; el señalamiento del enemigo a la causa como traidor, ocupante o explotador… Como se ha repetido, en sus diferentes modalidades, en toda la Historia contemporánea.
Samuel Finer, politólogo norteamericano, en The Man on Horseback: The Role of the Military in Politics (1962) señalaba como una de las claves de todo Golpe de Estado el uso de “la extorsión ilegitima” del grupo o grupos rebeldes al poder establecido, bajo aviso de que, en caso de no ser aceptadas integralmente sus propuestas políticas, se procederá a realizar acciones dañinas (movilizaciones callejeras, insumisión institucional, actos de rebelión y sedición, incumplimiento del orden jurídico-político vigente) para imponer sus demandas de ruptura u ocupación del poder. El proceso catalán (el procés), bajo apariencia de reivindicación y defensa de las libertades de un pueblo victimizado como oprimido (cuando el franquismo desapareció hace muchas décadas), pretende subvertir las bases de la convivencia y la solidaridad en nuestro país, y aniquilar bajo la estrategia del ostracismo simbólico y la segregación ideológica/identitaria real, cualquier pensamiento alternativo, cualquier identidad plural, cualquier debate interno, cualquier fraternidad regional… Un proceso que no es nuevo, sufrido por el mismo presidente Manuel Azaña, en plena II República, quién advirtió del nacionalismo separatista:
“Un instinto de rapacidad egoísta se ha sublevado, agarrando lo que tenía a mano (…) en el fondo, provincianismo fatuo, ignorancia, frivolidad de la mente, sin excluir en algunos casos doblez, codicia, deslealtad, cobarde altanería delante del Estado inerme, inconsciencia, traición (…)”.
Y ante este tipo de Golpe de Estado que resquebraja los pilares democráticos y destruye la solidaridad entre familias y pueblos, la sociedad española y el Estado de derecho ¿qué puede hacer?, ¿qué alternativas tiene?
- Recuperar el discurso de unidad y democracia de las manos del conflicto, y trasladarlo a la sede de la soberanía nacional.
- Hacer pedagogía de lo que une y no de lo que nos separa en los medios y en las escuelas.
- Fortalecer los mecanismos necesarios para la libre actuación de jueces y fiscales (ahora más que nunca es imprescindible la separación de poderes) para asegurar las libertades fundamentales.
- Insistir internacionalmente en que España es un Estado de derecho que cumple con todas sus obligaciones en materia de protección de los derechos humanos, y que es asimismo un socio leal y necesario en la Unión europea.
- Reivindicar la defensa de los derechos sociales, laborales, medioambientales y solidarios de todos los ciudadanos españoles, de la justicia social, independientemente de su origen y su residencia, frente a identidades excluyentes.
En suma reconstruir España, defendiendo la ley y protegiendo las libertades, en una nación unida, solidaria y plural, ya que como señalaba Ernest Renan:
“el hombre no es esclavo ni de su raza, ni de su lengua, ni de su religión, ni de los cursos de los ríos, ni de la dirección de las cadenas de montañas. Una gran agregación de hombres, sana de espíritu y cálida de corazón, crea una conciencia moral que se llama una nación”.
España no es un problema
No somos raros, ni siquiera especialmente diferentes. Los españoles somos parte integral y normalizada de un Mundo global y en una Europa unida, viviendo los avances de la tecnología digital y sufriendo las amenazas del calentamiento global, como la mayoría de habitantes de la mundialización.
Nuestras vidas se parecen, a veces demasiado, a las de los vecinos de abajo y a los de arriba, especialmente en los sueños y las frustraciones. Pero durante siglos, se ha ido construyendo el relato sobre la “problematicidad” de lo español, por su pasado imperial, por su presente territorial, por su futuro social. Un relato lleno de tópicos y arquetipos sobre España a modo de Leyenda (del eterno mito) que, pese a ser parte más de la novela histórica que de la realidad de la Historia, muchos se lo han creído, como signo de inferioridad, y muchos lo han utilizado en su contra, como signo de superioridad.
Y que se manifiesta, en toda su crudeza, en el independentismo catalán en el siglo XXI, más penúltima fase de un Golpe de Estado contra la Nación española y sus necesarios valores de solidaridad y justicia social que “proceso de liberación nacional”. Un fenómeno histórico radicado en España, en el espacio y el tiempo, que surge y se nutre intencionadamente de los ingredientes de dicha Leyenda pero que, como observamos en ciertos personajes y organizaciones internacionales que apoyan a dicho independentismo (y que usan dichos ingredientes como “marca España”), no responde exclusivamente a nuestro país.
