Si usted no es uno de los cinco millones de personas que estuvieron el 18 de octubre en el bar “Tío Cuco” en el barrio de Canyelles, Barcelona, este artículo le interesará.
El pasado domingo por la noche tuvo lugar en La Sexta, en el programa “Salvados”, el visionado del encuentro entre la tercera y cuarta fuerza política, en lo que a intención de voto se refiere, de nuestro país.
Con la banda sonora de la genial Whiplash, el programa comienza con un zoom out desde la carretera hasta Albert Rivera, algo impaciente en el interior del coche. Un par de planos más tarde, recoge a Pablo Iglesias. Y como dos viejos amigos del instituto a los que no les va mal de todo, empiezan a charlar de esto y de aquello, de lo agotado que está el de la “coleta morada” (no es la primera vez que se lo escuchamos decir) y de lo extrañada que se queda la pequeña Daniela cuando a su padre le paran en cada esquina para el dichoso selfie.
Tras haberse acariciado las ánimas, se encuentran con Jordi Évole. Y los tres van enfilando la calle hasta llegar al bar de Cecilia, el “Tío Cuco”, que con el curte y valor que da una barra dice que “esperaba esto desde hace mucho tiempo”.
Piden un par de cafés con leche, presumiblemente cortesía de Atresmedia, y a discutir.
La discusión, con todo lo sano de esta palabra, es un reflejo onírico de lo que cualquier tipo serio del 15M pudo proyectar hace cuatro años en Sol.
Una educación notable, argumentaciones que ponían en el centro al ciudadano en contraste con el programa de cada uno y más de diez interacciones que en algún momento tuvieron un “estoy de acuerdo”.
La cuestión es que hay una nueva política, al menos en cuánto a las formas se refiere. Hemos pasado de los chirridos, achaques y gestos viperinos, véase el debate Rubalcaba – Rajoy de hace cuatro años en RTVE, al “Tío Cuco”. Y esto da mucho gustirrinín al votante de mando de televisor, radio dura en coche y #Elecciones20D #FueraCorruptos #Averquienmebailamejorelagua.
Pudimos ver sobre la mesa como la moderación, de lengua para fuera, de Pablo Iglesias alcanzó ayer por la noche su cota más alta. Poco hubo de aquel ceño fruncido tan característico cuando le lanzaban a Marhuenda y sus sabuesos hace año y medio.
Este proceso , intuido desde la salida del foco mediático de Juan Carlos Monedero, el asentamiento de Errejón en la cúpula del partido y los últimos resultados electorales de las franquicias en Madrid, A Coruña, Valencia, Andalucía y Cataluña, le han llevado de su comunismo consumado, pulido en las aulas de la siempre exótica Somosaguas, a declararse abiertamente “de centro”, como pudimos escuchar hace un mes con Herrera en COPE.
Ayer, pausa y “talante”; resucitando el espíritu caliente que todavía queda entre las sábanas de la alcoba perdida y que tanto Podemos como PSOE buscan con ahínco reconquistar.
Albert Rivera, por otro lado, en la nube de las cabeceras por la constancia de sus zarpazos de derechas a izquierdas, fue algo más impetuoso, algo más grosero, si vale la expresión, en algunas ocasiones.
Interrumpía a moderador e Iglesias con el aplomo que le han conferido las dos últimas medallas, municipales y autonómicas y Cataluña. Con cada contrargumento que elaboraba y Pablo Iglesias asentía con tibieza o negaba con ricura, iba imaginando, a modo de salvapantallas, como iban cayendo papeletas azules, moradas y rojas al cesto naranja.
En cualquier caso, en una jornada de muchas conclusiones, una de ellas es la de la esperanza moderada. Al más puro estilo de Camus en “La Peste”, los que degustamos la historia y que por profesión tenemos el deber de analizar lo que acontece, vemos que entre estos dos nuevos rostros existen más puntos en común y más cosas dignas de admiración que de repudio.
Hecho difícilmente eludible a PP y PSOE, cuyos gabinetes impiden tener altavoces verdaderamente válidos para su propia defensa en terreno neutro, como es el caso de “Tío Cuco”. Las dos sillas vacías frente a Évole están ahí para demostrarlo. (¿Estás en el extranjero y quieres reproducir este vídeo. Pincha aquí).
Ha habido un cambio en el panorama político actual. Y en las mastodónticas formas del bipartidismo aprecio ruido en portadas y pabellones llenos pero nada de café con leche y camisa arremangada. Aunque el siempre desafinado CIS todavía no haya contemplado esta variable, permítanme el atrevimiento a la hora de decir que las posibilidades de que un chico de entre 18 años y 22 años se sienta inclinado a votar a PP y PSOE se me antojan algo más que remotas.
Ni las cañas de Rajoy, ni la escalada de Sánchez con el rubio loco de Fresno de la Vega. Ni los bailes de Iceta o Soraya.
Si, vale. Mola. Es divertido. ¡Fíjate, son personas y se lo pasan bien como nosotros!… Pero… Lo siento, no me convences y mi voto no es para ti.
En el aporreamiento a la Lira de la baza económica, va a ser inevitable que tanto Génova como Ferraz acaben colando más de lo que ellos jamás se habían pensado a los “novatos que no se definen” y los “extremistas, amigos de Maduro”.
La salud democrática de un país débil en esta materia por falta de hábito no pasa por la suscripción ideológica sine qua non al blanco y al negro que dejaron las cartillas de racionamiento sino a la profundidad de grises que pueden aportar quiénes de verdad creen que, sin apellido y con trabajo y esfuerzo, pueden desarrollar una propuesta de gobierno razonable para una mayoría aséptica de posicionamientos clásicos.
“La aventura puede ser loca, pero el aventurero debe estar cuerdo” decía el bueno de Chesterton. Y en esta España, sopa indefinida de rarezas, de finales del 2015, Pablo Iglesias y Albert Rivera parecen estar bastante bien de la cabeza.