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Aguachirle popular

En El astigmatismo de Chesterton/España por

El aguachirri o aguachirle es un coloquialismo muy propio de la temporada estival. Las malas terrazas, o sea, las que viven a base de braguetazos estacionales, suelen convivir con este calificativo despectivo año tras año. Los turistas regulares, confiando en el calado que durante todo el ejercicio ha tenido que causar el espíritu emprendedor anunciado a toda pastilla por televisión, ven desolados que otro verano más los hosteleros no han puesto ningún tipo de remedio a la mala calidad de sus productos.

–Esta horchata no sabe a nada. Es aguachirle.

–Esta limonada tiene regusto a metal.

Y mientras la caja registradora sigue sonando, las apetencias de la clase chancletera van adquiriendo un amargor, mucho más profundo y triste de lo que cabe imaginar, por no haberse podido permitir un destino mejor que el de Benidorm.

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En otro ejercicio de paralelismo exótico, podríamos decir que el verano saca a la superficie a una serie de políticos y periodistas de poca sustancia,  aguados en fatuidades, que lucen con orgullo un deje de cuñadismo un tanto tedioso.

Me vienen a la mente tres ejemplos subversivos de dichas profesiones.

En primer lugar, el embutido de fútbol y pastel rosa que Telecinco escenificó tras el Irán – España.

Sabemos que la cadena de las exuberancias y exabruptos gusta de cócteles imposibles, pero lo del pasado miércoles fue excesivo.

Ahora, la mundial, presentado por Joaquín Prat, fue un juego táctico injustificable. Empezando por la selección del público objetivo. ¿A quién esperaban contentar? ¿a los futboleros? ¿al público de Sálvame? ¿a los tronistas vestidos de corto? La intentona de rascar audiencia al Chiringuito fue demasiado grotesca y consta en las audiencias que el artefacto no funcionó ni funcionará.

En segundo lugar, los dos aventureros que entrevistaron recientemente a Bertín Osborne en Distrito TV.  Independientemente de lo que dijera o dejase de decir el cantante de boleros, el cual ya ha adquirido la categoría de marioneta tuitera, cabe reprobar las preguntas insidiosas de los dos personajes periodísticos que anuncian relojes de la policía.  La arrogancia en la mediocridad es una hipérbole que todavía se suele tolerar en el periodismo en España. No hablamos solamente del trato laxo y carente de valor con el que enfrentaron la cuestión de la migración o la exhumación de Franco, sino por el cacareo y la actitud acomodaticia con la que parecen indicar: “ha venido Osborne. Con esto nos vale”.

Y ya por último, la fatuidad mayor corresponde a Dolores Delgado y su “reforma mental” orwelliana. Parece que en España se ha instalado una clase de ministro de justicia que se empeña en ir poniéndole palos a la propia dinámica de la justicia. Es difícil de explicar fuera de nuestras fronteras, a cualquier ciudadano democrático, que en España la labor del ejecutivo consiste en interpretar, reinterpretar y e incluso condenar las acciones del poder judicial.

Parece que a la señora Delgado se le ha olvidado la dignidad del cargo que ocupa y la supuesta ejemplaridad que debería adquirir a la hora de posicionarse sobre la decisión de la Audiencia de Navarra respecto al caso de La Manada. O quizás no lo ha olvidado y lo ha tenido absolutamente presente lo cual nos tiene que poner en sobre aviso.

Sea como sea, este verano se las promete con aguachirle político. Los humildes de bolsillo, tendremos que hacernos a la idea de ir mezclando escraches con horchatas sin sabor.

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(@RicardoMJ) Periodista y escritor. Mal delantero centro. Padre, marido y persona que, en líneas generales, se siente amada. No es poco el percal. Cuando me pongo travieso, publico con seudónimo: Espinosa Martínez.

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