Es un fenómeno de debate identitario y político compartido, mutatis mutandis, en el resto de países que rodean a España y en buena parte del mundo. Italia asiste con pasión a los debates sobre el ius soli (el reconocimiento de la nacionalidad a los hijos de inmigrantes ante la oleada de refugiados desde 2008) o a las propuestas autonomistas en la real o simbólica Padania (con la Lega Nord como estandarte); Bélgica con su interminable confrontación entre valones y flamencos, presenta un Estado confederal siempre a punto de romperse; Inglaterra asiste al impacto del inesperado y nacionalista Brexit y a la continua aspiración escocesa a salir del Reino Unido.
Los grandes motores de la Unión Europea, pese a no presentar desafíos secesionistas o regionalistas de enjundia, sufren debates identitarios donde el “futuro pasado” (lo que seremos a partir de los que construimos, como diría Koselleck), condiciona el presente: la Alemania de los industriales, bajo la sombra eterna de su derrota en la II Guerra mundial asiste con estupor la irrupción de Alternativa por Alemania (AfD); y la Francia de los filósofos reflexiona en la prensa y en la calle sobre su admirado modelo cultural de la “asimilación” (laica y republicana) en pleno declive del proyecto de la francofonía ante la globalización norteamericana (y anglófona), el cruel impacto del yihadismo en su territorio y los problemas reales del paradigma del Estado social ante la competitividad internacional (Finkielkraut, Houellebecq, Onfray, Zemmour).
El mundo, y España, se debate entre identidades globalizadas y reacciones identitarias, de lo nacional a lo local. Y mención aparte merecen las causas y consecuencias de las llamadas Primaveras árabes o los conflictos identitarios (y por ende geopolíticos) en zonas como las llanuras euroasiáticas o las regiones bolivarianas.
Esta Leyenda contra lo español, la vieja “leyenda negra”, sigue siendo útil para algunos. Nacida en los albores de la aparición del Leviatán de Hobbes como la propaganda norte-europea contra la plural Monarquía hispánica durante la Edad moderna, caló en muchos intelectuales españoles. España era menos que Europa, e incluso no era Europa. Afrancesados y liberales, regeneracionistas y krausistas, socialistas y conservadores clamaban contra una España atrasada en su proceso de construcción como Estado-Nación moderno; pero muchos de ellos miraban más allá de los Pirineos no como un mundo con el que colaborar sino al que someterse. Caló tan hondo tal Leyenda que el mismo Karl Marx señalaba que “acaso ningún otro país, excepto Turquía, es tan poco conocido y tan mal juzgado por el resto de Europa como lo es España“.
El complejo de inferioridad de esta Leyenda, de la “traición” de Antonio Pérez (claro está, en tiempo de Felipe II) pesaba mucho, demasiado, pese a que fue desmontada por la gallega Emilia Pardo Bazán (La España de ayer y la de hoy, 1899), por el valenciano Vicente Blasco Ibañez (“Conferencias completas,” 1909), por el madrileño Julián Juderías (“La leyenda negra y la verdad histórica”, 1914), y más recientemente por Julián Marías o Iván Vélez.
Pero tras alcanzar un acuerdo histórico entre ideas e identidades en 1978 y creer que se dejaba atrás la Leyenda por la Convivencia, el “problema” (haciendo profeta a Ortega y Gasset) renacía inexplicablemente, en pleno camino hacia el supuesto progreso europeo. Los Països Catalans (y otras opciones secesionistas regionales) necesitaban volver a hacer de España un problema, ”el problema” imprescindible (bien lema de batalla bien como medio de agitprop) para fundamentar y movilizar las estrategias ideológicas y políticas de ruptura social y territorial desde la Historia como signo de revancha, la Lengua como medio de confrontación, y la Unidad como factor que imposibilita sus pretensiones partidistas o sus intereses económicos.
Pero no estamos solos, no somos únicos.
El problema real de España, con Cataluña como escenario, es el problema de numerosas naciones afectadas por influencias foráneas y disensiones internas, por la homogeneización sociocultural de la Globalización y las reacciones identitarias de parte o del todo de su propio país. En casi todo el escenario internacional, la Historia (el pasado siempre presente) es campo de confrontación entre quienes la niegan y la integran; la Lengua (medio de comunicarse, y medio de mentir también) provoca conflictos entre mayorías y minorías; y la Unidad (la armonía entre diferentes) es cuestionada en un mundo con fronteras cada vez más permeables.
