En la primera parte de esta reseña, quise ofrecer unas pinceladas del reporterismo tal como lo ejerce la periodista Cristina López Schlichting y cuyo valor cifraba en la posesión de un criterio elemental para enjuiciar las realidades sobre las que habla en los textos que recoge en el libro Yo viví en un harén.
La primera tiene que ver con lo indefinido de su estilo. Hay que decir a su favor que López Schlichting no se limita a cortar-y-pegar los reportajes originalmente publicados, sino que reescribe, corrige y ordena los textos para dar cierta unidad a los capítulos. Pero, en ese proceso, lo que se gana en relato personal se pierde en brillantez reportera. La misma autora aclara al principio que el libro es, sobre todo, una memoria de sus trabajos que quiere dejar a sus hijos para que éstos sepan a qué se dedicaba su madre en sus prolongadas ausencias. Pero el volumen ni acaba de ser un libro de memorias ni tampoco una recopilación estricta de reportajes, cuando pretende ser ambos.
Se echan de menos, en ese sentido, una mayor claridad sobre cuándo se publicaron los textos, qué partes son reelaboradas, si se trata de reportajes completos o una serie de ellos, cómo continuaron las historias, etc. Tampoco hubiera venido mal que, en las páginas centrales de fotos, se hubiera incluido alguna que reprodujera las páginas de periódico donde aparecieron los reportajes.
La segunda crítica tiene que ver con una confusión conceptual que seguramente tenga que ver más con los lugares comunes de las escuelas de periodismo que con las convicciones personales de la autora. La segunda sección del libro lleva por título “La periodista se mimetiza” y tiene cierto sentido: recoge López Schlichting en esta parte cuatro reportajes donde ella misma vive en primera persona la experiencia de cruzar como ilegal la frontera de Ceuta, viajar en un camión comercial por España y Marruecos, hacerse pasar por prostituta en la Casa de Campo o por monja para entrar en Valona. Pero al hablar de mímesis y escribir que “si algo ha caracterizado su forma de hacer periodismo ha sido el deseo de mimetizarse con el ambiente” (p. 13), la propia autora cae en una suerte de contradicción performativa, es decir, en un choque entre lo que declara explícitamente y lo que hace de hecho (y, por tanto, declara implícitamente).
Hay una contradicción entre la pretendida mímesis y lo que, de hecho, hace: no se identifica totalmente con su interlocutores, aunque tampoco cae en el extremo de reducir todo a datos.
con la noticia ni tampoco el fruto de una experiencia de dominio sobre los hechos. Lo más sobresaliente de su trabajo es precisamente la sana distancia que adopta como reportera López Schlichting, pues sabe mantenerse cerca pero a cierta distancia. No se identifica totalmente con sus interlocutores ni se pierde en el fango de los hechos. Pero tampoco cae en el extremo de reducir todo a datos cuantificables y más o menos impactantes.
De alguna manera, ella misma menciona inconscientemente este asunto cuando, al relatar el estado de Nicaragua tras el paso del huracán Mitch, escribe que este fenómeno puede verse de dos maneras:
“Una, por televisión, imaginando un escenario ubérrimo, donde sería natural un dinosaurio de Spielberg; otra, oliéndolo con nosotros. Olfateando la humedad de las zanjas a los lados del camino, las hogueras de ramas caídas y de muertos, que hieden a lo largo de kilómetros debido a un clima que lo corrompe todo pero que, a la vez, potencia los olores, como una gigantesca pecera” (p. 238).
La primera modalidad es ver el huracán desde una actitud de dominio, poco comprometida, que reduce la noticia al dato racionalmente impactante (por ejemplo, mediante las cifras de muertos o las proporciones de la devastación). En el segundo caso, es ver el huracán y sus consecuencias desde una vivencia excesivamente sensible, que tiende a borrar la individualidad del sujeto y a reducir sus reacciones a lo más primario (por ejemplo, potenciando testimonios sensacionalistas o lacrimógenos, imágenes de cadáveres en descomposición o de movimientos de protesta).
Lo más sano es establecer vínculos con las realidades del entorno y López Schlichting da sobradas muestras de alcanzar ese equilibrio.
Como explica López Quintás en varias de sus obras, desde ninguna de estas dos actitudes se pueden conocer bien las realidades por dentro. En un caso, porque se las contempla de un modo demasiado distanciado, en el otro porque se anula el sujeto que conoce. Lo más sano es establecer vínculos con las realidades del entorno, sobre todo con las más valiosas. Y esto, que vale para cualquier periodista, vale más para el reportero, que debe lograr un sano equilibrio entre el afán de contarlo todo y la sensatez de comprender y explicar lo que pasa. En varios momentos del libro, López Schlichting da sobradas muestras de alcanzar dicho equilibrio y de establecer vínculos con las noticias que relata, hasta el punto que en no pocas ocasiones se ve afectada por el material de sus reportajes: el polígamo Ahmed se le insinúa (p. 44), le invade la perplejidad al escuchar los beneficios de la poligamia (p. 32), el pánico recorre su cuerpo al enredarse en la valla ceutí (pp. 83-84) y la vergüenza se apodera de ella mientras se pasea como prostituta (p. 112).
Ejemplos todos de situaciones que ponen de manifiesto lo apasionante del reporterismo y la peculiaridad de su vía de conocimiento, que exige tiempo, capacidad de observación, habilidad para cuestionar y, sobre todo, integridad personal. Esto último es lo que detecta la periodista tras asistir al odio entre serbios y kosovares y reconocer que la experiencia en Kosovo “marcó realmente un antes y un después en su trabajo y le demostró hasta qué punto la visión del mal puede hacer daño a las personas y cuán equilibrado tiene que ser alguien para ejercer un oficio tan duro como el de reportero de guerra sin descomponerse personalmente” (p. 270). Algo indispensable no tanto para protegerse sino para poder informar con verdad de los hechos más atroces así como de las realidades más importantes.