Volviendo a escuchar la entrevista de Carlos Alsina al presidente Joaquim Torra, me acordé de ‘El desacuerdo’, el libro sobre filosofía política de Jacques Rancière (traducción de La mésentente de Horacio Pons, en la editorial argentina Nueva Visión). El filósofo francés define el desacuerdo no como el conflicto entre una parte que dice “blanco” y otra que dice “negro”, sino entre dos partes que dicen “blanco”, pero que no comparten el mismo concepto de blancura. De ello se infiere que las dos partes entienden cosas diferentes utilizando las mismas palabras y que, sin embargo, en todo desacuerdo hay un acuerdo. En este caso, las dos partes concuerdan en que la blancura existe. Los interlocutores entienden y, al mismo tiempo, no entienden lo que dice el otro.
Dentro de estos parámetros, podríamos considerar que cuando Torra afirma, ante el estupor de Alsina, que la democracia está por encima de cualquier ley, se está produciendo un desacuerdo, pues los dos interlocutores aparentemente entienden algo diferente cuando hablan de democracia y leyes. Para Alsina, induzco, la ley es una condición sine qua non de la democracia; para Torra, en cambio, ley y democracia son disociables. Aunque los dos dicen “blanco”, cabe plantearse si sus concepciones de blancura están tan alejadas que, para cada uno, respectivamente, cuando uno dice blanco, el otro considera que no está hablando, ni remotamente, de la cualidad de la blancura, sino más bien de la cualidad de la negrura. ¿Es esto un desacuerdo u otra cosa?


Los dos interlocutores aparentemente entienden algo diferente cuando hablan de democracia y leyes.
El mismo Rancière parece tener en cuenta este tipo de situaciones, pues aclara que el desacuerdo no proviene ni del desconocimiento (“por el efecto de una simple ignorancia, de un disimulo concertado o de una ilusión constitutiva”), ni fruto de la imprecisión de las palabras. “Una antigua cordura”, advierte Rancière, reclama que toda palabra en la esté en juego “lo verdadero, el bien y lo justo” esté bien delimitada de las demás.
Si arguyéramos, como hipótesis, que lo que está sucediendo en este diálogo de besugos es una combinación de desconocimiento e imprecisión de una palabra tan determinante como democracia, ¿podríamos considerar que Alsina y Torra no están, simplemente, en desacuerdo, sino utilizando dos lenguajes diferentes? De ser así, ello explicaría que: 1. A pesar de que los que hablan el lenguaje-Alsina aplaudieron vehementemente la entrevista, que supuestamente desvelaba las incoherencias del president, no produjo, sin embargo, ninguna mella argumentativa en aquellos que hablan el lenguaje-Torra. De hecho, posiblemente estos lo interpretarían de manera opuesta, como una reafirmación de los buenos argumentos del independentismo. 2. Cuando un hablante del lenguaje-Alsina intenta hablar el lenguaje-Torra (véase Inés Arrimadas en Waterloo), el ridículo es frecuentemente mayúsculo. Curiosamente, en esta consideración parecen coincidir los dos tipos de hablantes. Dejo para otro momento la posibilidad o no de que un torraniano pueda o intente hablar alsiniano.


En esta incompatibilidad de lenguajes, ha de entenderse, a mi juicio, el surgimiento del movimiento tabarnés en las entrañas de Cataluña. Albert Boadella, como ya hizo con ‘La torna‘ y ‘Ubú president‘, vuelve a escribir, con la creación de esta comunidad imaginada, una línea más en su currículo satírico contra el fanatismo y los abusos del poder.
La propuesta de Tabarnia es, aparentemente, muy simple, tan simple que un torraniano, que afirma que la democracia va antes que la ley, la entiende sin necesidad de traducción simultánea. Si España es susceptible de ser fragmentada, ¿por qué no Cataluña? Los tabarneses hacen gala de todo aquello que, desde el lenguaje alsiniano, más preocupado por leyes que por sentimientos colectivos, no se puede rebatir. El proceso constitutivo de esta nueva región, que reclama para sí el derecho a decidir, ya se ha consolidado en el imaginario colectivo de simpatizantes y detractores. Frente aquellos que quieren crear extranjeros en su propio país, en Tabarnia, como afirmó el molt honorable Boadella en una de sus declaraciones institucionales, cabe todo el mundo: “Ya nos apretaremos un poco, si hace falta”. Poco más les queda por hacer, a faltar de demostrar, mediante historiadores patriotas, que tabarneses eran ya San Pablo y Wilfredo el Velloso.
La propuesta de Tabarnia es tan simple que un torraniano, que afirma que la democracia va antes que la ley, la entiende sin necesidad de traducción simultánea.
Por supuesto, habrá quien diga que todo esto no es más que una broma y que Tabarnia no tiene mayor recorrido. Desconozco cuál será la deriva del movimiento tabarnés, pero los torranianos harían bien en tomarse muy en serio esta broma, porque, como diría Julio Camba, con quince años y un millón de pesetas se puede hacer una nación en Getafe. Tabarnia se constituye como la región fronteriza del humor en la que, precisamente porque hacer bromas es algo muy serio, lo más serio que se puede hacer con el procés es tomárselo a broma.
No pretendo pasar a la historia como el primer gramático del tabarnés. Definir el humor, escribió Enrique Jardiel Poncela, es como pretender clavar una mariposa por el ala, utilizando de aguijón un poste del telégrafo. Siguiendo este consejo tan sensato, éste que escribe se despide celebrando que aún queden bufones que nos hagan reír y pensar, sobre todo pensar: ¡Visca Tabàrnia!

