Matar al mensajero

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Cuando el rey Boabdil recibió los pliegos con la noticia de la caída de Alhama, presintió que la pérdida significaba el fin de su reinado en Granada, y, para que el presentimiento no se convirtiera en realidad, “tiró las cartas al fuego y mató al mensajero”.

Este es uno de los orígenes históricos de la frase con que se representa el hecho de acabar con quien porta un mensaje que no agrada. Y este parece ser el caso de los 67 periodistas que en 2015 perdieron la vida y de los 54 que fueron secuestrados por intentar contar lo que ocurre en zonas de peligro o por practicar el periodismo de investigación donde era peligroso hacerlo.

Las personas somos curiosas por naturaleza; queremos saber qué está pasando en el mundo y, como no podemos verlo personalmente, queremos que nos lo cuente alguien de quien nos podamos fiar. Y ese alguien que nos cuenta lo que pasa y nos lo hace comprensible es el periodista.

Los periodistas nos ayudan a comprender que formamos parte de una sociedad, que no estamos solos, que de alguna forma vivimos unidos a los demás; nos ayudan a saber lo que les ocurre a los demás en otros sitios; nos ayudan a comprender a los otros y a entender mejor el mundo y la época que nos ha tocado vivir.

 

Si todos los periodistas dejáramos de trabajar, el mundo sería infinitamente más injusto.

 

“Si todos los periodistas dejáramos de trabajar, el mundo sería infinitamente más injusto”, dijo un profesional no hace mucho en una sesión que la Asociación de la Prensa de Madrid dedicó a los corresponsales de guerra, una sesión en la que se puso de relieve que desgraciadamente  cada vez hay menos periodistas de plantilla en este campo informativo, sustituidos por autónomos y freelances.

Esta situación es fruto de una cadena de problemas, que arrancan cuando los empresarios restringen el envío de periodistas a zonas en conflicto por razones económicas (al freelance solo+ se le paga por “pieza”) y por la inseguridad (el secuestro) de los enviados especiales, que en muchos casos son sustituidos por periodistas autónomos locales. En otras muchas ocasiones, los periodistas de Norteamérica y de Europa que iban antes a las zonas en conflicto son sustituidos por enviados especiales de países emergentes, como la India.

Pero estos sustitutos, con todas las salvedades que se quiera, no suelen tener la preparación de un periodista que se ha formado en la redacción de un medio, que ha leído y estudiado sobre el país y sobre el conflicto del que tiene que informar, que sabe idiomas y que ha practicado antes la labor de informar en otros ámbitos.

Los periodistas que han perdido la vida en el año que acaba de terminar, un año negro para la profesión periodística, pasan tristemente a sumarse a los 720 que han muerto en las mismas circunstancias en los nueve años anteriores.

Pero como dijo la periodista alemana Anja Niedringhaus al recibir el Premio Pulitzer por su cobertura de la guerra de Irak, y al describir en general la labor de los periodistas en las zonas en conflicto, “esto es muy peligroso, pero es importante: se tiene que hacer”.

 

FOTO: El periodista Antonio Pampliega permanece secuestrado desde julio de 2015, junto con Ángel Sastre y José Manuel López.

Fallecido en 2018. Periodista. Fue director de RNE y de Radio Exterior, director de los Servicios Informativos de RNE y exsubdirector de los SSII de TVE. También dirigió la revista Aquí Estamos.