Es probable que no exista gremio más favorecido en esta pandemia que el de los intelectuales. Si tienen los suficientes medios materiales como para afrontar las apreturas de la situación, claro.
Obligados a un encierro y aislamiento que impide las siempre molestas reuniones, clases, exámenes, plazos perentorios, compromisos institucionales. Con tiempo suficiente para leer, escribir y pensar. Con una conectividad suficiente que permite saber más o menos en detalle qué está pasando localmente y también en el mundo. Y en medio de una crisis global como no se veía en décadas. Las condiciones perfectas para hacer análisis, para reflexionar sobre este presente y el pasado inmediato. Pero sobre todo, para hacer vaticinios.
No es casual que las predicciones, los ejercicios de anticipación, las prospectivas a escala planetaria hayan brotado como hongos después de la lluvia. Muchos creen estar en condiciones de explicarnos cómo será el mundo futuro: algunos hasta tenían la teoría preparada desde antes. Por paradójico que parezca, las prevenciones que usualmente existen contra la futurología se desploman de golpe. Y es natural: todos queremos saber cómo seguirá nuestra vida cuando esto pase. Los intelectuales también.
Un vaticinio se compone a partir de uno o varios elementos que pueden aislarse de la totalidad de la situación, en razón de que se consideran más relevantes que el resto. En lenguaje técnico se conocen como tendencias. Una crisis (en griego “cribar, hacer pasar por el cedazo”) pone en riesgo esas tendencias. Estas podrán seguir, probablemente con algunas modificaciones, o desaparecer.
Existen dos modalidades diferentes para armar un vaticinio.
La primera –y la más difundida- es tomar la crisis o el estado de excepción como la nueva normalidad. Lo que hoy es tendencia será el orden del futuro. Eso supone desestimar las tendencias anteriores a la crisis y afirmar que estamos ante la emergencia de una situación esencialmente novedosa, cuyas características ya podemos ver en esta situación de crisis. Es usualmente la perspectiva de los filósofos, que priorizan su experiencia personal y su capacidad analítica por encima de las regularidades y procesos que se han dado en situaciones similares a lo largo de la historia. Aquí se encuentran Slavoj Zizek, John Gray, Paul Preciado entre otros.
Usualmente no les va bien a los filósofos metidos a oráculo. Olvidan que la lechuza emprende el vuelo al anochecer. Su capacidad de anticipación es tan rara que se ha convertido en anécdota: el origen de la fortuna del avispado Tales de Mileto.
La otra –menos recurrida- es tomar como tendencia dominante el pasado inmediato a la crisis o al estado de excepción. El resultado será que la crisis supone una dificultad en el desarrollo de la tendencia, pero proseguirá una vez que pase, con alguna variación. Es usualmente la perspectiva de los historiadores, que observan las tendencias dominantes y las combinan con situaciones similares en la historia. Los historiadores son los menos proclives a entusiasmarse con los cambios. Es básicamente la perspectiva de Yuval Noah Harari.
Si se las mira bien, estas tendencias reproducen la distinción que Umberto Eco hiciera en su análisis sobre el surgimiento de una nueva cultura popular: apocalípticos e integrados. Los apocalípticos decretan la abolición radical del antiguo orden. Los integrados en cambio afirman que el nuevo orden se sumará como todos los anteriores a los sucesivos cambios que afectan a la cultura. O como dice Boris Groys: no hay nada que sea radical y absolutamente nuevo. Simplemente estaba en un archivo que habíamos olvidado.
La pregunta que cabe hacerse es si efectivamente podemos anticipar lo que nos espera. ¿Se derrumba la globalización y reemerge victorioso el Estado, o la respuesta a la crisis se encuentra en una globalización más pronunciada? ¿Quedan disminuidas las libertades y garantías individuales, se inicia una nuevo predominio de lo comunitario o avanzamos hacia un individualismo feroz e hiperdefensivo, determinado por el aislamiento? ¿Cuál será la potencia mundial emergente después de la pandemia: China o los EEUU? Hay tendencias para todos los gustos, que componen universos futuros diametralmente opuestos.
Tal amplitud de vaticinios obligan a ser cautos. Pero esa cautela no está determinada solamente por tan disímiles composiciones, sino también por el destino que han tenido las predicciones en contextos parecidos de crisis. Para esto voy a apelar a mi formación de base, que es la Historia.
En 1918 el mundo en general -los Gobiernos y los intelectuales en particular- parecía estar de acuerdo en que el conflicto armado que acababa de finalizar era “la guerra que acabaría con todas las guerras”. Muchos creyeron que la Gran Guerra sería la última de la Humanidad. Los gobiernos se pusieron manos a la obra para construir un nuevo orden mundial libre de luchas armadas entre pueblos. “¡Guerra a la guerra!” proclamaban los intelectuales franceses y alemanes. Ya sabemos lo que sucedió: la supuesta paz apenas duró veinte años. La guerra de 1939 fue mucho más brutal y destructiva. Años después Ernst Nolte explicó que aquellos entusiastas de la paz ignoraban que estaban en medio de la tregua de un mismo conflicto.
En 1945 el mundo en general –los Gobiernos y los intelectuales en particular- estaba escaldado de las esperanzas de paz perpetua. Se preparaba para un choque entre los EEUU y la URSS: la Tercera Guerra Mundial. En un país de Sudamérica su presidente recién electo, militar de profesión, diseñaba una política económica fundada en ese diagnóstico compartido por todos. Finalmente la guerra nunca estalló, al menos tal como se esperaba. La ambiciosa política económica de Perón duró apenas un par de años, pero la economía argentina terminó de adquirir las particularidades que la condenan hasta hoy.
Hace unos días circula en las redes un video que muestra a un par astrólogas haciendo predicciones inusitadamente optimistas para el 2020. Las prospectivas de los intelectuales son apenas un poco más creíbles. El ejercicio de proyección es del todo comprensible, porque es profundamente humano y brota de una necesidad imperiosa. Pero si los análisis se centraran en aspectos concretos, en tendencias emergentes específicas, quizá podrían contribuir de una forma más eficaz a la comprensión del mundo que nos espera y a la consiguiente toma de decisiones personales y colectivas.

