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El debate lo ganó Italia (2 a 0)

En Elecciones 26J/España por

El debate de ayer noche fue aburrido se mire por donde se mire. Si hay que buscar un ganador, seguramente fue la selección italiana, que se estrenó de forma brillante ante Bélgica, para deleite de los futboleros (que pudieron aducir motivos religiosos para no tener que comulgar con el mitin electoral a cuatro bandas).

 Solamente el hecho de que hubiera tres presentadores era ya un indicador de que, con tantas condiciones de todas las partes implicadas (partidos políticos y televisiones), lo que menos importaba era que se produjera algún tipo de diálogo o choque entre candidatos. Cada uno ocupó su espacio de tiempo, dijo lo que tenía que decir –que es lo que vienen diciendo desde hace seis meses– y se fue tranquilamente a su casa. Lo importante era cumplir.

Hubo algún momento de tensión entre Rivera (un poco tramposillo en algunos de sus comentarios) e Iglesias, con el consiguiente y acertado puñetazo en la mesa de este último. Los otros dos, Rajoy y Sánchez, estaban como alelados…

Rivera: ¡Son ustedes unos corruptos!

Rajoy: No estoy para nada de acuerdo con eso y me parece usted un tanto inquisitorial. ¿Cómo osa entrometerse en mis corruptelas? ¡Es usted un fanático! 

(el diálogo es ejemplificado, no literal)

Pero lo cierto es que, dejando el sopor a un lado y renunciando a escuchar algo nuevo en cuanto a propuestas electorales se refiere (pues todo es reciclado), sí hubo algunos puntos reseñables.

1. Rivera sugiere que el precio de pactar es la cabeza de Rajoy

Ni Iglesias ni Rivera hicieron gala de su supuesta superioridad comunicativa respecto a los otros dos candidatos, los dos estuvieron bastante sosos. Incluso vimos en algunos puntos cómo dejaban deslizarse ideas manifiestamente falsas (como colgarle la deuda de IU a Podemos, pese a que vayan en coalición) sobre los demás partidos para tratar de desprestigiarles de forma ilegítima en lugar de tomarse la molestia de documentarse para el debate y hacer una crítica como Dios manda.

Quizá la única aparición reseñable de Rivera en todo el debate tuvo lugar en la segunda parte, cuando el encuentro prometía ser incluso más peñazo de lo que finalmente fue:

 

 Al margen de que Ciudadanos tocara techo el pasado 20 de diciembre y no se espera que sus resultados mejoren sustancialmente de cara a los próximos comicios del 26 de junio, existe la eventual posibilidad de que la suma de PP y C’s sea suficiente para formar gobierno (sobre todo si se produjera la rendición-abstención del PSOE).

Ahora bien, ¿por qué vota a Ciudadanos quien vota a Ciudadanos? A nadie se le escapa que buena parte del electorado que ahora apoya a Rivera lo hace o proveniente del PSOE o proveniente del PP. Tanto si se trata de un voto de castigo como si no, no se me ocurre alguna manera de que Rivera pudiera pactar con Rajoy sin cometer suicidio político: debe haber un precio, una cabeza que entregar a la tribu como trofeo.

 

2. El PP cuenta con que la corrupción ya no cuenta

¿Es posible que toda la respuesta de Rajoy a las acusaciones de su partido sea “dejadme en paz”? Parece como si el equipo de estrategia de Rajoy hubiera pasado de intentar siquiera de articular una defensa. “Mariano, la corrupción va a salir en algún momento, tú aguanta los golpes en tu esquina del cuadrilátero y hazte el loco”.

Y ocurre que cuando a Mariano le dejas hacerse el loco, pues la caga y termina hablando de la Santa Inquisición y de la bolsa de chuches que Rivera pagó sin IVA cuando era un niño. De hecho, el pobre Rajoy creía que Rivera había cobrado en negro en lugar de pagar en negro… dijo lo primero que le vino a la cabeza.

Ahora bien, todo ello viene a demostrar que, para el PP, todo el daño que podían hacerle los escándalos de corrupción ya se lo han hecho, y el saldo restante es en torno a un 28% de los votos, lo que debería ser suficiente para ganar las elecciones.

 

Echar más leña sobre la corrupción (al menos con ataques tan poco vigorosos como los que vimos ayer) es siempre una fuerza de suma cero. Quienes todavía votan al PP lo hacen: o bien porque no le otorgan a la corrupción una gravedad capital (puede que la asuman como inevitable), o bien porque las demás alternativas políticas amenazan algo que consideran más valioso, o bien porque ellos mismos son corruptos.

 

3. Pedro Sánchez debate consigo mismo

Los tuiteros lo clavaron, Pedro Sánchez no estuvo allí ayer. Simplemente estaba en otro sitio, al margen, repitiendo como un demente una idea en la que el PSOE, erróneamente, ha creído ver su tabla de salvación: Pablo Iglesias y Rajoy conspiran para usurparle su derecho a la presidencia de algo llamado “gobierno del cambio”.

 

 

 


Lo cierto es que el mantra del “cambio” que aparentemente tan buen juego le da a Podemos no funciona solo. Por mucho que el PSOE se haya aferrado a la palabreja y se ofenda cuando Rivera le incluya entre los viejos partidos (cosa llamativa cuando en sus vídeos electorales reivindican el legado histórico del PSOE), Pedro Sánchez no es ni será nunca a ojos de los electores el candidato del cambio sino el de la continuidad.

No haber comprendido eso, pretender ser lo que no es, es lo que provocó que Sánchez se creyera con derecho a reclamar para sí los votos de Podemos como si en realidad fueran suyos y sin hacer concesiones importantes a cambio. Lo evidente, sin embargo, es que si hubiera una mayoría deseosa de que Sánchez gobernara, tendríamos gobierno desde hace meses. (Lee mi análisis de la posición en que ha quedado Sánchez tras la investidura fracasada)

4. Iglesias se vuelve serio

Pedirle que se pusiera americana o planchara la camisa era demasiado, pero lo cierto es que ayer vimos a un Pablo muy cómodo en su sitio en las encuestas y con pocas ganas de incomodar al personal. Empezó el debate con una ristra de datos digna del PP (aún cuando interpretados de forma capciosa en algún caso, como bien señaló Rajoy), lanzó un par de pullitas, fue magnánimo con el –pobrecito– Sánchez y dio un puñetazo en la mesa cuando Rivera (con bastante torpeza y de forma un poco repelente, la verdad) mentó a Maduro y la deuda de IU.

Casi casi ni se oía la musiquita rap de fondo que suena en mi mente cuando el líder de Podemos se enciende y saca a relucir su mejor retórica revolucionaria.

En lugar de eso, se puso el disfraz de socialdemócrata y empezó a hablar de pactos, de fuerzas más votadas y de condescendencia con el PSOE en caso de producirse el ‘sorpasso’. Ni rastro del tono vengativo con que se anunciaba en 2015 (“tic-tac, tic-tac” o “el miedo cambia de bando”), un tono que, tras la campaña mediática contra Podemos de los últimos tiempos, podría sonar ciertamente “venezolana” y “comunista”. ¿Todavía sigue vigente el “no olvidemos” con el que clausuró el debate para las pasadas elecciones?

A veces, especialmente cuando todo el mundo va tan flojo, no perder un debate es sinónimo de salir reforzado. Siempre y cuando los electores –que también estamos hasta el gorro– no opten por poner el fútbol y disfrutar de ver a Italia buscarle las cosquillas a Bruselas.

 

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