Dijo un viejo compañero de facultad que de la España oficial, de sus instituciones y partidos, no queda más que”el inmenso esqueleto de un organismo evaporado, desvanecido, que queda en pie por el equilibrio material de su mole, como dicen que después de muertos continúan en pie los elefantes“.
Ese viejo compañero, feroz crítico del bipartidismo, decía estas y otras palabras de los herederos de quienes trajeron la monarquía y la democracia (una democracia débil, pero democracia a su modo) a España, en la Restauración Española de 1875.
Ciento un años después de que Ortega y Gasset pronunciara su discurso ‘Vieja y Nueva Política’ nos enfrentamos en 2015 a unos comicios que vienen marcados por el mismo espíritu de entonces: los odres caducos contra los odres nuevos, en una pugna feroz por embriagarse con nuestros votos.
Pero ¿qué es lo que diferencia a unos de otros? ¿Dónde está la línea divisoria que separa a los nuevos de los viejos? ¿En qué consiste ese “estar muerto” de los segundos?
A priori se percibe un modo de hacer distinto: el plasma presidencial contra el trato constante con el público; el look de oficinista contra los pantalones ‘slim fit’ y la americana ‘sports wear’; la llamada a la responsabilidad contra la visión ilusionante.
Podría ocurrir, sin embargo, que la “nueva política” tenga de novedoso y de poderosamente atractivo lo mismo que en los años 30 tuvo el movimiento fascista: nuevas formas, nueva estética, nuevas caras y un discurso nuevo (no quiero hacer con ello una analogía entre las propuestas de los nuevos partidos con la ideología fascista).
El hecho de que Rivera ha puesto sobre la mesa (ahora y durante los últimos nueve años) más aplomo, iniciativa, creatividad y sentido común a la hora de abordar “el problema catalán” que los dirigentes del Estado es algo que está completamente fuera de duda. Ese mérito es justo reconocérselo.
Ahora bien, más allá de eso, no deja de ser alarmante que el joven candidato a la presidencia de España despache como asuntos de la “vieja política” buena parte de las cuestiones que han sido objeto de debate en España durante las últimas décadas: el modelo de educación, la violencia de género, la ley del aborto, la cooperación exterior, las relaciones Iglesia-Estado, la inmigración, el modelo socioeconómico, el apoyo a la cultura, la condena al terrorismo… Todas esas cosas por las que los ciudadanos hemos debatido, nos hemos movilizado y hemos votado durante décadas.
¿Que la LOMCE genera enfrentamiento? “Yo abogo por un pacto de Estado”, dice Rivera, pasando por alto que dicho pacto habrá de tener algún contenido. Y así con todo, salvando los obstáculos con la promesa del diálogo y del consenso, como si no tuviera nada que decir al respecto. “Pretenden separarnos por ideologías”, arengaba a los madrileños este domingo. Como si su partido fuera el único aséptico, como si solo él estuviera libre de “pecado”.
No puedo evitar sospechar que, bajo esa promesa de “modernizar” España y bajo la tez casi inmaculada del rostro aún imberbe (políticamente hablando), hay una clara intención de no jugar la partida con el resto de contrincantes. Junto con la píldora de la “regeneración” viene de regalo y a escondidas un modelo social y económico que quizá no sea el que elegirían la mayoría de los españoles, de no ser porque ya no tienen de quien fiarse más que del recién llegado.
Y, volviendo a la pregunta inicial (¿Qué diferencia a los nuevos de los viejos?)… Quizá en esto consiste la muerte de los viejos elefantes del PP y del PSOE: no tanto en que tengan o no un proyecto de país sino en que ya da igual, porque nadie se fía de ellos, como no se fiaban en tiempos de Ortega de los caciques del partido canovista y de la formación de Sagasta.
Habrá que tomar gato por liebre si se quiere reanimar a las instituciones españolas del coma en que las han hundido a base de mentiras y deslealtades.
¡Pero ojo! Podría ocurrir que los españoles seamos todavía vino viejo, y el odre nuevo —la política líquida de la que hablaba Herzog este sábado— termine por reventar.