Hace poco charlaba con una amiga periodista sobre la situación del periodismo en la actualidad. Mientras ella me señalaba el todavía fuerte condicionamiento de los medios y periodistas por instituciones públicas y privadas, yo, por mi parte, aceptaba estas premisas pero ponía el foco en otra cuestión: la dictadura del algoritmo.
Los medios de comunicación se han abalanzado a prácticas como el clickbait para arrimar un puñado de visitas y poder rentabilizar la información con unos cuantos banners por no haberse adaptado al nuevo modelo de usuario. Así se ha puesto en juego la credibilidad y se ha abierto espacios, primero para el ‘periodismo ciudadano’ y después para otras realidades como las fake news.
A propósito de este tema tuvo lugar un debate que reunió a decenas de personas en la Casa de América para escuchar a especialistas citados por The Objective. El panel estuvo formado por los periodistas Manuel Arias y Myriam Redondo; el co-creador de Maldito Bulo, Julio Montes; la politóloga y columnista Mariam Martínez-Bascuñán y el director de opinión del diario El País, Nacho Torreblanca. La conversación conducida por el fundador de El Subjetivo, Ignacio Peyró, partió de las fake news orbitando cuestiones políticas, de regulación, veracidad y actualidad con evidencias, experiencias y opiniones.


Se pueden extraer de las casi dos horas de diálogo las siguientes claves:
Para empezar: no es para tanto
De verdad, las fake news no son para tanto. Aunque en el debate político se haya incorporado mucho este término y en relaciones internacionales se señale a medios rusos por entrometerse en la información referente a otros países, no es una realidad ni tan grande ni tan preocupante.
Para empezar, no se puede afirmar con rotundidad que ni el Brexit ni la victoria de Trump le deban nada a las noticias falsas. La mentira es otra cosa, si los partidarios del Brexit o Trump mintieron no es una noticia falsa: engañaron ellos.
En ambas campañas hubo noticias falsas pero también hubo discursos falsos y argumentos insostenibles defendidos a ultranza, que fueron mucho más influyentes. Culpar a las fake news del Brexit y Trump, si hay que culpar de algo a dos opciones elegidas en un sufragio democrático, es quitar responsabilidad a las mentiras y restar importancia a que los medios veraces no fuesen capaces de hacer contrapeso en la opinión pública.
En cuanto a datos, se ha llegado a leer que en 2022 la mitad de las noticias que leeremos serán falsas en un informe de la consultora Gartner. Ahora bien, para que eso se cumpliese se tendría que cambiar mucho la tendencia porque en el 2018 los datos están muy lejanos a esto.
Fuera de la literatura de los discursos y del apriorismo de algunos informes como el de Gartner, la realidad es otra. El alcance de las noticias falsas a nivel europeo ha sido ínfimo: el 60% de su consumo ha procedido de sólo un 10% de los usuarios del ala ultraconservadora.
Italia y Francia, donde Macron incluso se plantea legislar a este respecto, sólo ven afectados a un menos que anecdótico 1% de usuarios que accede a portales de noticias fraudulentas. Pero si el alcance ya es ridículo, la incidencia lo es más porque estos usuarios acceden más veces y más tiempo a sitios fiables, según informan el Instituto Reuters y la Universidad de Oxford.
Las fake news son un problema pero no tan grave como el imaginario colectivo puede llegar a asimilar a través de ser repetido hasta la saciedad por el panorama político. En España el momento más temido por este fenómeno eran las elecciones catalanas y los señalados fueron los medios rusos Sputnik y Russia Today. Dos medios de incidencia más que dudosa en la sociedad española y que, además, no hay constancia de que hayan emitido informaciones falsas.
Así las cosas, ayudaría bastante que los medios veraces no cayesen en las malas prácticas y el sensacionalismo para que así fuese más fácil diferenciar a primera instancia quiénes pueden ser emisores fiables quiénes no. Pero claro, cuando prima la inmediatez y la rentabilidad a través del posicionamiento, hasta estos mismos medios han publicado bulos dejándose llevar por la falta de contraste de las informaciones.
Sin ir más lejos, hace unos días Cristiano Ronaldo supuestamente había comprado el edificio de la Casa del Libro de Gran Vía para poner en su lugar un hotel. Si se busca, muchos medios todavía tienen esta noticia falsa en su web sin rectificar, otros la rectificaron sin retirarla y otros incluso se permitieron, tras haber publicado sin contrastar, das clases de Periodismo haciendo piezas explicando lo sucedido.
Así pues, reafirmamos: si se dimensionan, las fake news no son para tanto. Pero lo serán si se sigue esta dinámica mediática, se entra en el juego de los portales que informan falsamente y el usuario no puede fiarse de unos ni otros pero sigue demandando información.
