Esta cuarentena nos ha traído una nueva subespecie urbana. Se trata de los vecinos chivatos.
Los vecinos chivatos viven el confinamiento bajo el yugo de fuerzas centrífugas. Por leyes de la física, no pueden detenerse en el “qué estoy haciendo yo con mi vida” o en el socorrido “quién soy” frente al espejo, sino que viven instalados en el “qué está haciendo aquel en la calle si no tiene perro y ya han ido a hacer la compra esta mañana”.
Como si tuvieran a mano unos despachos de vital importancia para el devenir de la guerra, cumplen con escrúpulo la misión para la que han sido creados: la sanción pública con miradas de soslayo y recriminaciones oscuras cuando se supone que ya no los oyes.
A los vecinos chivatos les chifla su rol en esta época de sospechas.
Se apostan en las terrazas y ventanucos de la cocina y desde ahí, como un francotirador experimentado, esperan mimetizados entre la colada y los cachivaches algún fenómeno paranormal como que se mueva una persiana en la casa de la playa de unos madrileños.
Si esto ocurre, no preparan el aceite hirviendo, pero sí afinan su caja torácica para lanzar un contundente hashtag: “¡Quédate en casa!”.
Estos vecinos chivatos, cuando ven el movimiento de la televisión por el patio de la urbanización, bajan de inmediato para hacerse los encontradizos. Ahí, en esos 10 segundos de total, hacen una síntesis de la miseria humana y dan todos los detalles que pueden sobre los infractores.
El vecino chivato no puede sentirse mal por ser un entrometido. El vecino chivato no puede estar en la realidad de otra manera que no sea la de sancionador.
Y todo este compendio de virtudes tiene su correspondiente impacto en los que son objetos de las chivatadas. El “infractor”, cuanto más alto son los edificios que le cercan, con más psicosis vive su cotidianidad. Se plantea si estará tirando la basura correctamente, si podrá ir a por tabaco sin sentirse punto de mira, si podrá detenerse un segundo porque ha visto cómo la luz del atardecer se filtra entre lo tupido de los eucaliptos y encinas.
En definitiva, los vecinos chivatos son la máquina del tiempo que nos hace retroceder de 2020 a 1984.
Estemos alerta.

