Hacia delante y hacia detrás. Se mire como se mire, la promesa de una Tierra Prometida al oeste del Mediterráneo tiene todos los rasgos de una epopeya de carácter mítico, de una lucha milenaria entre el bien y el mal, entre la opresión y la libertad de un pueblo que, una vez emancipado, tendrá “helado de postre todos los días”.


La naturaleza legendaria de la nación catalana ha aflorado en diversos momentos de la historia reciente y de modos distintos. Uno de los más sonados se presentó bajo la forma del racismo de Jordi Pujol (el padre del nacionalismo catalán moderno), cuando señalaba –por oposición al catalán– el carácter primitivo y salvaje del andaluz:
“El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico, es un hombre destruido, es generalmente un hombre poco hecho. Un hombre que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Si por fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, el andaluz destruiría Catalunya“. Jordi Pujol. ‘La inmigración, problema y esperanza de Cataluña’
Obviamente, la poca credibilidad y popularidad de un planteamiento basado en una supuesta superioridad nacional indemostrada fueron abandonados pronto por el nacionalismo catalán (cosa que no ha logrado superar el nacionalismo vasco), en favor de una victimización de la nación catalana heredada del Franquismo.
Ahora bien, siendo –como es– obvio que la represión de la cultura catalana murió con la dictadura, la cantinela nacionalista se ha visto obligada a bucear en busca de una relectura histórica capaz de rentabilizar la leyenda negra española y extender las garras del “imperialismo” en dirección al este.
Como es de esperar, en esa leyenda negra no intervienen las muchas familias catalanas que hicieron fortuna con el comercio de esclavos africanos en Cuba y Puerto Rico (tampoco aquellos otros que militaron en el Nuevo Mundo como representantes de la fe y la ley de la corona española).


Entre las víctimas colaterales de esta labor figuran también los héroes de Barcelona que en 1714 gastaron sus fuerzas en mantener el juramento al “legítimo” aspirante al trono español (y a quienes, por alguna razón, se rinde homenaje en la “Diada Nacional”) contra el asedio del pretendiente Borbón.
“Todos como verdaderos hijos de la Patria, amantes de la libertad, acudirán a los lugares señalados, a fin de derramar gloriosamente su sangre y su vida por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España“. Rafael Casanova, 11 de septiembre de 1714.
En lugar de eso, al más puro estilo de las célebres conspiraciones judeomasónicas a las que nos tenía tan acostumbrado el “caudillo” ferrolano, la tarea de liberación nacional sienta sus cimientos en la “depuración” de la historia, en clave de un plan secreto de los “castellanos” para someter a los “catalanes” y apropiarse de todo su esplendor.
No es de extrañar pues, que entre los rasgos de tan manido adversario –la “bestia negra” española— figuren también la corrupción política, el despilfarro, la gorronería y –en definitiva– la falta de seriedad que lastran a Cataluña en su periplo hacia el paraíso terrenal. ¡Gracias a Dios que los catalanes no tenemos nada de eso!
¿Nacionalismo de izquierdas?
Ahora bien, la casa que se levanta sobre los cimientos de la nueva historia catalana es, según la dialéctica hegeliana, la de una misión histórica de liberación a cuya consecución está llamado todo hombre y mujer. De lo contrario, nada explicaría el curioso fenómeno del “nacionalismo de izquierdas” que nutre buena parte del movimiento independentista.
Ya daba razón de esta paradoja el académico de la RAE Antonio Muñoz Molina:
“Primero se hizo compatible ser de izquierdas y ser nacionalista. Después se hizo obligatorio. A continuación declararse no nacionalista era una prueba de que uno era de derechas. Y, en el gradual abaratamiento y envilecimiento de las palabras, bastó sugerir educadamente alguna objeción al nacionalismo, ya hegemónico, para que a uno lo llamaran facha o fascista“. Antonio Muñoz Molina, ‘Todo lo que era sólido‘
Y es que es precisamente la construcción del “destino mítico de la nación“, el único pilar capaz de sustentar un nacionalismo de izquierda.
Hay que recordar que, si hay algo que le gustaba más a Marx que la clase obrera, eso era la dialéctica de una historia llamada a florecer en la última síntesis de civilización, el esplendor máximo, que Hegel identificó erróneamente en Napoleón y Marx, en el proletariado (¡De cualquier nación, qué ordinariez!).
Es precisamente esta tensión hacia un destino histórico, matemáticamente derivado de una relectura de la historia a medida, la que permite que la izquierda abandone toda pretensión de solidaridad e igualdad universal para culpar a los “putos castellanos” que lastran la culminación de la epopeya catalana.
No, no es egoísmo; no, no es falta de lealtad; no, no es mentira: es que hay una misión histórica que cumplir. Una vez diseñados los “precedentes”, la independencia se convierte en la primera urgencia de la “justicia social” para los catalanes.
¿Y cuál es esa imagen gloriosa que, conforme se acerca el 27-S, se va volviendo cada vez más nítida? La de una república social en la que no serán necesarios más recortes (pues no habrá que pagarle los chipirones a los andaluces) y la fraternidad que no fue posible entre españoles sí lo será entre barceloneses, ilerdenses, tarraconenses, gerundenses y, si me apuras, incluso araneses.
Todo ello, bajo la promesa del proyecto de una República Catalana que, a excepción de CDC, viene definida por sus impulsores bajo los rasgos de un Estado de carácter anticapitalista. No deja de llamar la atención el hecho de que se pretenda impulsar un Estado de estas características en una región en la que las pasadas elecciones autonómicas (2012) los partidos de derecha y centro-derecha (CiU, PP y C’s) obtuvieron, al menos, el 51,25 de los votos y los partidos de centro izquierda (PSOE y UPyD) el 14,8%. El resto (33,9%) corresponde a partidos de izquierda y extrema izquierda (ERC, ICV, CUP, etc.), de los cuales alguno no es manifiestamente independentista.
No sé a ustedes pero a mí, el proyecto de una República Catalana en la que no se repetirán los “errores” del “social-liberalismo” (o como se quiera definir) que impera como corriente dominante en España, me parece poco compatible con el de un nuevo Estado democrático mayoritariamente de derechas.
Luego ya están las cuestiones sobre la pretendida “legitimidad democrática” de un supuesto “derecho a decidir” mediante un referéndum regional, o las condiciones que harían justo que una nación cultural plenamente integrada se convirtiera en un Estado-nación independiente por un precepto legal creado ‘ad-hoc’… pero eso es otra historia, y ya la hemos contado.