Escribo estas líneas un domingo por la noche, mientras en varias cadenas de televisión nacional dedican la mayor parte de su programación a la cobertura del #9N y al seguimiento de los resultados, que aún tardarán un buen rato en hacerse públicos. ¡Qué decir de las redes sociales!
Lo cierto es que los adornos y la retórica impuesta por la organización del evento han conseguido engañar al más listo y apartar la vista del hecho de que lo que hoy se ha celebrado ha sido una encuesta “fashion”.
Una recogida de firmas o unas llamadas a 1.500 números de las páginas amarillas tienen, de hecho, el mismo valor democrático que todo el tinglado despegado hoy por los nacionalistas en mi tierra.
Es cierto que no tiene tanto glamour firmar una lista de adhesión como introducir la misma opinión en una urna. Como compensación, el disfraz de la democracia le añade un poco de morbo y otro poco de épica al asunto
En cualquier caso, pese a quien pese, las cosas son las que son y esta no es más que una encuesta mal hecha, una sin selección de nuestra ni valor estadístico y sin un resultado claro -sea cual sea- porque tampoco las preguntas lo son.
Tampoco se sabe cuántos eran los “llamados” a participar, porque nadie tiene ni idea del número exacto de personas extranjeras mayores de 16 y con más de tres años de residencia en España. Para colmo, al no ser un referendum oficial tampoco se puede contrastar el resultado con los datos del censo electoral.
Vamos, lo que viene a ser el rigor y honradez moral e intelectual a la que nos tienen acostumbrados en Cataluña, eso sí, con una buena dosis de “sentiment”.