Todos estaremos de acuerdo en que lo que ha ocurrido en Cataluña durante la jornada de ayer y lo que cabe esperar en los próximos días es, desde cualquier punto de vista, descorazonador. Por los heridos y por los atropellos a la democracia. Urnas tiradas por el suelo, votos arrojados como si fueran colillas, activismo político con niños en los colegios, policía viéndose forzada al uso de la fuerza y aplicándola con una contundencia sobrecogedora…
Urnas en la calle. Vota quién pasa por la calle y sin control de censo
#10ct pic.twitter.com/ATURrA3tYR
— aurora boreal ي ن (@aurorab933) 1 de octubre de 2017
Parece más necesario que nunca, que de igual manera que la clase política tiene la obligación moral de promover un diálogo escenificado y con los puntos a tratar extraordinariamente claros entre las partes de una misma nación, los ciudadanos deben asumir la corresponsabilidad de construir un nuevo marco de convivencia cuando las relaciones están dañadas.
Ese nuevo “marco”, si quiere tener el apelativo de democrático, debe contemplar cualquier acción que esté amparada por la ley, siendo éste el ámbito de validez para trazar nuevas rutas, sin la necesidad de tomar como referencia la malpapeada “tercera vía”. Este nuevo marco de encuentro y legalidad debe poder recoger, como se ha ido haciendo hasta ahora, el malestar social y las discrepancias sobre estas o aquellas decisiones de forma que su cauce de expresión sea siempre de carácter pacífico.
No cabe duda que la situación actual deber significar la aparición de nuevos interlocutores en el gobierno central a medio plazo y en la comunidad autónoma de forma inmediata. Rajoy ha podido quedar en entredicho político por haber llevado hasta este punto la tensión social. Pero tiene una escapatoria legítima. “Me remito a cumplir la ley”. Puigdemont, Junqueras, Forcadell, Turull, el resto del gobierno de la Generalidad, junto al conjunto de la sociedad catalana que apoya su deriva, están absolutamente deslegitimados pues sus acciones han ido, exclusivamente, a perpetrar un golpe secesionista que ha terminado con un ejercicio de histeria colectiva que ha terminado, como era esperable, en la aparición de la sangre. Siempre brillante, siempre provocadora. Tan innecesaria como la manipulación que se establece para su magnificación y poner a arrancar la máquina de mártires por causas políticas.
René Girard hablaba de los ciclos de violencia mimética. López Quintás de los procesos de manipulación antes el vertiginoso caudal de las circunstancias con las que pretendemos justificar nuestros hechos. La actualidad se ha ido sucediendo de tal manera que, nuevamente y de forma desafortunada, los ensayos políticos, filosóficos y sociológicos suelen hacer de profetas negros al vaticinar, hace treinta años, las piedras de hoy.
Para poder entrar en esa senda del encuentro y del diálogo verdaderamente fructífero, es necesario saber entender e interpretar lo que ha ido aconteciendo en Cataluña y en España durante los últimos cuarenta años. Y este repaso no solo debe ser una mera recogida de muestras históricas y políticas, de aciertos y desaciertos en todo lo concerniente a las competencias en materia territorial, educativa, económica y social; como hemos ido viendo de forma paulatina durante los últimos años en forma de libretos pseudoperiodísticos.
Hay que hacer una reflexión desde el plano de las ideas, conceptos y estructuras mentales que se han desarrollado hasta el 1 de Octubre.
Y esta responsabilidad toca, si cabe aún más, a los periodistas y el periodismo. No debemos remitirnos exclusivamente a informar y opinar con rigor, con actitud pedagógica con la ciudadanía y de servicio permanente a la verdad, que tendría que ser una inclinación natural de quien se dedica a esto. Frente al ruido y rumorología, nuestra labor es la formación y el actuar ético. Corresponde al que opina saber utilizar categorías que se salgan de la composición de lo que es un hecho noticiable en la era del “Little rocket man”, del twitteo compulsivo sin filtro consciente. Es reprochable y deleznable el reduccionismo en la labor de cobertura e información que han hecho medios como la CNN o el New York Times. Por no hablar de vociferadores de credibilidad dudosa como el señor Assange, banderizo de corbata y laca de todas las causas que supongan vulnerar la seguridad, los derechos más fundamentales y el marco de convivencia.
Desde Democresía podemos comprometernos con tratar de trabajar mejor nuestros temas para que sigan cumpliendo la doble función que le corresponde a esta revista-blog colaborativo: opinar con rigor y entretener sin tener que caer en simplificaciones peligrosas y juegos de dobles raseros, más propios de aquellos que llevan junto a su cabecera las siglas de un aparato mediático-político.
Democresía no puede hacer manifiestos. No puede dar una valoración unilateral sobre lo que opina a propósito de un tema concreto como es, por poner un ejemplo acorde, la cuestión catalana. Son sus autores y sus colaboradores los que, desde su perspectiva personal y su bagaje profesional se posicionan en los temas que comprometen la actualidad, la cultura y el pensamiento.
Es de cada uno de ellos el mérito de que este espacio de encuentro digital esté, especialmente hoy, cumpliendo su vocación: entrar cada día con más asiduidad en contacto con un público que busca una nueva perspectiva de enfrentar la realidad; que ve en el encuentro, el diálogo y también la crítica constructiva e inclusiva -que no deja a nadie en la cuneta del trincherismo ideológico o del periodismo de partido- una oportunidad de bien mayor, una aproximación a una verdad que plenifica y nos permite contribuir a la mejora de nuestra comunidad.
Cataluña, tenedlo por sentado, no recibirá un tratamiento menor y supondrá, para todos los que formamos parte de este proyecto, un aliciente para escribir con más acierto sobre las cuestiones que nos atañen a todos y siempre desde la firme intención de servicio a la verdad.