España aún persigue su quimera, la independencia de los medios, y ayer sobrevivió una vez más a las miradas furtivas.
Los periódicos protestan por el reciente ataque de Pablo al derecho a la información; un discurso en la UCM ante alumnos de Filosofía que reían sus gracias, representando con algo de jira la realidad editorial. Eso de que el jefe del periódico manda sobre el redactor y de que el pez gordo manda sobre el jefe, y que entrambos son capaces de alterar noticias y hasta mentir dolosamente si les conviene. Ha sido poco elegante, pero ayer llevaba en la punta de la lengua el blasón de los profetas.
Lo que es curioso es que la España que protestara tanto por esta plaga deshonesta, que carcome escritorios y titulares, hoy se haga uno con los condenados para rugir contra la bancada morada de la acusación. Cualquiera juraría que nos puede el odio, o el miedo. Dicen que los dos transforman a las personas.
El artículo 20.1.a) de la Constitución recoge el derecho fundamental a expresarse libremente. “A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción“. No es este el que ampara a los periodistas (sólo a los opinantes), sino el del número d), derecho “a comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión“. Y no se puede confundir la libertad de expresión en la libertad de informar (y de informarse), como no ha hecho la jurisprudencia constitucional, distinguiendo en todo momento información de opinión, noticia de pensamiento.
Esto precede al debate sobre la ultraizquierda. El reclamo de la ciudadanía de libertad y veracidad en los agentes informadores ha sido más o menos constante bajo la vigencia de nuestra Carta magna (a Dios gracias), y la tendencia de algunos diarios de importancia ha sido opuesta. Es la opuesta. Lo que llama la atención es la facilidad de las grandes cabeceras para descargar culpas en un chivo expiatorio, y arramblar un poquito de inocencia degollando un nuevo cordero (lobo, quizá) que quite el pecado de El Mundo. La plebe reacciona con caritas de enfado en Facebook porque Pablo es un totalitario.
Y para condenarlo por todo-malo, también los brotes verdes de su tronco seco hay que teñir de negro. Nada hay todo-muerto en el peor de los hombres, y si le condenamos en absoluto también oscurecemos sus momentos de claridad. Habríamos de hacernos “sombras” frente a esas “luces” para aniquilar al “tenebroso”. Ahora los medios son los todo-buenos, y la petición de honestidad e independencia (para el periódico y para el periodista) enmudece.
También C’s (Ciudadanos), heraldo de la democratización de los medios, ha cambiado en las últimas horas diametralmente su discurso, pasando de la protesta enérgica contra la dependencia y parcialidad de cadenas y periódicos a vituperar al ponente, semejante pero enemigo, por dictatorial, y exigir respeto a la prensa que ha dejado de ser ipso facto tendenciosa.
De nuevo, la gran quimera de nuestra democracia hace mutis por el foro.