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El traje invisible del emperador Mas

En Cataluña/España por

Había una vez un emperador muy presumido, presumidísimo, a quien el sastre real había confeccionado un “flamante” traje transparente con el que admirar al mundo. Sus más allegados, por miedo a sufrir la ira del monarca, desistieron de intentar disuadirle de la idea de pasearse en público ataviado de tal guisa… El resto de la historia la conocen perfectamente o pueden imaginársela.

Precisamente este jueves, la dirección editorial de ‘El País’ calificaba como un “pésimo final” la decisión de la Fiscalía de querellarse contra el presidente de la Generalitat de Catalunya, Artur Mas, por indicios de delito durante la preparación, celebración y financiación de la consulta ciudadana que –recordamos– había sido prohibida por el Tribunal Constitucional (TC).

Para este periódico, la decisión, impulsada por Torres-Dulce, supone una victoria política del ala nacionalista, al estrechar “aún más” el callejón sin salida que encauza el conflicto independentista en la región catalana.

“Llevar el choque al terreno jurídico no anula toda posibilidad de diálogo político, pero lo reduce al mínimo. Le viene bien a Artur Mas para presentarse como el perjudicado y construir la peana política sobre la que erigirse en campeón del soberanismo”, subrayan desde el periódico.

Ciertamente no seré yo quien cuestione el –con toda probabilidad certero– análisis editorial. Sin embargo, sí me veo en la obligación de recordar que el pulso nacionalista no se basa tanto en la posibilidad real de independencia desde cualquier perspectiva que se mire, sino en alimentar la imaginación política de una “tensión” que no debe ser provocada bajo riesgo de sufrir una rebelión.

Así, en esta historia, el presidente de la Generalitat representa casi todos los papeles de la fábula. Mas es el emperador, que pasea su imaginación lujuriosa por la escena política española, pero también el sastre, que se lucra con el miedo del resto de la corte política a despertar la furia del emperador catalán.

Suponiendo que aceptáramos como válidos –estadísticamente hablando– los resultados del 9N, cabría poner en duda la imagen vendida por el catalanismo radical de una mayoría furiosa y dispuesta a llegar a la rebelión.

Sin embargo, más allá de los futuribles y los hipotéticos, el verdadero riesgo de la gestión del conflicto que propone un ala de la política española (y ahora también ‘El País’) es el de someter el orden político y democrático al juego grotesco de la política catalana.

Si se criticó que el TC admitiera la suspensión cautelar de la consulta reclamada por el Gobierno de España, aludiendo que era un ataque contra la independencia del poder judicial y la separación de poderes; ¿por qué se critica ahora que la Fiscalía emprenda un proceso judicial cuando ha advertido “indicios de delito”?

¿No se podría alegar que en ambos casos se estaría sometiendo la actuación del poder judicial a la conveniencia política?

La verdadera separación de poderes, requisito imprescindible para que haya verdaderamente justicia en una sociedad, no se funda tanto en el bien “político” que sus pesquisas y resoluciones puedan generar para el país y para la vida política, sino en su virtud única de reconocer, encontrar y afirmar la verdad, con independencia de sus consecuencias.

Sobre la disyuntiva entre la aplicación de la “lógica” política (el ‘pragmatismo’, si se quiere) en los tribunales y la verdadera naturaleza del poder judicial, les recomiendo que vean el siguiente vídeo (de 50 segundos) de ‘Vencedores o vencidos, una película maravillosa que me recomendó una buena amiga y que disfruté el pasado fin de semana.

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