La palabra posverdad no aparece en el diccionario de la Real Academia Española, aunque es uno de los términos que más presente ha estado en los medios de comunicación en los últimos tiempos. Dicen que este neologismo, la posverdad o mentira emotiva, describe la situación, al modelar la opinión pública, de que los hechos objetivos tienen menos influencia que la apelación a las emociones. Y también en que algo que aparenta ser verdad es más importante que la propia verdad.
Los puristas dicen sencillamente que es una mentira que queda políticamente más correcta si la designemos como posverdad. Una falsedad que se repite una y otra vez, aunque los medios de comunicación hayan encontrado que no es cierta. Ejemplos típicos fueron la duda sobre el lugar de nacimiento del expresidente Obama (si no hubiera nacido en los Estados Unidos no podría ser presidente) y la acusación de que practicaba la religión musulmana. O la información de que la candidata demócrata, Hillary Clinton, había vendido armas al autodenominado Estado Islámico. O la noticia de que el papa Francisco respaldaba a Trump.
Este nuevo fenómeno ha conseguido que una mentira repetida miles de veces se convierta, por el volumen de su presencia en los medios, en un hecho comprobado. La elección de Donal Trump como presidente de los Estados Unidos ha logrado que esta tendencia se haya convertido en tema de debate mundial.
Esta mentira convertida en verdad por su repetición plantea un grave problema para el ejercicio de la profesión periodística. La labor del periodista consiste en servir información veraz, hechos cuya veracidad ha sido comprobada precisamente por el periodista.
Todos están de acuerdo en que han sido y son las redes o plataformas sociales las responsables de la expansión de la posverdad, que, para más inri, hasta hace poco se defendían alegando que ellas no tenían ninguna responsabilidad en su difusión, porque su tarea no es controlar la verdad, sino simplemente distribuir comunicaciones y resaltar las que tienen más éxito, pero no ejercer la censura sobre ellas.
Las redes sociales son el vehículo por el que circulan, multiplicadas, miles de posverdades. Estas mentiras alteran la forma en que los ciudadanos perciben ciertos problemas y, en consecuencia, influyen en su decisión a la hora de votar o de elegir al líder que promete resolver esos problemas. De esta forma, pueden llegar a alterar el orden político de un país.
Sin embargo, el fenómeno ha alcanzado tal magnitud que alguna de las redes comienza a darse cuenta de su responsabilidad por el daño que produce la posverdad masiva.
Lo peor de todo es que a muchos ciudadanos no les importan, o eso parece, las consecuencias de la posverdad, porque han dejado de confiar en los medios tradicionales de comunicación, que aportan información y análisis. Muchos ciudadanos prefieren las redes sociales como fuentes de información porque parecen más accesibles y participativas. Dejan de lado a los medios que les proporcionan los datos, los análisis y las opiniones para comprender el mundo, y se inclinan por la alternativa que ofrecen las redes sociales, por noticias de las que no conocen el origen ni su autor ni su veracidad ni su intención.
En este sentido, el año 2016 ha sido el que ha visto como un candidato a presidente de los Estados Unidos ha ganado tras una campaña electoral marcada por afirmaciones falsas y teorías de conspiración, una campaña en la que las redes sociales han distribuido falsos contenidos, lanzados en muchas ocasiones por los asesores y seguidores de Trump, una campaña en que esas falsas informaciones tuvieron más eco que las noticias publicadas por los medios tradicionales.
El año 2016 ha visto en Estados Unidos como esa desinformación ha sido bien recibida por unos ciudadanos que creían que estaban mejor informados que nunca, porque al aceptar solo las noticias de las redes eran más libres que nunca al librarse de los intermediarios que eran los medios de comunicación tradicionales.
Frente a este fenómeno de la posverdad, los medios de comunicación insisten en que el único remedio es lo en el mundo anglosajón se denomina el fact-checking, es decir, la verificación sistemática de los datos y de los hechos, examinar con lupa las afirmaciones de determinados personajes públicos, comprobar las noticias que solo tienen su origen en Internet, examinar lo que los políticos dicen y lo que las redes sociales difunden, buscar el contraste en distintas fuentes, verificar los datos. En definitiva, hacer periodismo.