Rentabilidad de las fake news
Para hablar de fake news en primer lugar hay que desterrar de la cabeza la idea de ciberataque porque no son lo mismo y no necesariamente la una implica la otra. Las noticias falsas no sólo son una pieza inventada, también lo son errores en cuanto a datos, estructura o explicación de los hechos.
Lo que popularmente se conoce como el “no dejes que la realidad te estropee un titular” que tantas veces sobrevuela sobre los medios más veraces también implica falsedad. Es más, podría situarse aquí el germen de este fenómeno anti-periodístico.
La prensa en muchas ocasiones ha preferido poner en juego la verdad y su credibilidad para vender más, en su día ejemplares y hoy clics. Si se bucea un poco, no es complicado encontrar cómo la credibilidad de los medios está en entredicho cada poco tiempo y particularmente en España cada muy poco.
Es por ello que si se habla de fake news los primeros en hacer examen de conciencia deben ser los medios de comunicación. Así como las empresas de las que dependen y que han dejado en una situación precaria a la profesión. A la par, las mismas han aumentado la exigencia de cantidad e inmediatez de información dejando así el contraste y la calidad periodística en un segundo plano.
La ausencia de temas cuidados, informaciones precisas y comunicación fiable en los medios de comunicación de masas es lo que ha abierto una brecha. Sumado esto a prácticas para destacar en internet, estar siempre en la tendencia y conseguir un mayor público antes que procurar hacer mejor al público, han complicado las cosas. De esta manera, no sólo las fake news se han abierto paso sino que se han hecho difíciles de diferenciar de las verdaderas en ocasiones.
Las noticias falsas tampoco son inherentemente una maniobra política o una injerencia como muchas veces se ha planteado. Pueden existir estas causas o puntualmente buscar una influencia pero por lo general no.
Si se observa por ejemplo el caso de las falsas informaciones a favor de Trump, no buscaban tanto un rédito político como económico. Este tipo de publicaciones son más fáciles y rápidas de producir que una información veraz y trabajada, lo cual de partida ha sido favorable para la proliferación de portales.
Además de los menores costes, se suma que estos contenidos suelen ser medianamente fáciles de expandirse y viralizarse, lo que se traduce en unos ingresos fáciles para el que los produce. De esta manera, si se ven por ejemplo casos analizados por Maldito Bulo, no hay tantas cuestiones políticas como falsas alertas sociales o noticias de menor importancia inventadas que han sido compartidas multitud de veces desde su publicación.
Verificación, regulación y a esperar
Entonces, ¿las fake news son importantes o insignificantes? Son importantes en tanto en cuanto necesitamos que no se normalice el engaño y las mentiras pero no tanto como para quitarnos el sueño.
El lado bueno es que cada vez hay más maneras de verificar el contenido y que el lector medio acostumbra a informarse a través de más de un canal. En España, sin ir más lejos, contamos con integrantes reconocidos como Grupo de Alto Nivel contra las noticias falsas por la UE. Clara Jiménez y Julio Montes, con su Maldito Bulo, han creado hasta una extensión que te avisa si la información que estás consumiendo es fiable.
Además, el Periodismo cada vez se adapta más, como nos contó en este artículo Jesús Espinosa, herramientas como el fact-checking buscan hacer visible la mentira presente en el discurso político para lograr una mejor democracia.
La regulación ya es otra historia. No parece que un organismo internacional esté dispuesto a no legislar sobre esto, como es normal. Sería muy complicado a la par que controvertido encontrar una medida que quitase la falsedad del medio de las informaciones y atentase a la par contra los motores de búsqueda que son empresas privadas.
Es una tarea que de momento está en el tejado del propio consumidor de información pero que, como ya se ha anotado, cada vez tiene más apoyos para no dejarse engañar. Además, no está claro cómo se podría regular al respecto aunque si Macron sigue adelante con su idea lo acabaremos por descubrir.
Una de las cosas que sí puede suceder es que ante la proliferación de plataformas de este tipo sean las propias redes sociales y agregadores los que medien. La multinacional Unilever ya ha manifestado su opción de retirar la publicidad de Facebook y Google si sigue habiendo tanta presencia de información fraudulenta.
Si se efectuase y otras empresas tomasen la puerta de salida de los dos gigantes, no sería de extrañar que Zuckerberg y Pichai tomasen decisiones. Pero todo esto no deja de ser futuro ficción porque por el momento sólo son amenazas.
Lo que queda ahora es hacer un Periodismo mejor, de mayor calidad y credibilidad y luchar porque la información de verdad y el conocimiento encuentren una rentabilidad en el modelo sin malas prácticas y que el usuario no tenga que dudar. A día de hoy, sin duda, la mejor herramienta para luchar contra las fake news es el buen Periodismo.