Nuestra Historia no es un problema. La llamada “piel de Toro” ha dado lugar a santos y corruptos, bandidos y héroes, místicos y charlatanes, dictadores y estadistas, hombres buenos y perfectos canallas; hemos sufrido guerras civiles y hemos llegado a pactos históricos, hemos cometido errores y grandes aciertos, hemos invadido y hemos sido invadidos, hemos contribuido a la civilización y hemos sido moldeados por ella. Como cualquier otro país…
Nuestra Lengua no es un problema. Hablada por cientos de millones de personas a ambos lados del Atlántico, el castellano convive con una diversidad lingüística regional sin parangón en Occidente, casi siempre con mutuo respecto y casi siempre de manera complementaria. No como cualquier otro país…
Nuestra Unidad no es un problema. Quizás lo sea un Estado que en muchas ocasiones prima lo mercantil sobre lo colectivo, que no siempre representa de manera eficaz los intereses ciudadanos, que actualmente puede no atender los derechos sociales y laborales de las personas. Quizás lo sea un sistema político que no persigue la corrupción política como debiera, que desiste de la protección familiar y social ante fuerzas externas, que acoge a viejas y nuevas castas en su seno sin solución de continuidad. A veces como otros países…
España ha sido un proyecto exitoso, con sus luces y sus sombras, alcanzando una unión que mejorar, una democracia que perfeccionar y un bienestar que repartir mejor; y debe ser y seguir siéndolo dejando atrás el falso “problema ideológico” que quiere perseguir la memoria de generaciones, y solucionando los “problemas reales” que afectan a la vida diaria de los ciudadanos. Porque España son las personas, y no las tribus; son las familias y no las taifas; son las comunidades naturales y no los lobbys de presión. España es, en suma, el anhelo de una auténtica Justicia social (el derecho a un trabajo digno, a una naturaleza cuidada, a una educación de calidad, a una tecnología accesible, a una protección social suficiente) y no el paradigma de una Injusticia antisocial (que desobedece la ley, que enfrenta a las regiones, que rompe la convivencia). Un proyecto histórico común de largo recorrido, siempre sometido a la posibilidad de disgregación, pero siempre capaz de la reconciliación; cómo señaló (tal vez apócrifamente) Otto von Bismarck “España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido.”
Somos parte de una comunidad histórica y plural, de la comunidad europea y avanzada, y de una comunidad internacional e interrelacionada. Por ello, España nunca puede ser un problema…
Hacia una nueva España
No hay mal que por bien no venga, decían nuestros mayores. El desafío secesionista en Cataluña, con sus graves consecuencias en la convivencia colectiva, ha abierto, no tan paradójicamente, la posibilidad histórica de una nueva España.
La amplia movilización ciudadana (en la calle y en los símbolos) en contra de dicho Golpe a lo largo y ancho del territorio nacional, sin precedentes en las últimas décadas, demuestra que la idea de España y su identidad colectiva, denostada durante años por el pensamiento ideológico dominante, sigue vigente como proyecto histórico común, más allá de determinados partidos políticos y de un régimen constitucional concreto (rectius partitocracia): una España de ciudadanos libres, unida en la solidaridad regional y la justicia social, capaz de combinar tradición y modernidad, superadora de las antiguas querellas divisorias utilizadas con fines partidistas, y orgullosa de sus creaciones pretéritas en sus luces y sombras… El sueño inconcluso de las viejas generaciones regeneracionistas, de la de Costa, Altamira, Macías o Mallada, de la de Ortega, Morote o Maeztu.
Una nueva España que se puede, y se debe construir, sobre tres principios: unidad, solidaridad y justicia. Estos serán inevitablemente los criterios para la edificación político-social de la Identidad nacional necesaria en el siglo XXI, ante las evidentes deficiencias del sistema que han permitido su propio cuestionamiento interno (sistemática corrupción política) y las amenazas a la integridad como país (la fragmentación territorial), y que paralizan la acción de lo público ante evidentes exigencias globalizadoras, empíricamente demostradas, que afectan directamente a la vida diaria de los ciudadanos: crisis demográfica, desigualdad social, precarización laboral, sequía crónica, cuestionamiento del Estado del bienestar.
- Unidad en la diversidad; “las Españas” que superan las divisiones fundadas en un pasado tergiversado, que reparten la riqueza y los recursos en pro del bien común, que buscan la armonía entre regiones y lenguas, bajo el respeto leal a la Identidad nacional desde las particularidades regionales.
- Solidaridad responsable; ciudadanos de generaciones, familias y territorios diferentes que afirman un Estado social con derechos y responsabilidades reconocidos, frente al consumismo individualista del modelo actual de desarrollo globalizado.
- Justicia social plena, en una democracia verdaderamente participativa y representativa, basada en el mérito, la capacidad y la igualdad de oportunidades ante la corrupción política, la desigualdad económica o el nepotismo comunitario.
