Hay que reconocer que ERC estuvo elegante al echarse a un lado para permitir que el Berlusconi catalán (el último cadáver de moda en Europa) liderase un proyecto que creía más importante que sus propias aspiraciones de Gobierno o el afán de protagonizar la “historia”. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que la oposición de CiU (hoy quebrada) a presentar listas separadas con un mismo programa para el 27 se debía en buena parte a la estrategia de enmascarar el desplome de Mas bajo la pujanza de la izquierda encabezada por Junqueras.
Si bien la debacle electoral de la derecha catalanista era más que previsible, ERC le concedió al “molt honorable” el beneficio de la duda para no lastrar el “proces” con el juego de las sillas propio del politiqueo más tradicional.
De este modo, CDC (ya separada de Unió) se evitó el mal trago de tener que reconocer que buena parte de los 62 escaños de JxSí pertenecen realmente a ERC, tal como se comprobó en las pasadas elecciones generales del 20D, a las que concurrieron en listas separadas.
Sin embargo, más allá del cálculo político, la lista conjunta de Junts Pel Sí tenía la ventaja de ofrecer una promesa: la de un nuevo Estado de carácter neutro, ante el cual ninguna adscripción ideológica habría de temer nada. Frente a las voces de alerta que auguraban una república de corte socialista radical de la mano de ERC (con apoyo de la CUP y de asociaciones civiles como Procés Constituent), el “logro” de una lista conjunta pretendía escenificar la cesión de los intereses de las dos fuerzas mayoritarias en la región en aras de los intereses de la nueva “nación”.
Ahora bien, el hecho de que la lista única no permitiera discriminar entre votantes de izquierdas y votantes de derechas no quita en nada que quienes apoyaron la candidatura lo hicieran (además de por su convicción independentista) por adscripción a uno de los partidos que la conformaban.
Es más que razonable imaginar que quien, a estas alturas de la película, sigue votando por CDC, lo hace sin duda por cuestiones ideológicas. Y cuesta suponer que estén dispuestos a obtener la independencia “a cualquier precio”, a separarse de España pese a que ello suponga convertirse en una república socialista (con todo lo que ello implica). Quienes abogan por la independencia y dan menos importancia a la política económica y social de los partidos, sin duda son ya votantes de ERC, como permite intuir el “sorpaso” que refleja el 20D.


Dicho todo esto, el postergado rechazo de la CUP a apoyar o facilitar la investidura de Artur Mas, anunciado este domingo, y la posterior oferta de los líderes del partido anticapitalista a apoyar a un candidato de izquierdas no hace más que poner en evidencia que el procés era una utopía.
Las opciones que quedan a quienes quieran proseguir con la “desconexión” a toda costa, en lugar de enfrentarse a unos nuevos comicios, pasan ahora por romper la promesa de un nuevo Estado “neutro”, dejar a Mas en la estacada y proponer en menos de 24 horas a un “president” de izquierdas.
No hay que olvidar, sin embargo, que Junts Pel Sí no existe. No hay una disciplina de voto que esgrimir y está por demostrar que CDC esté por la labor de lanzarse a emprender un nuevo Estado de la mano de quienes sueñan con destruir todo lo que la derecha representa (sea esto lo que sea).