¿A qué viene tanto jaleo? ¿Qué pretenden? ¿Por qué nos torturan así? Confieso que cada vez estoy más confundido ante el cisco que se ha montado en torno a la independencia de Cataluña en cuestión de cuatro años.
He encontrado las justificaciones más absurdas y las acusaciones más feas (y no por ello más ciertas) entre quienes son partidarios de mantener unido lo que siempre ha estado unido y quienes han emprendido una carrera furiosa y cada vez más desbocada hacia una ruptura y un nuevo inicio.
He visto “listas de agravios” que pretenden hacer creer que ha existido desde siempre una estrategia unitaria de “los españoles” para someter a “los catalanes”, he sido testigo de una escandalosa “reforma” de la historia al más puro estilo orwelliano (un ridículo espantoso, por otra parte) con la misma pretensión, pero lo único que consigo extraer de todo ello es que la independencia viene ser, a juicio de estos iluminados, una suerte de “venganza” contra una conspiración imaginaria de España contra Cataluña.
Ahora bien, pese a que la intuición me dice que la parafernalia organizada por el régimen no puede haber calado en el más de un 40% de la sociedad que apoyaría la independencia, no he encontrado, ni he escuchado a nadie mencionar por ahora, a qué problema real corresponde en calidad de solución “independencia”.
No consigo explicarme (ni que lo hagan otros) qué voy a sacar yo, en calidad de ciudadano sancugantense (provincia de Barcelona) de que me arranquen del tiesto en el que mi tradición ha perdurado durante siglos para darme un tiesto nuevo.
Hasta donde puedo entender, en el hipotético caso de que se produzca la ruptura: mi voto no contará más en una Cataluña independiente, nada indica que tendré más derechos o libertades que los que tengo actualmente, ni mis representantes políticos me escucharán con más atención de lo que (no) lo hacen ahora. De hecho, nos llevaremos con nosotros la corrupción tal como la tenemos antes de separarnos. Ni siquiera tengo entendido que vaya a pagar menos impuestos por tener una Agencia Tributaria Catalana y está claro que no voy a tener mejores oportunidades de empleo.
Además, mi lengua materna (la que se ha hablado en Cataluña desde hace siglos igual o más que el catalán) ya no me servirá para trabajar, para estudiar, para ir al cine o para realizar gestiones en mi ayuntamiento, y, si me niego a asumir como propia la nacionalidad catalana en favor de la que siempre ha sido la mía, viviré en calidad de ciudadano extranjero en mi tierra.
¿Acaso soy menos catalán por hablar castellano? ¿Acaso soy menos español por hablar catalán?
Obviamente, hay que contar también con los problemas de convivencia que se derivarían de una hipotética independencia apoyada solo por la mitad de la población (de hecho, un 44%) y de la tensión que, sin duda, se derivaría de declarar la independencia en un territorio que ni siquiera tiene claro qué modelo de Estado quiere.
Si a ello le sumamos la salida de la UE y del espacio Schengen (hasta que podamos volver a entrar, si cumplimos las condiciones y no nos vetan España u otros países que sufren movimientos separatistas) y la obligación de mantener el compromiso de pagar la deuda pública que nos corresponda desde una economía marginada…
Confieso que no entiendo de qué va todo esto realmente.