Una renovada Identidad española como proyecto viable, necesario y oportuno que remite, desde el mestizaje y la justicia, a su esencia secular hispánica: la misión histórica de España en sus fallos y sus aciertos, de nuestra Hispanidad en su singularidad cultural y a su vocación internacional. Un sentido hispánico, una misión que nos habla, desde la Historia como ciencia, de integrar en la política y en la escuela, en los medios de comunicación y en la moral pública, todo nuestro bagaje común al servicio de las necesidades ciudadanas: la retrospectiva (ese pasado común, en sus fallos y aciertos, que recoge todo lo valioso que hemos hecho como pueblo diverso), la perspectiva (la puesta en valor de lo que hemos heredado de nuestros padres y abuelos, de los sacrificios y de la sabiduría de la experiencia) y la prospectiva (la esperanza, el sueño de un proyecto común fundado en la justicia social). “Nuestro sentido hispánico nos dice que cualquier hombre, por caído que se encuentre, puede levantarse; pero también caer, por alto que parezca. En esta posibilidad de caer o levantarse todos los hombres son iguales“, escribió el insigne Ramiro de Maeztu.
Las formas políticas y los modelos de Estado, como creaciones humanas, tienen fecha de caducidad; cada una de ellas son producto de un tiempo histórico, de una mentalidad colectiva concreta, y en buena parte, del mudo azar del devenir. Y ante la realidad histórica a la que asistimos, que vivimos en primera persona, y que afecta directa o indirectamente al modelo democrático-constitucional implantado en 1978, resulta imperativo aportar un programa alternativo para la España del siglo XXI; desde esta renovada Identidad solidaria y plural propuesta, y a través de una serie de ejes político-sociales transversales en la reforma o sustitución del sistema jurídico-político vigente, dando voz directamente a los protagonistas del mismo:
- El aseguramiento jurídico-político de la unidad de la Nación española, priorizando una descentralización verdaderamente leal y solidaria desde el gobierno local y provincial (el más cercano a los ciudadanos).
- Desarrollo de una amplia democracia representativa (en el interior) y soberana (hacia el exterior), con amplios mecanismos participativos de la ciudadanía y de sus organizaciones político-sociales, y la primacía de los intereses nacionales respecto a los lobbys geopolíticos internacionales (defendiendo la vocación hispano-americanista y un mundo multipolar).
- Reconocimiento y apoyo a la Familia como célula social básica, desde el principio de subsidiariedad, mediante políticas públicas de conciliación, de fomento de la natalidad de reducción de la violencia doméstica y de respaldo a las parejas jóvenes.
- Sanción de los derechos sociales (como a la vivienda, a la sanidad, a la formación) de obligado cumplimiento por los poderes públicos, en sus diferentes fórmulas, y de las responsabilidades ciudadanas en el uso y defensa de los bienes y servicios colectivos.
- Desarrollo de una educación pública de calidad, basada en el mérito y la capacidad, asegurando la libertad de expresión y de elección, la gratuidad y la universalidad, la evaluación continua y la rendición de cuentas
- Defensa de los derechos laborales, desde la idea del trabajo digno y de calidad, apoyando la negociación sectorial y el asociacionismo empresarial y obrero, el trabajo autónomo y cooperativo, buscando al final del camino una economía social que equilibre el papel del Estado y del Mercado en todos sus niveles.
- Protección real del medio ambiente, a través de la vuelta a las raíces de la verdadera tradición natural, atendiendo los problemas del mundo rural, dignificando la labora agrícola y artesana, frenando la urbanización masiva, redistribuyendo los recursos hídricos cada vez más escasos, y respaldando las acciones contra el cambio climático y por la biodiversidad.
- Servicios sociales estables y universales, que combinen la responsabilidad pública y la iniciativa privada asociativa, centrados en superar la exclusión social, atender eficientemente a dependencia, cubrir las exigencias del progresivo envejecimiento social, y proteger a los menores del conflicto y la propaganda.
Juntos, y en muchas ocasiones revueltos, los españoles hemos superado graves enfrentamientos, grandes derrotas, amenazas muy duras y dramas colectivos que parecían insuperables. Y otra vez, en una mundialización individualista que parece cuestionar los pilares de las Identidades nacionales históricas sometiendo al individuo a la tiranía de la moda y la marca, los hombres y mujeres de este país juntos podremos subrayar valores superiores como la unidad, la solidaridad y la justicia, reivindicándolas como señas de identidad de “lo hispánico” y reivindicándonos modelo avanzado de integración y convivencia para nuestros hermanos de América y nuestros socios europeos. Como nos enseñó Julián Marías:
“España es un país formidable, con una historia maravillosa de creación, de innovación, de continuidad de proyecto… Es el país más inteligible de Europa, pero lo que pasa es que la gente se empeña en no entenderlo”.

