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La cámara dividida

En Elecciones 20D/España por

Los últimos meses y semanas han cobrado especial intriga a la luz de la proximidad de unas elecciones generales que se prevén como absolutamente novedosas –inéditas en nuestra democracia– por la irrupción de dos fuerzas políticas “vírgenes” en lo que a política nacional se refiere, capaces de disputar a los partidos tradicionales amplias cotas de poder en el Parlamento.

Que si el PP se mantiene a “dos segundos” de sus perseguidores a cinco vueltas del final, que si Podemos sube y baja a la vez la misma semana en distintas encuestas, que si Rivera se ve presidente, y Sánchez asegura a quien quiera escucharle que su nuevo programa electoral le va a hacer presidente “sin ningún género de duda”…  No hagamos mucho caso, es la dinámica de siempre.

Ahora, lo que sí es sorprendente es que entre los mensajes habituales (“romperemos el Concordato”, “aumentaremos las becas”, “blablabla”…) se han colado mensajes que prometen un punto y aparte en la deriva de nuestra democracia, una segunda Transición que limpie la porquería que a lo largo de los últimos años ha ido aflorando.

Qué duda cabe que el filón de Podemos y de Ciudadanos no es otro que el de generar “ilusión”. El propio Pablo Iglesias ha pasado en tan solo unos meses de abanderar el “tic tac” de tintes revanchistas –“el miedo cambia de bando”– a pretender ser el adalid de la centralidad y el paladín de una España mejor y más justa. Rivera, por su parte, reivindica para sí la “falta de mochilas” para llevar a cabo un “cambio sensato” de todo aquello que se ha mostrado corrupto o, cuanto menos, insuficiente en nuestra joven democracia.

En contrapartida, quienes aún persisten en votar al PP apelan a la “responsabilidad” para terminar con lo que se propusieron: dar un salto adelante en “competitividad” para sacar a España del agujero. El PSOE, por su parte, evita cualquier mención al zapaterismo y busca en el “federalismo” un lavado de cara para camuflarse entre los “emergentes”. No cabe duda, sin embargo, de que ni PSOE ni PP apelan al cambio y que su estrategia pasa más bien por tratar de acreditar su valía ante quienes les dan por amortizados.

Ahora bien, más allá de las promesas electorales y las buenas intenciones generalizadas (buenas intenciones que no son siempre buenas ideas), es necesario ir preparando los ánimos de los españoles para una verdad todavía no anunciada: no va a cambiar gran cosa en los próximos cuatro años.

Lo que auguran de forma segura las encuestas electorales es un equilibrio de fuerzas que provocará un inmovilismo esterilizador como no se ve desde hace tiempo en España. Por mucho que Rivera ganase las elecciones, pocas instituciones reformaría con un veintipico por ciento de los votos. Por mucho que Iglesias remontase en los estudios que le sitúan como cuarta fuera política, su capacidad para cambiar el statu quo continuará dependiendo de su capacidad para articular mayorías en la cámara nacional (lo que implica convencer a la “casta” en el Parlamento).

 

No habrá un cambio de la Constitución, no se derogará la LOMCE y difícilmente se llevarán a cabo algunas de las medidas estrella

 

La historia no siempre tiene los mismos tiempos que algunos quisieran y el “relevo” que aquellos quieren ver en la irrupción de algunos partidos en la política española deberá probarse en una legislatura que se prevé como un campo de batalla. No habrá un cambio de la Constitución, no se derogará la LOMCE y difícilmente se llevarán a cabo algunas de las medidas estrella con las que los candidatos a la Moncloa buscan convencernos. Como mucho, veremos acuerdos puntuales en cuestiones sobre las que no existe gran desacuerdo (con permiso de Podemos), como la seguridad frente al terrorismo o la defensa de la unidad de España.

En lugar de todo eso, cabe esperar que los próximos cuatro años sean una suerte de “prórroga” para el statu quo tejido por el PP durante los últimos cuatro años, en la que los nuevos partidos deberán continuar arando el terreno para ganarse el apoyo necesario y revalidar e incrementar su representación en unas nuevas elecciones generales. De lo contrario, es más que previsible que tanto Podemos como Ciudadanos terminen por diluirse en medio de la frustración de un electorado al que (quizá peligrosamente) se le ha prometido un nuevo país por Navidad.

 

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